Una de las modalidades ciclistas que ha irrumpido con más fuerza estos últimos tiempos es el ultraciclismo sin asistencia. Se trata de una forma de disfrutar y entender el ciclismo en el más amplio y extremo de los sentidos que, además, cuenta con una historia bonita y de orígenes lejanos. Está viviendo su momento más popular y es por eso que pensamos que ha llegado para quedarse. Para comprender su esencia vamos a echar una pequeña mirada atrás.
El origen
Al principio, todo fue oscuridad hasta que, en la exposición universal de París de 1867, llegó la bicicleta. Pronto se hizo un hueco en la vida de los europeos y pasó de ser un simple medio de transporte a convertirse en el primer deporte de masas de la historia. En aquellos primeros años, miles de aficionados se congregaban en velódromos para ver cómo los precursores de los ciclistas profesionales daban cientos de vueltas con sus torpes biciclos. La bicicleta evolucionó gracias a la invención de la cadena de transmisión y del neumático y dio el gran salto a la carretera de la mano de los primeros patrocinios deportivos.
En el año 1891, antes incluso que la primera edición de la Lieja-Bastoña-Lieja, la “Decana”, se celebró la Burdeos-París, de 570 kilómetros, y la París-Brest-París, de 1.200 km, con un éxito y una repercusión mediática sin precedentes. Paralelamente, y mientras en esos años en Francia se tenía una visión más profesional del ciclismo, en Italia surgía el movimiento Audax en que los aficionados al ciclismo intentaban rodar en grupo distancias cada vez mayores entre la salida y la puesta de sol. Las proezas de estos aficionados calaron en la figura que dirigía el destino del ciclismo profesional en Francia y así es como Henri Desgrange -creador del Tour- impulsó en este país el “ciclismo Audax” y las primeras Brevets junto con el Audax Club Parisien a principios del siglo XX.
Dos caminos diferentes
Eran tiempos en que el ciclismo de competición tendía a ser un deporte cada vez más profesionalizado, con pruebas que rara vez superaban los 300 kilómetros y donde difícilmente se volverían a ver imágenes como las de los primeros Tour de Francia o París-Brest-París (PBP). Se trataba de pruebas en que, inicialmente, la capacidad puramente deportiva del ciclista pesaba tanto como su estrategia, la resistencia mental, los conocimientos mecánicos o la capacidad de adaptación a las múltiples circunstancias de carrera. Fue así pues, como el ciclismo de larga distancia comenzaba a alejarse del ciclismo profesional de competición, en el que pruebas como la Burdeos-Paris, con ganadores ilustres cómo Tom Simpson o Jacques Anquetil, y la propia PBP languidecían en el calendario hasta sus últimas ediciones de mediados de siglo. En contraste, las Brevets seguían ganando adeptos y creciendo en popularidad, con distancias cada vez mayores y siendo organizadas en países cada vez más lejanos. La ruptura del Audax Club Parisien con Henri Desgrange en 1921 propició la aparición de la versión Randonneur.
El de Desgrange es, pues, uno de los nombres propios más relevantes en esta evolución aunque hay otros igualmente significativos. Es el caso de Paul de Vivie “Velocio”, considerado padre del cicloturismo moderno y que con su visión del ciclismo como estilo de vida ayudaron a entender el ciclismo de larga distancia como una nueva forma de viajar y explorar tanto el mundo exterior como los límites del propio ciclista.
El nuevo siglo
El ciclismo de larga distancia de carretera se ha entendido, históricamente, como una forma de disfrutar el deporte sin más espíritu competitivo que el de superar los límites de uno mismo. Pero ya entrado el siglo XXI ha cambiado el panorama. Competiciones MTB como el Tour Divide o la Iditarod han impulsado la necesidad de viajar en bicicleta con soluciones cada vez más ligeras y aerodinámicas y eso nos ha llevado al nacimiento del bikepacking.
