El Giro di Lombardia de 1913 vivió, probablemente, el desenlace más surrealista de la historia de la prueba. Aquel año, la carrera de referencia de la parte final del calendario se decidió entre caídas, amenazas, escoltas policiales y un paso por el hospital. El guion fue berlanguiano y el protagonista, sacado de una novela negra. El paso del tiempo lo curó todo. O casi todo. Hay relatos que convierten rivalidades en mitos eternos.
Il Lombardia se empezó a correr en 1905 y siempre ha sido una prueba otoñal con predisposición a la lluvia y a las sorpresas. Las primeras ediciones de la Clásica de las hojas muertas se las repartieron ciclistas italianos y franceses. En 1911, el ganador fue justamente un francés que corría como independiente, Henri Pélissier, un desconocido hasta ese momento. Poco se sabía de él salvo que era un protegido de Henri Manchon y que ya había conseguido un tercer puesto en el Tour de los Independientes, una prueba amateur organizada por Peugeot Wolber para que ganaran… ¡corredores del equipo Peugeot Wolber! Henri Pélissier estuvo a punto de conseguirla, de no ser porque los comisarios de carrera neutralizaron la etapa de La Rochelle cuando Pélissier —entonces corredor del equipo Alcyo— estaba abriendo un hueco criminal al líder del equipo Peugeot Wolber.
Y es que en esa época el ciclismo ya se había convertido en una cuestión mayor en Francia, un deporte de masas, pero a la francesa, es decir, algo análogo al croissant matinal. En otros lugares, en cambio, se vivía de forma distinta; así, el ciclismo en pista en los Estados Unidos era puro divertimento mientras que. en Italia, el ciclismo se amaba como una religión. Eran los tiempos —en 1913— en los que un pipiolo de veinte años venía de conseguir el campeonato italiano en ruta además de ganar una etapa del Giro de Italia. Se llamaba Constante Girardengo, y sólo faltaba por saber si llegaba como un mesías cualquiera o, directamente, como un hijo de Dios. En cualquier caso, estaba destinado a ser uno de los grandes protagonistas del Giro de Lombardía que se acercaba.
Henri Pélissier durante el 1913 y, ya como soldado durante la I Guerra Mundial, en 1917
Al mismo tiempo, y por paradojas de la vida, Henri Pélissier acababa de ser contratado por el Peugeot Wolber —pocos años atrás se había vivido elaffaire de La Rochelle— y ese Il Lombardia de 1913 debía ser su primera carrera como corredor de su nuevo equipo después de su paso por el Alcyon. A ese Giro de Lombardía acudieron cinco corredores Peugeot: Jean Alavoine, Louis Trousselier, Henri Pélissier, Maurice Brocco y Marcel Godivier, un auténtico equipazo ya que Pélissier ya había ganado la clásica italiana en 1911 y Brocco había conseguido un cuarto puesto en la edición de 1911 y un tercero en la de 1912.
Llegó así el día de la prueba, el 2 de noviembre de 1913. La primera dificultad de la jornada era el puerto de Brinzio, de más de ocho kilómetros a una media del 3,5%, un terreno que aprovechó Girardengo para atacar por primera vez. No consiguió despegarse de los otros favoritos pero uno de los nombres importantes, Ezio Corlaita, que venía de ganar la Milán-Módena, se cayó y tuvo que retirarse. En el paso por el primer control, en el alto de Brinzio, los favoritos pasaron agrupados, con Girardengo, Pélissier y Brocco a la cabeza. En Como, la carrera seguía igual pero Girardengo atacó de nuevo en el ascenso al Passo della Cappelletta —diez kilómetros de ascenso a una media del 6%—, a medias con Godivier, que saltó detrás de él y consiguió anular las aspiraciones del corredor de Nova Liguria.
Pero se había formado ya una escapada selecta y en Erba se unieron nuevos corredores al pelotón delantero, entre ellos Brocco y Alavoine. Este grupo de cabeza llegó a sacar dos minutos de ventaja al segundo, en el que estaba Henri Pélissier. En el control de Bérgamo, la distancia entre las dos unidades se había reducido en un minuto, pero, poco después, Henri Pélissier pinchó, y la ventaja de los de cabeza aumentó a tres minutos. Entonces la carrera fue neutralizada por unos minutos —probablemente por la afectación de un paso a nivel— y eso propició que, a las puertas de Milán, el francés recuperase el contacto con el grupo de cabeza. Llegaron al Parque Trotter de Milán, donde se encontraba el hipódromo al que los corredores debían dar dos vueltas para cruzar la llegada. Todo estaba a punto para el momento culminante, pero nadie se esperaba lo que estaba a punto de suceder.
