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Eugène Christophe o el hombre que no se rendía

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Jordi Rodríguez Ruiz | 29 Jul 2019

Eugène Christophe o el hombre que no se rendía

Eugène Christophe o el hombre que no se rendía

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Ernest Hemingway escribió en El viejo y el mar que un hombre podía ser destruido pero no derrotado. En ciclismo, este podría ser el caso de Eugène Christophe, un parisino que perdió muchas veces y que no se rindió nunca hasta morir; su vida se apagó a los ochenta y cinco años en la misma ciudad que lo vio nacer.

El padre de Eugène estaba convencido de que su hijo podía ser lo que él nunca fue, es decir, ciclista profesional. Es por eso que, pese a las estrecheces económicas, llegó a ahorrar para comprarle una bicicleta de carreras. Su padre murió poco después, era 1901 y Eugène tenía 16 años. La trayectoria del joven no se detuvo y disputó su primera carrera en Montgeron. Aquella competición fue muy dura con él ya que sufrió dos pájaras y acabó en la posición setenta. Además, en el camino de vuelta a casa se cayó y se lesionó la rodilla. Durante la convalecencia, su madre puso a la venta la bicicleta con tan mala suerte que no consiguió venderla así que, una vez más, Eugène Christophe volvió a pedalear.

En 1902, Christophe vivió un capítulo que se convirtió en premonición. Fue en Ozoir-la-Ferrière, en las afueras de París, durante una carrera de 150 kilómetros entre Champigny y Villiers sur Marne, cuando intentó girar con el manillar y se quedó con éste en las manos pero sin conexión con la rueda delantera. Recogió los hierros rotos y la rueda a un lado y la bicicleta al otro y caminó durante doce kilómetros hasta que encontró un herrero que supiera de bicicletas que aceptó el encargo y rehizo como pudo la base de la horquilla para poder acoplar el manillar y seguir la carrera. Llegó a meta y completó el recorrido con un tiempo de diez horas, el doble que el vencedor de la prueba pero Eugène Christophe no se olvidó ni de Montegeron ni de Champigny; pocos años después ganó ambas carreras. En 1904, Christophe se casó y tuvo un hijo que, al igual que su mujer, murieron en 1905 como resultado de enfermedades pulmonares. Eugène volvió a subirse a la bicicleta como había hecho cuando vivió la muerte de su padre. Y voló.

Pasado el tiempo, en 1912, Eugène Christophe rozó el cielo con sus manos. Fue el más rápido en completar el Tour de Francia de aquel año pero no el que consiguió las mejores posiciones, así que, en un Tour a los puntos, quedó segundo por detrás de Odiel Defraye. En la siguiente edición, ya con un Tour que se resolvería al mejor tiempo, Eugène llegaba como estrella máxima del todopoderoso equipo Peugeot. Después de que Odiel Defraye se retirase de la competición en la quinta etapa, Christophe pasó a ser el líder de la Grande Boucle. La etapa siguiente, entre Bayona y Luchon, contaba con los ascensos al Aubisque y al Tourmalet. Christophe, que era un escalador nato, había pasado el Aubisque en primera posición y todo apuntaba al éxito. Pasó segundo el col del Tourmalet por detrás de Philippe Thys pero en pleno descenso la bicicleta Peugeot de Eugène se rompió. Como ya había vivido en 1902, se echó la bicicleta a un hombro y el resto de piezas, rueda incluida, al otro. Caminó durante quince kilómetros hasta Sainte Marie de Campan, buscó un herrero, y perseguido por tres comisarios –las ayudas externas no estaban permitidas por entonces-, rehizo el trabajo que había visto hacer antes en Ozoir-la-Ferrière aunque estaba vez el herrero era él. Tres horas después, Eugène salió de allí con la bicicleta arreglada y la dignidad bien alta. Acabó ese Tour.

En 1919, en el llamado Tour del Renacimiento –el primero después de la Primera Guerra Mundial-, Eugène llegó más fuerte que nunca. El líder de las primeras etapas de aquella edición, Henri Pélissier, se retiró en protesta por “la calidad de los hospedajes proporcionados” por la organización del Tour. De esta forma, Eugène Christophe pasó a ser el líder la prueba con más de diez minutos de ventaja sobre el segundo, Firmin Lambot. Por aquella época, el jefe deportivo de La Sportive, el inmenso Alphonse Baugé, había pedido a Henri Desgrange, director del Tour, la creación de algún maillot distintivo para el líder de la carrera. Al finalizar la décima etapa, en el café L’Ascenseur de Grenoble, Christophe se enfundó el maillot amarillo pero, como obra del destino, sólo cuatro etapas más tarde rompió la horquilla de su bicicleta cerca de Valenciennes. Esta vez tardó 70 minutos en arreglarla y aunque volvió a subirse a la bicicleta, perdió de nuevo.

Eugène Christophe ganó siete veces el Campeonato de Francia de ciclocrós -el que más- y fundó una fábrica de bicicletas con su nombre “Christophe”. Se casó de nuevo pero el divorcio posterior le costó la fábrica de bicicletas y sus deudas le obligaron a volver al ciclismo después de haberse retirado en 1924. Un día le preguntaron que por qué no se retiró de aquel Tour de 1913, o de aquel Tour de 1919 y él respondió que si empezaba algo era para acabarlo y que no concebía la retirada. Que muy mal tenía que estar para dejarlo. Y eso hizo toda su vida, no retirarse nunca. Aunque Ernest Hemingway hablase del mar, aunque su novela se hubiese publicado en Cuba en 1951, Eugène Christophe bien podría haber sido su modelo de resistencia.

 

FOTOGRAFÍAS: VOLATA, Agence Rol, Jean Durry