Os ofrecemos la experiencia de Joan Carrillo en la edición de este 2018 de la Transcontinental Race (TCR), una de las pruebas de larga distancia más duras del mundo. Se celebra cada año a través de media Europa; los últimos cuatro años ha salido de Geerardsbergen, en Bélgica, y en los dos últimos ha acabado en Meteora, Grecia. Los participantes son autosuficientes y escogen su propia ruta con algunos puntos de paso obligatorios. En función de cada elección, la TCR se convierte en una prueba de 3.500 a 4.200 kilómetros y los ganadores tardan entre siete y diez días en completarla. La vivencia en primera persona de Joan Carrillo os la ofrecemos en tres capítulos.
TCR, capítulo I. Lesiones, paella y osos.
Este año he participado en la TCR casi por accidente; el año pasado acabé muy tocado, incluso me costó volverme a subir a la bici cuando llegué, porque me había marcado un reto grande –hacer top 15- y la preparación fue toda del revés. Apareció la induración nodular perineal del ciclista, me operaron 3 semanas antes y llegué a la operación con la zona infectada tras rodar en la CAT700 y ganarla en 51 horas, con Tomás y Bernat. La operación no fue satisfactoria, de hecho, aún no tenía un diagnóstico correcto ya que pensaban que eran unos quistes sebáceos. Había sufrido el mismo problema en la BTR dónde acabé 8º e intenté llegar a casa pedaleando –del Mont Aigoual a Reus, algo más de 500 kilómetros- pero la infección me hizo subir al tren en Figueres. Durante Semana Santa hice una vuelta a España y ahí empezó a dar efectos la induración. Así que, una vez en meta y tras dos intentos de abandono fallidos, decidí no volver a correr esa carrera infernal pero una vez abrieron la convocatoria, algo me pedía volver a participar para mejorar mis sensaciones. Me apunté casi deseando que rechazaran mi aplicación pero no fue así.
Por suerte, este año pude recabar en casa de Arthur, un warmshower que conocí el año pasado pero dónde no pude hacer noche puesto que otro catalán, mi amigo Enric, me quitó la plaza en su casa. Aún así, pudimos compartir cena la última noche antes de la TCRNo5. Para este año, llegué a su casa el viernes, por lo que tuve dos días para descansar y disfrutar de su amabilidad y hospitalidad. A cambio les hice una paella el sábado.
El año pasado empecé fuerte, llegando al primer checkpoint (CP) en la posición 12 a pesar de hacer 150km más que los primeros. Hice 700km sin parar, en 34 horas. Pero fue más completo emocionalmente, llegándome a romper totalmente y literalmente. De manera que estuve horas llorando encima de la bici, hasta que, en la Transfagaraçan, después de días durísimos y habiendo solucionado problemas inimaginables, empecé la ascensión de madrugada. Era una noche tapada pero con luna llena en un bosque de abetos que te partían el cuello si intentabas ver hasta dónde alcanzaban. Carretera de caracol y fuerte pendiente. Ni un alma. No llevaba auriculares, pero decidí ponerle banda sonora al espectáculo: “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd. Sonaron las primeras notas y tras una curva de 180º de derechas, se abrió la montaña y apareció, en medio de dos picos, la luna intensa y brillante. Arranqué a llorar como un niño y así estuve durante horas, sabedor de que hacía tiempo que por dentro estaba roto a pedazos. Naipes en mi interior desmoronados en un montón, desordenados, como mis pensamientos.
Solo y llorón seguí subiendo por aquella pendiente, sin nada más que la naturaleza a mi alrededor. No sé en qué momento apareció una imagen en mi cabeza: osos. Di otra curva de derechas, dos osos en mi misma dirección. Culos gordos. Sonó un motor y apareció un coche que me adelantó veloz pero frenó de golpe. Marcha atrás y bajó la ventanilla: me gritó en rumano, pero no entendí nada. Respondí en inglés. Me repitió que había dos osos en la carretera, justo delante nuestro. Sí, los he visto. ¿Qué vas a hacer? Sigo hacia delante. Me miró, miró a su chica; ella flipó, él también, yo no vi otra opción. Ok, te acompaño. Siguió adelante a mi lado dando golpes al pedal del acelerador y al embrague para hacer ruido con el motor. Oí los osos a pocos metros escondiéndose en el bosque. Él me dijo que seguía su camino y que me mantuviera seguro. ¡Lo intentaré, gracias! Un día más tarde yacía en una colina con un virus intestinal hasta que encontré un pueblo dónde me acogió un expolicía cuál perrete abandonado. Pude dormir en un picadero y esperar que el virus me dejara medio en paz. Hice los últimos 400km sin comer, no llegaba a digerirlo. Pero llegué a meta en la posición 59 -50 definitiva tras las penalizaciones y descalificaciones-.
