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El glamour de los miradores

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Albert Rabadan | 28 Aug 2016

El glamour de los miradores

El glamour de los miradores

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La Vuelta a España 2016 lleva más de una semana en marcha y ya ha tenido tres llegadas en alto. Relativas a su manera, pero tres llegadas en alto. Las dos primeras, en preciosos miradores gallegos, el de Ézaro y San Andrés de Teixido, y la última en La Camperona. 

En el primer caso, era la segunda vez que se subía en carrera tras estrenarse con gran éxito en la edición de 2012, y en el segundo se trataba de una subida inédita. La tercera debutó en la Vuelta en 2014 y esta ha sido la segunda vez que se ha subido. En cualquier caso, estas llegadas corresponden a la política clara de recorridos de los últimos años en la gran vuelta española, que consiste en descubrir nuevos finales espectaculares para mantener el show activo la mayor cantidad de días posibles sin matar la carrera. En esta edición son 10 las etapas que terminan en un puerto.

Como ha repetido más de una vez el director de la carrera, Javier Guillén, el objetivo es que la carrera se decida en el último fin de semana. Lo logró el año pasado, cuando Tom Dumoulin perdió el maillot rojo en favor de Fabio Aru en la víspera de Madrid, y en esta ocasión la cosa no pinta tampoco mal: Alejandro Valverde, Chris Froome, Esteban Chaves y Nairo Quintana, los principales favoritos para la victoria final, están juntos en la general con dentro del minuto de diferencia. El hasta ahora líder de la carrera, el colombiano Darwin Atapuma, ha descendido hasta la sexta posición después de perder más de 1 minuto en La Camperona respecto el grupo de favoritos. 

Alberto Contador ha recuperado algo de tiempo y se encuentra a 1 minuto y 39'' respecto a Nairo Quintana, nuevo líder de la general. Pero teniendo en cuenta la manera imprevisible de correr del madrileño, su tiempo a recuperar y su orgullo tocado pueden ser un aliciente más para el desarrollo de la carrera. Ya en el Tour quiso morir matando, sólo para dejar su huella antes de abandonar…

Lo cierto es que a los ciclistas les gusta la Vuelta. La participación de lujo en los últimos años así lo demuestra. La presión es menor que en el resto de temporada, las etapas son más cortas y empiezan más tarde, los hoteles son mejores que en Francia (aunque las instalaciones gallegas no han gustado a todo el mundo…) y, para qué no decirlo, es final de temporada, y muchos ya tienen los deberes hechos.

Adam Hansen, el recordman de participaciones consecutivas en grandes vueltas –con ésta son ya la barbaridad de 16, y además sin ningún abandono–, confesó que apenas había tocado la bicicleta para entrenar después de volver del Tour de Francia. Lo mismo se puede decir del resto de participantes del Tour y/o de Juegos Olímpicos: el poco tiempo del que disponían desde volver de Río de Janeiro, si a algo lo han dedicado es a descansar. Así que muy pocas primeras espadas han hecho una preparación específica para la carrera.

Eso, si bien es cierto que añade incertidumbre a la carrera, también le resta algo de exigencia competitiva. Sí, la Vuelta está pasando por parajes bellísimos. Sí, han venido los dos grandes favoritos del Tour de Francia y sí, están en los primeros puestos, pero nadie quiere dominar un pelotón que ha dejado llegar a la fuga en las tres llegadas en cima de esta edición para dejar tres vencedores de etapa con poco glamour. Es cierto que se podía hablar mucho y bien del nivel deportivo del sólido Alexandre Geniez, el prometedor Lilian Calmejane y del rocoso ex-uzbeko Sergey Lagutin, pero no se pueden hacer portadas con los nombres de estos dos franceses y del veterano ciclista del Katusha como sí se podía hacer de las luchas entre Purito, Valverde y Contador en la edición 2012 de la Vuelta, la que consolidó su tan criticado como alabado modelo actual, que si bien puede ofrecer momentos brillantes, depende del deseo y la voluntad de los ciclistas que es, a estas alturas de año, más bien frágil.