Es el resultado de la coexistencia de una cultura tradicional de ciclismo de larga distancia con soluciones que permiten rodar cada vez más rápido y más lejos. A esto se le suma una creciente cultura por el deporte extremo con los avances tecnológicos en el mundo de las comunicaciones que permiten que con un simple dispositivo podamos dar a conocer nuestra posición o expresemos nuestra opinión en tiempo real con un alcance global. Son elementos que dibujan la tormenta perfecta a la espera de un catalizador. Y ese fue Mike Hall.
Mike Hall y The Transcontinental Race
Mike era un joven británico acostumbrado a pruebas de larga distancia con experiencia en competiciones MTB como el Tour Divide. En 2012 decidió presentarse a la primera carrera que daba la vuelta al mundo en bicicleta en que el objetivo colectivo era rebajar el record de 106 días y 10 horas y 33 minutos establecido años atrás. Frente al resto de participantes que acudieron con bicicletas de geometría cómoda y alforjas, Hall se presentó con una bicicleta de carretera aerodinámica, ruedas de perfil, acoples y soluciones de bikepacking. Ganó y lo hizo, además, con un nuevo récord de 29.080 kilómetros en 91 días y 18 horas. Hall demostró algo inédito hasta ese momento, que el ciclismo de competición y el de larga distancia podían ir de la mano.
Fue con ese espíritu que un año después creó The Transcontinental Race, una carrera en la que los ciclistas debían llegar de Londres a Estanbul en una sola etapa non-stop sin seguir una ruta establecida pero pasando por dos puntos de control obligatorios. La TCR se ha convertido en un fenómeno mediático donde los cientos de participantes seleccionados entre las masivas solicitudes y los miles de aficionados dan un nuevo aire al ciclismo de competición con un seguimiento online gracias al tracker oficial que debe portar cada corredor y con los informes de los propios ciclistas en las redes sociales.
La expansión del ultraciclismo sin asistencia
Entre las normas de esta modalidad de ciclismo destaca la prohibición de recibir asistencia externa planificada durante el evento. Es decir, no están permitidos los equipos de apoyo o la reserva previa de hoteles, restaurantes y talleres. Nada de lo que ocurra durante la carrera puede estar planificado, con la dificultad añadida de no poder ir a rueda de otros ciclistas en ningún momento de la prueba.
El éxito de la carrera creada por Mike Hall en 2013 fue tal que en apenas cinco años inspiró la creación en todo el mundo de un gran número de pruebas basadas en ese mismo formato, como la Trans Am Bike Race, la TransAtlantic Way o la Indian Pacific Wheel Race, impulsadas en su mayoría precisamente por veteranos de la Transcontinental Race. Este nuevo escenario internacional de ciclismo de larga distancia de competición llena el calendario de pruebas donde los corredores llevan al extremo su pasión por el ciclismo, la autosuficiencia y el bikepacking, llegando a pedalear durante semanas más de veinte horas al día y recuperando los valores propios de otra época donde más allá de la resistencia física, el éxito reside en la resistencia mental y la capacidad de adaptación.
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Transibérica Ultracycling nació en 2018 impulsada por Carlos Mazón, tercero en la Transcontinental Race de 2016 y cuarto en la Trans Am Bike Race de 2015, David Rodríguez, Randonneur 10.000, Azahara Morales, diseñadora y aficionada al ciclismo y la ultraciclista británica Sonia Barrar. El movimiento organizará este 2019 la segunda edición de la Transibérica Ultracycling Race —una carrera de 3.500 kilómetros alrededor de la Península Ibérica pasando por ocho puntos de control o checkpoints— y la primera Transpyrenees Ultracycling Race —una carrera con una ruta prefijada de 950 kms y 24.000 metros de desnivel que cruzará los Pirineos desde Llançà a San Sebastián—.
FOTOGRAFIAS: Ibai Armentia y Juanan Barros