Cambio de mentalidad para este año
Este año mi planteamiento era; “disfruta del trayecto, da lo mejor de ti y confía en tu suerte”, así que hice una ruta totalmente diferente al año pasado en que busqué minimizar el desnivel a costa de aumentar kilómetros. Pero me pasé en la parte inicial intentando esquivar los carriles bici -a pesar de las advertencias de Sergio-, en dónde estás casi obligado a circular y se hace todo muy lento. Así que hipotequé la carrera, llegando al primer CP en posición 74. La primera noche, la pasé disfrutando viendo como en las colinas había luces rojas de los primeros participantes, saludaba y hablaba a los que adelantaba o me adelantaban. Algunos ya los había visto y conocido el año anterior. Por la mañana mi ruta dejó de ir por el camino más popular, así que empezó la TCR de verdad.
Tiré de comida que había preparado; bocadillos, frutos secos, barritas… hasta que encontré una panadería que atracar. El día fue entretenido cruzando Francia y entrando en Alemania, para volver a Francia. Decidí parar a cenar pronto para luego ir a un camping a dormir. Descansé gratis en la terraza de un bungalow ya que no había recepcionista. Llevaba cuarenta horas despierto, no es mucho pero se trataba solo de la primera jornada. Me levanté a las dos de la madrugada y antes de las tres ya estaba pedaleando. Después vino Suiza y el Tirol, Austria y la Silvretta. Poco antes del CP eché una cabezada en un cajero automático que encontré en un pueblo, calentito y tranquilo. Fueron tres horas de mal sueño y a seguir. En el CP1 decidí abandonar. Me dolía mucho el culo, tenía malas sensaciones y aún estaba en la civilización así que decidí llegar hasta Innsbruck y allí buscar camino de vuelta, no sin antes romper a llorar, frustrado, dolido y cabreado. Llamé a Mònica, me consoló y me dijo que me buscaría transporte de vuelta.
Ante este panorama, en el Parcour decidí darlo todo para descargarme. Adelanté a 6 participantes, vino el descenso y seguí adelantando. Llegó la hora de disfrutar el segundo desayuno y me encontré con otro participante, que al comentarle las alternativas a los túneles me dice, “¿qué alternativas? ¿No has cruzado los túneles? Estaban prohibidos”. Ah… Seguí adelantando otros participantes. Llegué a Innsbruck y decidí atacar la subida hasta Italia. ¡Me encanta Italia! Quería ver el trampolín. Ataqué y seguí adelantando. Esa zona me la conocía, pasé por aquí el año pasado durante la TCRNo5. Ensalada y pizza para cenar. Y seguí a pesar de las posibles tormentas y de la carretera empapada pero estuve demasiadas horas en el restaurante ya que tardaron mucho en servir. Por el contrario, pude limpiarme bien e impregnarme de cremas las inflamaciones perineales, o sea, el culo. Llegué a un pueblo y seguí el track que se convirtió en camino aunque no resultó una buena idea porqué había demasiado barro. Di la vuelta y pregunté a unos jóvenes que me explicaron que era el 18 cumpleaños de una de ellas y tenía que besar a quién pasase por allí. Ok. Busqué una alternativa y acabé en la SS49, una ruta complicada sin arcén y llena de conductores italianos, lluvia y velocidad. Mala combinación. Un conductor se paró y me preguntó a dónde iba, que la carretera era peligrosa. Volví al pueblo para buscar alternativas pero no había nada fácil. Seguí por la SS49, llegué a un pueblo y aproveché un cajero para echar una siesta. Después de dos horas calentito continué. Al día siguiente llegué al CP2, pero fue duro y complicado. Ataqué el Parcour por la parte oeste, subí al Mangrt, una carretera muy empinada, estrecha y en mal estado. Llovía y hacía frío y cada vez se complicaba más el clima, con viento y niebla, y tardé más de una hora en llegar al pico. A partir de ahí bajaba hasta Bozen, dónde estaba el Control Point. Sellé la Brevet Card y cogí una habitación. Era medio día y la idea era echar una siesta de cuatro horas y seguir después de cenar.
