Camino de Cauterets por la carretera paralela al Gave (río, según la denominación local) del mismo nombre, Induráin rueda con solvencia (de hecho ha incrementado su diferencia respecto al grupo de los favoritos), aunque Fuerte, ayudado por un generoso y agonístico Murguialday (el cual incluso hace la goma en alguna ocasión), va recortándole poco a poco su ventaja. En cuanto al grupo de LeMond, cuyo ritmo va marcando Gérard Rué, ha ido dando alcance a quienes habían estado ocupando posiciones intermedias entre los dos BH y aquel, así como reincorporando a corredores que han podido remontar posiciones. De manera que al atravesar Cauterets el grupo perseguidor de los tres españoles escapados —del que acaba de saltar William Palacio— es bastante numeroso, prueba de que el ritmo de ascensión no ha sido demasiado exigente. Por lo tanto, los movimientos relevantes, en caso de producirse, van a tener como escenario la subida a Le Cambasque, abarrotada de aficionados españoles ansiosos por asistir a un ataque de Delgado y encantados con el múltiple protagonismo hispano en la parte decisiva de la etapa.
Nada más dejar atrás Cauterets, por fin, los capos empiezan a moverse. A unos 4 kilómetros y medio de meta Charly Mottet salta con una fuerza descomunal, abre enseguida hueco y rebasa con facilidad a Palacio. En ese momento Induráin conserva una ventaja de 4 minutos y medio al mismo tiempo que sufre en las rampas más duras de toda la subida. Mientras tanto en el grupo de LeMond, sometido a una creciente jibarización, es Fignon quien asume la responsabilidad de marcar el ritmo. ¿No puede o no quiere dar la cara, el estadounidense? Poco antes de llegar a la pancarta de 4 kilómetros a meta, Delgado demarra con furia y alcanza en un suspiro a Mottet; tras el segoviano avanza a duras penas Theunisse. El francés y el neerlandés intentan aguantar la rueda del español, pero solo lo logran durante unos instantes, porque Perico los suelta pocos metros antes de que alcance Murguialday y lo adelante. El ciclista segoviano está subiendo enrabietado. A su inconfundible estilo cuando va sentado, que combina vigor en la pedalada y una pulcritud técnica inalterable —rodillas ligeramente decantadas hacia el cuadro, la articulación de las falanges de sus pulgares sobre los límites de la cinta de la barra horizontal de su manillar, oscilación simétrica y acompasada de la espalda—, hoy parece añadir una crispación inusual a su esfuerzo, también cuando se levanta del sillín. Como si estuviera liberando toda la ansiedad acumulada por lo sucedido en Luxemburgo, o como si quisiera recuperar todo el tiempo perdido de una sola tacada.
Y a pesar de su intensa concentración y de estar vaciándose para llegar cuanto antes a la meta, también es capaz —como en otras ocasiones— de hablar, de reprocharle su actitud a algún aficionado que corre a su lado de forma fastidiosa y temeraria durante demasiados metros. Y todavía otro pormenor: en claro contraste con su decisión de disputar las etapas de alta montaña del Tour de 1988 con una bicicleta de carbono, este año se ha decantado por un cuadro de acero. Tres décadas después, lo recuerda con precisión: «Sí, en 1988 yo llevaba una bicicleta de carbono y la verdad es que no acabé muy contento. Y de hecho, quitando algunas ocasiones puntuales, siempre me gustaba más el cuadro de acero. El de carbono “flexaba” y vibraba mucho en los descensos y me generaba mucha inseguridad; y aunque era más ligero que el de acero, a mí no me resultaba cómodo para competir».
Induráin llega a la meta de Le Cambasque agotado hasta el punto de apenas celebrar su meritorio triunfo.
Fotografía: archivo Movistar Team
*Fragmento extraido del libro El último Tour del Siglo XX", de Josep Maria Cuenca (Contra Editorial).