Flandes es, sin duda, un destino turístico de primer orden, tanto a nivel cultural como deportivo. En 2018 recibió 30,8 millones de visitantes, de los cuales el 34% optaron por explorar los paisajes y las zonas rurales flamencas, especialmente en las épocas de primavera y verano. El cicloturismo, uno de los motivos por el que se experimenta ese auge, es un sector que goza de muy buenas infraestructuras y recursos: desde miles de kilómetros de carriles ciclables a hoteles adaptados a las necesidades del viajero que se mueve en bicicleta, pasando por numerosos eventos relacionados con el mundo de los pedales.
Las marchas cicloturistas y ciclodeportivas son una excusa perfecta para descubrir el terreno ondulado de Flandes y experimentar encarne propia la esencia de carreras como la Ronde van Vlaanderen —o Tour de Flandes—, uno de los cinco Monumentos del ciclismo junto con la Milán-San Remo, la París-Roubaix, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardía, y una de las competiciones más antiguas del calendario del ciclismo en carretera, con 103 ediciones celebradas. Junto con De Ronde, otras carreras de un día como la E3 Harelbeke, Gante-Wevelgem, Omloop Het Nieuwsblad, Kuurne-Bruselas-Kuurne, Nokere Koerse y Scheldeprijs Vlaanderen, hacen que cada primavera, entre febrero y abril, el ciclismo sólo tenga ojos para los sube y baja constantes, los recorridos ratoneros, los tramos de pavés y los "muurs".
Debido a la intensidad del calendario en los meses de primavera, Flandes suele asociarse popularmente a esa época del año. De hecho, la cicloturista We Ride Flanders 2019 Cyclo, que se celebra el día antes del Tour de Flandes, recoge el fervor y la pasión por ese tipo de carreras, llegando a congregar a 16.000 aficionados (cifras de 2019) de 63 nacionalidades para gozar del mismo recorrido que los profesionales, y así descubrir, sin la premura de la competición, tramos históricos, como los muros del Oude Kwaremont y el Kapelmuur.
Otra magnífica oportunidad para recorrer esas carreteras es la Vlaanderens Mooiste - Ronde van Vlaanderen Summer Edition, que se celebra a principios de septiembre. Precisamente busca desestacionar la esencia de la De Ronde, y que los aficionados puedan rodar por las mismas carreteras con buen tiempo, y convertirse así en auténticos flandrien, es decir, "un ciclista con un instinto de ataque impredecible, un ciclista que rueda en todo tipo de condiciones meteorológicas, y que nunca agacha la cabeza", según reza una frase en el Museo del Tour de Flandes, en Oudenaarde. Un fenómeno, una fuerza de la naturaleza, vamos. Y para completar la experiencia flamenca, también se pueden marcan en el calendario la Retro Ronde (junio) y Ronde van Vlaanderen Off Road (octubre), qua ayudan a conformar un cuarteto de eventos que proporcionan una experiencia ciclista completa, variada y, sobre todo, intensa y exigente.
El Flandes veraniego
Hasta dos mil participantes se congregaron en la pasada edición de la Vlaanderens Mooiste, que tenía la villa de Geraardsbergen como punto de inicio y final. La marcha ofrece la posibilidad de descubrir el recorrido con circuitos de diferentes distancias, en función del nivel de cada uno: 23 km, 60 km, 90 km, 119 km y 169 km. Esta opción permite transitar por las carreteras flamencas añadiendo dificultad de forma gradual, y sin convertir la experiencia en una agonía innecesaria, aunque cuando uno opta por las distancias más largas, esa mueca que transmite tanto felicidad como la sensación de “quien-me-habrá-mandado-meterme-aquí” es inevitable.
