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Transcontinental Race No6, by Joan Carrillo (capítulo III)

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Joan Carrillo | 21 Nov 2018

Transcontinental Race No6, by Joan Carrillo (capítulo III)

Transcontinental Race No6, by Joan Carrillo (capítulo III)

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Os ofrecemos la experiencia de Joan Carrillo en la edición de este 2018 de la Transcontinental Race (TCR). Después de superar Albania, Joan Carrillo afronta la parte final de la prueba. Este es el último capítulo de su experiencia.

Capítulo III. Olvidando Albania, pensando en la meta

Había prisa por qué me esperaban así que hice aquella bajada disfrutando pero con seguridad. A pesar de ello casi me pego un ostión; se me cruzó una gallina y casi paso por encima de ella. En el valle empezaba a anochecer y vi a tres participantes juntos y en fila, algo que es ilegal. Eran el cabrón de Bruno, un inglés que intentó adelantarme en el CP1 y otro que llevaba buen ritmo. Los adelanté después de comprobar que tenían mala cara y, lo confieso, echándome unas risas por dentro. Eso sí, les lancé unas palabras de ánimo sinceras. Al poco sonó la alarma de mi Garmin por qué la batería estaba baja. Intenté conectar el cable pero no encajaba, ¡se había roto el conector! ¡Y era nuevo! Me adelantó el trío preguntándome si todo estaba correcto. “Sí, no pasa nada”. Activé el Plan B, enchufé el móvil y a seguir la ruta con la app que tenía preparada como backup. Todo esto con la pantalla del teléfono como una cristalera barroca.

Aumenté el ritmo para recuperar el tiempo perdido pero ahora el tendón de Aquiles me empezó a dar pinchazos. Estiré, había un punto de dolor fuerte. En una subida exigente empezó a doler intensamente. Paré y me pasé 20 minutos apoyado en un muro, mirando las estrellas y estirando el gemelo izquierdo. Qué imagen, impresionante, preciosa, infinita. Una estrella fugaz. Un deseo. No hubo manera de quitar el dolor. Algo había pasado y ahora tenía tendinitis aquilea. Esa noche intenté pedalear del tirón a pesar del dolor, quedaba poco para meta y ya olía a yogur griego. Fue un día complicado, había empezado a las seis de la mañana. A media noche encontré una gasolinera con el bar abierto pero no cobraban con tarjeta. Por suerte aceptaron euros y me tomé un café y una Coca-Cola. Había un trabajador y un camionero en la terraza que hablaban a gritos. Me senté en una silla y después de la dosis de cafeína, me quedé dormido, una hora de siesta. Cuando desperté, se acercó el trabajador, que había bajado el volumen y hablaban a susurros, y me dijo que un italiano en bici había venido, me había hecho una foto y se había ido. ¡Bruno, mamonazo!

Seguí en una noche dura por el norte de Albania con muchas subidas intensas y con algún caminante por las cunetas en medio de la nada. Necesitaba agua, me había quedado vacío. En todas las gasolineras por las que pasé había un coche custodiándola, sin luces, con un ‘segurata’ y eso me transmitía mal rollo. Encontré una con luz, con un surtidor con una tele en marcha, increíble y surrealista. Escuché ruido de agua corriendo en el lavabo, saqué la cabeza pero vi que la pica no tenía grifo. Entré imaginando que estaba en un videojuego terrorífico y vi una letrina con una manguera enchufada a un grifo que había en la pared. Intenté desenchufar la manguera pero había mucha cinta americana sujetándola así que pasé de liarla que eso podía cabrear a alguien. Igualmente tampoco iba a poner agua en mi botella de una manguera que estaba dentro de una letrina apestosa. Fracasé pero fue divertido. Seguí hasta encontrar una gasolinera con un hombre repostando y una pareja dentro del coche. Llevaban comida y parecía que vinieran de una boda, arreglados y borrachos hasta las cejas. Comían hamburguesas y guarradas. Le pedí al trabajador agua, pero me la negó y entonces el del coche me preguntó qué quería. “Necesito agua”. Me dio una botella que tenía por abrir en el coche. Le habló a la chica, ella me preguntó en inglés si necesitaba algo más y le dije que solo necesitaba agua, que muchas gracias. Me la puse en el bolsillo y me fui rápido de ahí. Salvado por el momento.

Gasolineras de película… de terror

La noche era oscura y pesada y yo seguía durmiéndome en la bici con cabezazos a las cinco de la madrugada. Acumulaba ya casi veinticuatro horas seguidas con el único paréntesis de una siesta en una silla. Necesitaba café y comida y apareció una gasolinera. La más surrealista hasta el momento con unos militares vestidos de calle jugando al fútbol entre los surtidores. Las porterías eran los conos del parking de autobuses, en la terraza un hombre jugaba al solitario y fumaba sin parar, todo a la vez. Dentro, una mesa con gente que parecían de la mafia, jugaban a cartas con dinero encima de la mesa. Cuando entré me miraron mal pero no parecía una amenaza, más bien al contrario. En otra mesa había una chica y dos chicos jóvenes que miraban una película en la pantalla gigante. Era en inglés y subtitulada al albanés, una película de acción. El camarero, un chico joven, no paraba de entrar y salir sirviendo a todo el mundo. Le pedí si podía pagar con tarjeta. “No”. “¿Euros?” “Ok”. Tomé un café y croissants de chocolate. Le di cinco euros, rebuscó en una montaña de billetes y me devolvió el cambio en euros. Dos monedas de dos, barato. Me lo tomé en una mesa bajo la mirada de uno de los mafiosos. Otro café y más croissants. No le quedaban de chocolate así que me decidí por una bolsa de minis. Le pregunté si podía dormir en la mesa, una siesta. Sin problemas. Me quedé frito.

