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Los últimos de la primera Guadarrama Gravel Challenge

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Texto y fotografía: @thedirtoption_gravel | 30 Sep 2019

Los últimos de la primera Guadarrama Gravel Challenge

Los últimos de la primera Guadarrama Gravel Challenge

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El sol ya está bajo y nos da en la cara. Pedaleamos por una pista ancha por la que se podría volar, pero ni los baches ni las piernas nos dejan. Somos cinco. Los kilómetros y las fuerzas nos han juntado. Como yo, ellos han compartido momentos con otros durante las doce horas que llevamos en marcha. Mientras nos acercamos al final de la ruta pensamos que quizá somos los últimos de la primera Guadarrama Gravel Challenge.

Son las 6:30h del 22 de junio y mi Ritchey Outback está en el maletero. Voy de camino al camping del Escorial para participar en la Guadarrama Gravel Challenge: una marcha organizada por Sanferbike para bicicletas de gravel. Único requisito: manillar curvo. Nos recomiendan que usemos cubiertas de 40mm con tacos. Se suben y bajan cinco puertos en un recorrido de 165km de la sierra de Guadarrama con 3.700m de desnivel, aunque se puede hacer una versión reducida de 110 km y un puerto menos.

Antes de ponernos en marcha, Julio Sánchez de Sanferbike nos da una pequeña charla sobre el transcurso de la carrera y nos informa que los días previos se tuvieron que realizar modificaciones en el recorrido para el Challenge se pudiera ajustar a la normativa del Parque Nacional y pedir los permisos pertinentes. Finalmente, estos no llegaron a tiempo pero el Club Sanferbike decidió seguir adelante y volcarse de lleno con los ciclistas, ofreciendo ayuda, indicaciones y soporte.

A las 8:30h se da inicio a la salida. Hago grupo con Pedro, mi gurú de la larga distancia, que va con David Rodríguez, fundador de Transibérica, y se nos une Alberto, que está experimentando su primera experiencia en rutas de más de ocho horas.

Abantos. 1.643 m.

Enseguida empezamos a subir el puerto de Abantos, diez kilómetros de carretera, por llamarlo de alguna manera, ya que el piso tiene más agujeros que asfalto. Después de seis kilómetros asequibles, se suben rampas al 15% a la vez que se transita de la sombra del bosque de pinos a la luz amarilla del piornal.

Ponemos ritmo de brevet, moderado pero constante; en las rampas duras se afloja y se aprieta en los descansos para mantener un nivel de esfuerzo lineal y así estar siempre en una zona de pulsaciones que se pueda mantener durante horas. Adelantamos a varios grupos y otros nos adelantan a nosotros. De hecho, nos vamos intercalando: los que nos adelantan, luego los adelantamos nosotros. Algunos tienen otra forma de rodar: aprietan en las subidas para aflojar en los descansos.

Corono bien; detrás llega Alberto, pero me preocupa que esté gastando más de la cuenta. Pedro y David van algo rezagados pero llegan enseguida. Mientras comemos nos dicen que tiremos para adelante que ellos van a hacer la distancia de tres cuartos. "Ni de coña —les digo—. Este ritmo está bien y todavía queda mucho, ya habrá tiempo de apretar, si se da bien". Queda casi todo: la Fuenfría, las rampas de Cotos y los doce kilómetros constantes de Morcuera pero primero hay que seguir subiendo.

Alto del León. 1.707m.

La segunda dificultada del día, el Alto del León, parece una continuación de Abantos. Coincido con unos periodistas que hacen la ruta testando un nuevo modelo de bicicleta. Veo que, como novedad, tiene vainas basculantes, y comentan que en las pistas de tierra que enlazan Abantos con el León, las típicas con marcas de las ruedas de los tractores, han ido muy bien. Dejo que se vayan porque seguir su ritmo me hace subir mi nivel de pulsaciones y... ¡¡hay que guardar, guardar!!

La bajada rumbo a Cercedilla está llena de piedras. Todos las sufrimos pero a Rubén, de Rizzo Cyles, le han parado: nos lo encontramos intentando recuperar el tubeless de sus gravelking de 48mm. Mientras hablamos unos minutos con él, Alberto hace referencia a lo que ya hemos subido de una manera que me hace temer que va algo tocado... Salió con la intención de completar la ruta entera.

Tras cruzar la N-VI, el descenso es un sendero ancho y fácil y nos permite relajarnos después de haber estado horas subiendo. Llegando a Cercedilla acabamos metidos en un sendero técnico con rocas grandes, terreno para la mountain bike, pero si se afronta aminorando la marcha, con la bici de gravel puede hacerse y, además, se disfruta mucho.