A diferencia de otras marchas, en la Ronde van Vlaanderen Summer Edition no hay una hora fija de salida, sino que todos los participantes, sea cual sea la distancia que hayan decidido recorrer, pueden iniciar el recorrido en el momento que deseen, dentro de una franja horaria amplia. Eso hace que la experiencia sea relajada y que se evite entrar en competición con otros participantes. Al final, el recorrido es suficientemente duro como para que éste sea el verdadero enemigo a batir. Además, la marcha permite la participación de todo tipo de ciclistas: desde el familiar con niños, gente mayor con bicis eléctricas, ciclistas con mountain bikes, bicis de paseo o de carretera. Esa diversidad de compañeros de ruta, de todas las edades y formatos, sin duda ayuda a tener la percepción de que uno participa en una fiesta del ciclismo y se borran todas las ideas preconcebidas de lo que suele ser una marcha cicloturista con un recorrido muy exigente. A diferencia de lo que se podría pensar, la convivencia es posible y, además, se agradece, especialmente cuando la gente mayor te sonríe al pasar o en los numerosos puntos de avituallamiento, mientras comes un gofre o un bizcocho de melaza y especias.
Rodar por pavé, un arte local
Mientras que las rutas de 23 km y 60 km permiten iniciarse en el terreno, a partir de la de 90km ya se experimentan tramos de entidad, tales como las cimas de La Houppe/Hoppeberg, Wolvenberg, Valkenberg y Muur-Kapelmuur, y zonas de hasta un kilómetro de pavé, que ponen a prueba la resistencia y la pericia de los participantes. La marcha está cerrada al tráfico rodado, pero no para los vecinos, así que muchos de ellos están habituados a rodar diariamente por aquellas carreteras. Mientras los neófitos en pedalear por adoquines necesitan unos cuantos kilómetros para ir testeando cual es el desarrollo más adecuado y sufrir lo menos posible, los ciclistas locales, con sus bicis de paseo, los recorren con una naturalidad envidiable, por no hablar de la soltura con la que los participantes más veteranos y los ciclistas enfundados en maillots de clubs belgas superan el tra-tra-tra-tra. Sin duda, rodar por aquel terreno es un arte belga cuya dureza te puede hacer maldecir tu propia participación en la marcha.
Uno de los aspectos más satisfactorios de la ruta es ver con tus propios ojos algunas de las zonas emblemáticas y recurrentes del Tour de Flandes, tales como la curva que da inicio al Molenberg, la subida al Leberg ; un pequeño muur de 950 metros que forma parte del recorrido tanto de la De Ronde como de la Omloop Het Nieuwsblad la Driedaagse De Panne y la Dwars door Vlaanderen. O también el Kapelmuur, el muro en cuyas rampas Fabian Cancellara atacó a Tom Boonen en la edición de 2010. Ese es el último obstáculo de envergadura antes de los últimos kilómetros para llegar a la meta, situada en las afueras de Geraardsbergen. Ahí, no demasiado lejos, se encuentra el Muur van Geraardsbergen, una de las cimas más emblemáticas del Tour de Flandes, donde Johan Museeuw dejó tirado a Fabio Baldato en la edición de 1995, un ataque que le permitió conseguir su segunda victoria en esta prueba. Aquella edición, de 261 km, fue comenzada por 192 corredores, pero solo 98 consiguieron finalizar. Eso demuestra la dureza de la prueba.
La sensación de que todas estas gestas, que forman parte de la historia del ciclismo moderno te acompañan durante el recorrido, es constante. Experimentamos un deja-vú contínuo, como cuando se recorren las localizaciones de películas míticas del cine y que ya son memoria personal y colectiva. Quizás sea ese uno de los motores que activan ese instinto de supervivencia, a veces inexplicable, que hace que, a pesar de las dificultades, no se tire nunca la toalla. Poner pie a tierra, en el ciclismo, es siempre la última opción. Cruzar el arco hinchable que marca el final se convierte en una obsesión. Allí se mezclan sensaciones de alivio por haber conseguido terminar con la agonía, y de satisfacción por haber logrado completar el reto. ¿Soy ya una flandrien? "A ver, enséñame las manos —le comenta un corredor a otro que iba sin guantes —. ¡Madre mía!" Llevaba las manos ensangrentadas después de 170 km, pero en la cara se le dibujó una sonrisa de inmediato: "me da igual, he completado el recorrido y ahora me voy a tomar una cerveza así de grande".