Me desperté al cabo de media hora. La peli seguía. “¿El lavabo?” “Allí”. Me aseé y me puse pomadas. Cuando salí la película se estaba acabando, los mafiosos recogían sus cosas y los militares se subían a unos coches. El del solitario ahora jugaba dentro. Me despedí y me fui de mi oasis del mal. Por suerte, quedaba poco para Grecia. Amanecía -que no es poco-, seguí con sueño y el dolor aumentaba. En estas condiciones, retomé la marcha hasta que paré en un puente por qué no podía dar una pedalada más. Me quité el zapato y usé el par de calcetines de recambio para ponerlo en el talón y subir así el talón de manera que podía aguantar un poco mejor el dolor de la tendinitis aquilea. Parecía una sobrecarga pero era una rotura fibrilar. Me apoyé en la valla del puente y me hice una foto para recordar ese momento. Rompí a llorar. Decepción y frustración. Cansancio y rabia. Tenía que llegar. “Haz lo que puedas. Has llegado hasta aquí. Tú mismo”, no paraba de repetirme. Subí a la bici y llegué a la frontera dónde había una cola que duraba horas. Me colé pero nadie se quejó.

Al fin, Grecia

Debería sentirme mejor cuando, tras unos cinco kilómetros, llegué al primer poblado. Al salir me asaltaron 3 perros y cómo era una bajada lancé un pequeño sprint pensando que no me seguirían. Pero corrían mucho y el jefe de la manada estuvo a punto de morderme el pie izquierdo. Clavé los frenos y paré derrapando, el perro seguía ladrando a cierta distancia. Le grité. Le grité fuerte, con rabia, con fuerza. Le grité des de dentro, des del alma. Salté de la bici gritando y el perro seguía ladrando, así que empecé a correr hacia ellos. Seguían ladrando pero yo gritaba más fuerte. Empezaron a correr en dirección contraria. Yo seguía gritando y grité hasta vaciarme. Hasta ahuyentarlos con mi rabia, descargando todo lo que pesaba. Aligerándome. Cuando me disponía a subir a la bici oí un grito des del pueblo. Me subí a mi máquina y me fui satisfecho.

Seguía y seguía observando la cuenta atrás. Un buen desayuno en una pastelería, en Grecia se come bien. Aunque me estaba durmiendo otra vez y me decidí por una siesta en la cuneta. Fue media hora que me sentó genial, al sol, con el olor de mierda de pájaro. Seguí, quedaba poco y no paré a comer, pero había una gasolinera; unos bastoncillos de sésamo y dos frapés. Lo que queda me lo conozco: Meteora. Menuda subida. El año pasado llegué a meta a las cuatro y media de la madrugada, no vi nada, pero escuché las campanas. Impresionante, piel de gallina. Otro participante venía pisándome los talones, era el que se saltó los túneles. No era rival, le penalizarán, el trio de Bruno y demás quedó atrás durante la noche y al de delante no lo podía pillar, estaba a 15 minutos. Llegué a la subida final, era intensa y había rampas del 10%. Nunca tomo geles ni cosas de esas, pero tenía hambre y necesitaba un aporte de energía extra. Como no me quedaban barritas, tomé un gel de cafeína. King Lizard a todo volumen y a darlo todo, a pesar del dolor, del cansancio, del sueño. Había llegado el momento de disfrutar. Me esperaban, me apoyaban. Compartí la canción con el Team Volata. No podía escribir, pero les leía. A ellos y a los demás que me seguían y me mandaban mensajes. Estaba solo, pero acompañado. Había llegado el momento de dar el resto, de quedar satisfecho y de llorar de nuevo. Había subido mucho más rápido de lo que pensaba, hice un sexto y un noveno en el Strava. No está mal.

Empecé el parcour, envié un mensaje entre lágrimas a mi familia y al Team. Era la hora de disfrutar del último parcour que diseñó Mike Hall. Impresionante. Piel de gallina otra vez y muchos pensamientos. Me imaginé abrazando a mi novia, a mi hermana y a mi sobrina que esperaban en meta. Hice una bajada prudente y un repecho que me costó horrores remontar. Sólo quedaban la meta y ellas. Salté de la bici y me abracé a mi novia. Lágrimas, alegría, satisfacción. Fue increíble, mi segunda TCR consecutiva. El abrazo se me hizo corto, quizá porqué hacía días que lo necesitaba y anhelaba por igual. Hablé con Juliana Buhring, me entrevistaron para el podcast. Felicité a Juliana por el CP4, realmente me gustó, era una prueba dura pero ¿qué es la TCR si no una prueba dura a la que te tienes que adaptar? Ahora tocaba cerveza, ensalada y a sonreír por conseguir llegar a meta. Fue entonces, en ese momento de felicidad, cuando acompañado por los míos tuve unos minutos para recordar el camino hecho, para saborear la tranquilidad que supone el dejar de tener que luchar para moverte, de sentir la admiración y el orgullo de los que te siguen. Para entender que no hay grandeza en una gesta así, solo ganas de encontrar límites, de buscar un gozo diferente, de dar sentido al sufrimiento. Aunque no lo tenga. El momento en que todo el peso acarreado se aligera. Y me quedé pensando, casi sin saberlo, en el camino, en los pasos dados para llegar a esa situación. Menudo camino.