Carlo Durando se cayó en el hipódromo; Girardengo evitó la caída mientras que Brocco y Pélissier rodaban séptimo y octavo en lo que ya era descaradamente una volata: velocidad pura en el hipódromo-velódromo. Repentinamente, un coche cruzó frente a los primeros para hacerse sitio en la llegada y provocó un frenazo brusco en la cabeza de carrera que aprovecharon los más rezagados, caso de Brocco y Pélissier, para pasar a las primeras posiciones. Todavía restaban cuatrocientos metros y Girardengo se pegó a la rueda de Henri Pélissier. A falta de cien metros, Girardengo cayó y llegaron a meta los tres franceses, Pélissier, Brocco y Godivier; por primera vez en la historia de la clásica no había un italiano en el podio. Ese final de carrera encendió los ánimos del público y dio paso a un nuevo episodio.
En 1919, el corredor francés ganó el campeonato nacional francés
Con Pélissier recibiendo las felicitaciones en meta, Constante Girardengo, absolutamente encendido, lo acusó: “¡Bastardo! ¡Bandito!”, ya que le hacía culpable de su caída en la recta de llegada. Eso provocó todavía más a los aficionados que dejaron de felicitar al campeón. ¡Girardengo incluso estaba dispuesto a utilizar los puños contra Pélissier! La muchedumbre rodeó al ciclista francés que, con la ayuda del único carabinieri del lugar, se refugió en una cabina de cronometradores a dos metros y medio del suelo, no sin antes recibir algunos golpes, uno de los cuales le dejó sordo durante unas horas. Al cabo de unos minutos, llegaron cuarenta carabinieri y finalmente Pélissier y los otros franceses pudieron abandonar el velódromo e ir al hotel.
Muchos años más tarde, en 1928, Pélissier rememoraba aquella jornada en sus memorias, que se publicaron en el diario Le Miroir des Sports: “La algarada había sido muy complicada porque, un mes después, tuve que entrar en una clínica para hacerme operar. Treinta días de cama y dos meses de convalecencia fueron el precio de mi último éxito en Italia”. Girardengo le pidió disculpas y reconoció que él buscaba semejante violencia. De hecho, la reclamación oficial que presentaron, y que fue desestimada, no fue por la llegada, sino porque, en su opinión, Pélissier no había respetado la neutralización de la carrera en Bérgamo. Pélissier volvió a ganar el Giro di Lombardia en 1920, convirtiéndose así en triple vencedor de la clásica y completando un palmarés de lujo que contemplaba, además, dos París-Roubaix, una Milán-San Remo, una Milán-Turín, una París-Tours, una Burdeos-París, una París-Bruselas, un Campeonato de Francia en ruta y el Tour de Francia de 1923. Todo eso con el infame paréntesis que supuso la Primera Guerra Mundial de por medio. Pélissier y Girardengo se volvieron a enfrentar muchas veces, siendo la última el Grand Prix Wolber de 1925 —Campeonato del Mundo avant la lettre— que ganó el italiano.
Pélissier el velódromo del Parque de los Príncipes después de ganar la Burdeos-París de 1919
La leyenda del Giro di Lombardia de 1913 está prácticamente olvidada y esos tiempos en que los aficionados vivían el ciclismo de estos héroes sobre ruedas, también. Puede que no crean esta historia. Puede que tampoco crean que el Tour de Francia estuvo a punto de morir en su segunda edición porque los aficionados de una estrella saboteaban a su máximo rival, y que hasta lo secuestraron en carrera. No me creerán, estoy seguro, pero pasó. Pélissier se retiró en 1927 en el mismo equipo en el que militaron ese año dos de sus hermanos, Francis y Charles. Henri murió en 1935 a manos de su novia, que le disparó con la misma pistola con la que su mujer se había suicidado dos años antes.