Os ofrecemos la experiencia de Joan Carrillo en la edición de este 2018 de la Transcontinental Race (TCR). Después de la primera entrega con las vivencias de los días iniciales, ahora nos adentramos en Hungría.
Capítulo II. La fuerza del desayuno
Por suerte, este año había elegido mejor la ruta húngara. De camino al Balaton me encontré con Yoann Saludes, a quién conocí en la BTR de este año. Fue un encuentro breve ya que en el primer cruce tomamos direcciones opuestas; ahí él me dijo “a ver cuál es la ruta más rápida”. Gané yo. Esa noche la pasé en la frontera de Croacia, en una gasolinera llena de camioneros emborrachándose y gente durmiendo en coches. Me tiré sobre un par de banquetas que había al lado de los surtidores.
Por la mañana, ritual: café de la máquina, limpieza de bajos, pomadas y a darle. Otro día lento y difícil de avanzar por las carreteras croatas aunque por suerte era una zona agrícola y plana y los que llevaban los tractores te avisaban para que te pusieras detrás. Eso sí, esos trayectos duraban poco. Después vino la locura de Bosnia, camino del CP4 con una siesta en una gasolinera incluída. Fueron 325 kilómetros de mucho desnivel en veintidós horas con carreteras estrechas y abarrotadas de locos al volante. El líquido tubeless se acabó y puse una cámara que reventó a los cinco minutos. Puse la segunda cámara, no llevaba más así que guardé la pinchada con un parche. Fingers crossed. A pesar del descontrol general, de noche se circulaba bien por Bosnia. Eso sí, los pocos coches que circulaban lo hacían a velocidades increíbles.
A media noche llegué a una gasolinera con gente bebiendo y jugando a cartas que me querían invitar a licores. Les agradecí el gesto pero, aunque me jugué la vida, rechacé su propuesta. Por lo menos conseguí que me lo cambiaran por un café doble y encima me regalaron una bolsa de snacks y me dieron permiso para dormir en un banco de madera. Descansé una hora y a seguir. Antes del CP4 pasé por Sarajevo dónde, pasadas las dos de la madrugada había tiendas abiertas. Ay, si hubiera llevado dinero del país…
Al CP4 llegué a las cuatro y cuatro minutos de la madrugada. Me aseé en los baños del hotel y pregunté al voluntario mi posición —iba el 34— y dónde podía estirarme a echar una siesta. Me comentó que un participante se iba y había dejado una habitación libre, que si quería podía usarla. Obviously! Antes hablé con éste compañero —y rival generoso— que me recomendó que me comprara unas chanclas por la mañana antes de hacer el parcour. Había dos horas de caminata ya que era un camino complicado e imposible de pedalear con la bici de carretera que en mi caso, y como llevaba zapatos de BTT, pasé de chancletas. Me fui a su habitación, la cama estaba por estrenar pero no había toallas limpias porqué había usado las seis, así que me sirvió la que estaba más seca. Me duché y dormí un par de horas y por la mañana, buffet de desayuno. Intenté hablar con algún camarero por si debía pagarlo pero nadie me hizo caso.
El resumen, pues, es este: tres platos de salado, dulce y fruta. Y listo para arrancar. Antes hablé con gente de la organización y otros participantes, había muchos que estaban horrorizados por el parcour, ostros buscaban ayuda en el hotel para comprar neumáticos. Desde una tienda de Sarajevo hacían viajes con neumáticos para los que los habían destrozado en la tierra -que no eran pocos-. Otros simplemente habían abandonado. Cuando me disponía a marcharme me llamó la recepcionista porqué al parecer “me había olvidado” el desayuno que había encargado para llevar. ¡Premio! ¡Y gratis!
Un parcour maldito
Empecé y detrás vino Camile a hacerme unas fotos por el camino. El parcour empezó bien, con un camino ciclable con bici de carretera pero al cabo de media hora la cosa se complicó por la inclinación y por mucha piedra suelta que hace imposible traccionar. Empecé a andar y al final tardé dos horas en llegar arriba. Me crucé con gente que arreglaba pinchazos, otros bajaban andando. Algunos maldecían, otros se reían. Llegué a la cima y fin del parcour, foto y a empezar el descenso. Me lo tomé con calma, pero lo hice casi todo encima de la bici, sin problemas ni pinchazos. Lucky me. Me encontré con la primera chica en la clasificación que se había caído y había pinchado pero a pesar de ello seguía risueña. Me dijo que de subida se había caído y pinchado una vez más y al empezar la bajada había vuelto a pinchar, así que se lo tomaba con calma y bajaría andando lo que le quedaba. Cuando llegué abajo me crucé con un tío divertido al que conocí en el CP3. Llevaba unas zapatillas de mujer de ir por casa que había comprado en una tienda, le iban pequeñas y la verdad es que era muy divertido.
Satisfecho por haber llegado al CP4 y haber sobrevivido al parcour, hice el último achuchón hasta meta. Pensaba en la posibilidad de comer bien pero al final decidí seguir y ya no comí algo hasta llegar a una gasolinera. La de aquel momento era una carretera complicada y con mucho desnivel, pero al llegar a Montenegro, la cosa mejoró sustancialmente con una carretera preciosa siguiendo un río y un estanque enorme. Impresionante. Al anochecer coincidí con varios corredores en un restaurante. Unos hicieron noche allí, otros abandonaron. Yo disfruté de una buena cena y seguí hasta que me pasó algo completamente nuevo y sorprendente: ¡me dormí encima de la bici! No sé ni cómo no llegué a caerme porque me desperté después de unos cuantos cabezazos y de dormirme completamente en una bajada en la que iba a más de 40 km/h por el efecto de la gravedad… Del susto me desperté de golpe. Llegué a una gasolinera dónde, con las piernas temblando, compré provisiones y agua. Había un banco al lado del baño, detrás del edificio, y justo ahí unos sofás de una cafetería que estaba cerrada. Así que, una siesta y a seguir. Demasiada comodidad, dormí cuatro horas…
Ese día había descubierto que, pese a decirle que no lo hiciera, mi novia iba a venir a recibirme a meta. Le pedí perdón al despertar por haberme dormido. Un café doble en la cafetería y seguí arrastrando ese extraño sentimiento de culpabilidad. Entré en Albania dónde las carreteras seguían siendo buenas. Aunque más plano al principio, luego se complicó y a medida que iba hacia el norte, también se enrarecía el ambiente. Comí en supermercados y até bien la bici, que la cosa pintaba mal; un caos en cada pueblo o ciudad. Lo peor, Tirana y sus proximidades con un tráfico de locos, carreteras en mal estado, gente chunga y pocos comercios grandes. Encontré un centro comercial y me paré a comer. Ahí no quisieron cobrarme con el contactless del móvil, no lo habían visto nunca y no se fiaban por lo que tuve que pagar con tarjeta. Al salir quise asearme y ponerme crema en un rincón del párking y acabé por pelearme a gritos con los seguratas. Vino su jefe y me pidió por favor que me fuera. Encima había comido fatal; Albania, para olvidar.