Terraza y bocadillo en Cercedilla, estilo brevet. Esta vez me había propuesto ser cuidadoso, incluso metódico con la alimentación y tomar los 60g de hidratos que recomiendan cada hora. Me di cuenta de que no es tan fácil, porque es más cantidad de lo que parece. No vale con una barrita. Con un puñado de orejones o dos plátanos no se llega a esa cantidad de hidratos... El cálculo consistía: 60gx10h= 600g. Encima, llevaba de todo un poco para llegar a esa cantidad, sobre todo barritas de dos tipos: la míticas Cliff y otras artesanales hechas con dátiles y frutos secos, además de unos mini bocadillos de pan brioche con jamón de York. Realmente antes del salir lo calculé para tener reservar para ocho horas. Qué iluso.

La Fuenfría. 1.797 m.

A mitad de puerto, ya en la pista ancha que nos llevará a la cima, Pedro nos alcanza y dice que Alberto a decidido ir un poco más despacio porque empieza a tener dolor en una rodilla. David y yo hemos subido juntos las rampas mas duras del puerto aún por asfalto. Esta parte es cómoda y me voy conteniendo gracias a ir en grupo. Este ritmo suave me deja atención suficiente para contemplar el entorno, pero siempre supone un dilema: centrarte en ti y en pedalear o ir más tranquilo y disfrutar del paisaje.

Tras el mirador de la Reina, donde nos hicimos las fotos, felices, de rigor, coronamos. Nos sorprendemos al encontrar a Quique Ciria, otro compañero de rutas gravel. Había salido tarde, pero nos debió de pasar en nuestra larga parada. Está cansado ya que, al salir después, ha ido forzando.

Afrontamos la bajada, de nuevo larga y pedregosa, y encontramos a otro compañero con problemas en las ruedas; esta vez no hay recambio. Le aguarda una buena caminata bajando hasta la carretera donde le puedan recoger. Quique se para en una fuente para comer y nos despedimos.

Cotos. 1.828 m.

Hemos salido de Madrid y ya en Segovia bajamos disfrutando por una estrecha carretera cortada al tráfico. Estamos rodeados de tiesos pinos Valsaín que toman el nombre del valle que estamos cruzando. Es la calma antes de la tormenta, el valle que te lleva hacia las rampas. Los pinos señalan al cielo marcando la dirección. Un giro a la derecha me saca de la carretera donde estaba disfrutando de una suave subida en solitario. Enseguida la pista se alinea con los pinos, las pulsaciones suben. Estoy en Cotos.

Me encuentro bien, decido hacer la subida sin cuidar las pulsaciones. Me han dicho que el último kilómetro está muy roto y es difícil de salvar montado. Pero para llegar ahí, me esperan tres kilómetros a casi el 10% de media. Van a ser 25 minutos a 160 pulsaciones de media. No sé si es buena decisión pensando en lo que queda, pero es lo que me apetece. Para conocerse hay que buscarse.

Hay algunas rampas al 17% y más de 2.000 metros de desnivel acumulado. Eso hace que me vaya encontrando a otros ciclistas parados tomando un respiro o andando con la bici. En una tramo especialmente duro, llego hasta uno que tiene calambres, le ofrezco una pastilla de sales, que coge, y sigo. Cuesta mucho alcanzar a los que van andando, ya que no voy mucho más deprisa que ellos. Es una gran tentación bajarse. La cadencia que llevo es bajísima. Acostumbrado a ir más ligero, me cuesta contenerme para no disparar la pulsaciones a donde no las puedo mantener. Después de unas rampas más suaves, la pista se convierte en un torrente. Piedras y pequeñas balsas de agua y barro ocupan todo el ancho del camino. Es intransitable y tengo que bajarme unos metros. Enseguida veo el sendero a la derecha del que me había hablado Pedro: se puede subir pero al desnivel se le suma la dificultad técnica. Aquí las pulsaciones ya no se pueden controlar. Mis ojos van de la cifra del pulsómetro al sendero y a la altitud que llevo. Cada vez estoy más cerca de los 1.828 metros, el punto más alto de la ruta y rozando las 180 pulsaciones por minuto. Por cierto, despejad la incógnita partiendo de la fórmula para saber tus pulsaciones máximas: 220 ppm - edad = 180 ppm.

Llego a la cafetería de Cotos extenuado. Hay varias mesas ocupadas por compañeros, todos llevamos el mismo maillot, aunque no conozco a nadie. Intento pedir un bocadillo de atún, mi preferido para estos momentos, pero no hay así que otra vez toca bocadillo de lomo como en Cercedilla. Sin saberlo me siento a comer con mis futuros compañeros de ruta.

Al cabo de un rato llegan varios ciclistas conocidos y me cambio de mesa. Entre ellos Alberto, aún con dolor de rodilla, pero lo tiene fácil para acabar el recorrido corto. Tanto Quique Ciria, que tiene que comer, como Gianfranco —excelente fotógrafo y persona— van a hacer la versión corta de la Guadarrama Gravel Challenge por lo que me tengo que buscar un grupo sino quiero seguir solo. Pedro me manda un mensaje: no me vio y siguieron su ruta hacia Navacerrada. La ruta larga, sin embargo, baja al valle del Lozoya y sube por Morcuera para acabar con casi sesenta kilómetros de llaneo y bajada que se harán muy largos, aunque ya lo veremos...