Un descanso para “reparar” el culo
Aproveché ese parón en condiciones para lavar la ropa, curarme el culo, ducharme y, finalmente, echarme a dormir. Cuando desperté miré el radar de lluvias y vi que pintaba complicado ya que en mi ruta había tormentas. Tal y como tenía el culo no me convenía rodar toda la noche mojado, fui a buscar algo para cenar y seguí durmiendo. Arranqué a las cinco de la mañana camino de Austria e intenté rodar veinticuatro horas seguidas, pero no lo conseguí y acabé echando una siesta en un cajero automático. Vi que había una hamaca dentro e intenté dormir en ella pero al cabo de 15 minutos me desperté con un dolor de cuello horrible, así que me tiré encima de la alfombra. Dormí como un bebé durante tres o cuatro horas pero aun así el día siguiente se me hizo duro.
En la República Checa las carreteras eran más complicadas. Más estrechas, con tráfico muy rápido y temerario y el firme en mal estado. Costaba encontrar comida a la que estaba más acostumbrado como fruta fresca, hummus, zumos de verduras, etc. Las carreteras eran mucho más onduladas, así que intenté hacer una tirada larga hasta el CP3 pero acabé petando en una carretera del norte. Me tiré literalmente en una parada de autobús azul con un banco muy estrecho y no conseguí dormir ni descansar. Había mucho tráfico, gente pasando alrededor y mirándome, perros ladrando y un dolor de rodillas intenso, muy intenso. El banco, además, era muy incómodo y poco estable. Me levanté cuando las rodillas dejaron de doler y a seguir. Al día siguiente llegué al CP3 a medio día. El parcour no tenía mucha gracia, simplemente era una subida recta con pendientes de hasta el 24%. Mi sorpresa fue que encontré de voluntario a un colega que conocí en el aeropuerto de Bruselas el año pasado. Él participaba por parejas y llegó al final, pero los descalificaron porque su compañero tuvo que abandonar. Aproveché para comer bien y pegarme una ducha en el albergue, hablamos un rato y continué con ganas de salir pronto de ese país infernal.
Por la tarde, mientras circulaba en un carril bici enorme y espectacular; cruzando un bosque y con un asfalto perfecto y ancho me adelantó un ciclista a toda velocidad en una bicicleta de contra-reloj. Al cabo de un rato me volvió a adelantar. Se puso a mi lado y empezó a hacerme una descripción detallada de mi bicicleta, a decirme que me admiraba por el ciclismo que practicaba y me hizo unas cuantas preguntas. Quedó alucinado sabiendo que participaba en la TCR y me pidió una foto. Después le dije que era mi turno de fotografiar. Saqué el teléfono del soporte quad lock, pero se me escapó de las manos. Llevaba conectados los auriculares por lo que no llegó al suelo y rebotó gracias a que estaba bien aferrado al conector de los auriculares. En ese rebote lo intenté pescar pero salió volando hacia adelante dibujando una parábola, momento en que volví a intentar rescatarlo. No lo conseguí y dibujó de nuevo otra parábola pero esta vez no fue tan redonda y cayó directo hacia debajo de manera que se desenchufó el cable y golpeó el suelo cara abajo. Pensé que con la funda, no se rompería, pero cuando vi la cara del ciclista que lo recogió y me preguntó si la pantalla ya estaba así… El fondo de pantalla parecía una pintura cubista e incluso, al pasar el dedo por la pantalla, me clavé varios trozos de cristal.
Antes de llegar a Austria decidí ir a un hotel. No tenía ganas de competir tanto y quería relajarme un poco. Fui a un hotel grande de un pueblo que parecía más una sede de una secta que un alojamiento, con fotos grandes de un personaje que no conocía y con lemas que tampoco conseguí entender. Por suerte estaba completo, así que pregunté por una alternativa y acabé en un hostal pequeño que parecía más un picadero que un hotel. De todas maneras, por un precio módico, cené, dormí, me lavaron la ropa y me prepararon el desayuno para llevar. Al día siguiente arranqué pronto, a eso de las cuatro y media para encarar la larga trayectoria hasta el CP4. El cansancio se notaba y más el psicológico, sabiendo lo que me esperaba en Hungría. Hice una siesta en una parada de autobús de madera con flores antes de entrar en Hungría.