Morcuera. 1.777 m.

Formo parte de un nuevo grupo y, con fuerzas renovadas, bajamos Cotos hasta Rascafría. Voy tirando con David, que, aunque se crío por la zona, es oriundo de Castellón. Va con dos amigos. Siento cansancio por el esfuerzo de Cotos pero intento seguir con el ritmo que traía. Así afrontamos las primeras rampas de Morcuera y en el grupo nos quedamos cuatro, David con sus dos amigos y yo.

Cuando no llevamos ni medio puerto veo que no voy a ser capaz de seguir ese ritmo, empiezo a sufrir, bajo un poquito el ritmo y justo uno dice que se para a comer algo. Pienso en parar... pero siempre es mejor seguir, aunque sea despacio. Los otros le dicen lo mismo. David y Miguel siguen y me voy quedando mientras me recompenso con un poco de gel cada pocos metros de subida. Es un momento en que pedalear, aunque sea despacio, es suficiente.

Llegamos al único descanso que tiene el puerto, el resto es todo al 7 u 8%. David y Miguel se paran a esperar a su compañero, pero yo sigo, centrado en pedalear, en el ritmo, en mí. La desolación aumenta cuando se acaba la protección del bosque y las laderas aparecen yermas. ¿Por qué me ha dado este bajón? Quizá sea debido al esfuerzo en Cotos, pero no fue tan largo... ¿Igual por no haber comido o bebido lo suficiente? Pero he estado comiendo bien durante toda la mañana y bebiendo... Quizá en la cumbre de Cotos ese bocadillo se me ha quedado corto. Me pongo 80gr de hidratos en un bote que nunca había probado, lo que nunca se debe de hacer. Sin embargo, no da resultado.

Al final de la pista hay un oasis. Las palmeras son las furgonetas de Sanferbike con bebidas y comida que no reconozco hasta que casi me choco con ellos. Son la salvación de muchos de nosotros. Tengo una sensación extraña, de ligero mareo, agotamiento. Entre otras cosas, intento comer una empanada y no soy capaz de tragarla, no tengo saliva. Bebo algo, aunque no todo lo necesario (más adelante me acabaré bebiendo el agua de David). Él va tan bien que se está tomando una cerveza. De echo, es la tercera desde que le conocí en Cotos.

Cuando nos ponemos de nuevo en marcha, le pregunto a Julio de Sanfernbike si esta es la última vez que los vemos antes de la llegada y me dice que sí. Se me pasa por la cabeza quedarme allí y volver en la furgoneta, como un compañero que está allí con fuerte dolor de cuello.

Nos quedan al menos tres horas más, que... seguramente serán cuatro...

Los últimos kilómetros.

Es curioso como la vuelta a la normalidad, es decir, pedalear, te hace sentir mejor. El mareo desaparece. Disfruto en el descenso de Morcuera; hasta me embalo y hago algún video de mis compañeros en las zetas del final. Las WTB Nano de 40 que pillé pensando en esta ruta se han portado muy bien. 

Después muchos baches en pistas que van perdiendo inclinación negativa, nos encontramos con un compañero que se ha caído en una rápida,. Está esperando a la furgoneta, ya que cree que tiene el hombro roto. Una pareja nos adelanta y los perdemos de vista enseguida. Pistas y pistas, casi ninguna cómoda, algo de subida… Intentamos poner un ritmo pero tenemos que ir esperando a Miguel. Al contrarío de David, no me encuentro brillante, pero podría ir algo algo rápido de lo que vamos.

Paramos en un supermercado a pocos kilómetros de El Escorial, Miguel llega muy justo, después de comer algo y beber nos sentimos mejor. Me zampo un Colacao bebible que me sienta de maravilla. Miguel nos hace fantasear con la idea de ser los últimos de la GGC. Dice que después de todo el sufrimiento que estamos pasando nos merecemos ser algo, aunque sea "ser los últimos". Cuando nos estamos poniendo en marcha llega uno de los compañeros de los que perdimos en el inicio de la subida y que estábamos dando por muerto. Nos da mucha alegría encontrarlo. En los últimos kilómetros, el nuevo integrante del grupo no aguanta el ritmo y se queda. Estamos ya todos al límite. Han pasado cuatro horas desde que coronamos Morcuera. Cuando por fin llegamos al camping de donde salimos, son más de las nueve de la tarde, nos aplauden. Quique Ciria me recuerda lo que habíamos hablado: “como muy tarde llegaremos a las siete”... Han pasado más de doce horas desde que nos pusimos en marcha. Y ni aún así somos "los últimos".

Cuando es ya prácticamente de noche, somos nosotros los que aplaudimos, cerveza en mano, a los ciclistas que van llegando y que que sí son los últimos de la primera Guadarrama Gravel Challenge.