La energía inquieta de Alison Jackson: de las praderas canadienses a conquistar París-Roubaix
SUSCRÍBETETras 145 kilómetros agotadores entre Denain y Roubaix, enlazando sectores de pavé, siete valientes corredoras embarradas y exhaustas se adentraron en el velódromo André Pétrieux conscientes de que tenían ante sí la oportunidad de su vida. Nadie había previsto que la París-Roubaix 2023 terminaría así, pero ahí estaban. No iban a ser alcanzadas. El público estaba eufórico, gritando de emoción, mientras las ciclistas se apretujaban, se daban codazos y se arrimaban el hombro, cada una tratando de darlo todo en esa última vuelta.
Alison Jackson era una de las integrantes de ese grupo. La canadiense, una ciclista popular en las redes, pero poco conocida en el pelotón, se encontró con una situación poco favorable a falta de media vuelta. Estaba encajonada, incluso hubo una caída a escasos centímetros de su posición que estuvo a punto de noquearla. Fue entonces cuando se abrió una brecha que permitió a Jackson desplazarse a su derecha. Utilizó su fuerza bruta para empujar antes de la última curva para encontrar el carril adecuado. Dejó que la energía que le quedaba inundara sus últimas pedaladas. Sus compañeras de aventura tuvieron que conformarse con la ilusión de haberlo tenido muy cerca.
La granja de bisontes y cereales donde nació y creció Alison Jackson, en el oeste rural de Canadá, está a unos siete mil kilómetros de Roubaix. Sin embargo, es el entorno y el contexto el que aleja todavía más ambos lugares. La pradera occidental canadiense es diferente a las granjas bucólicas agrupadas que nos viene a la mente desde un punto de vista eurocéntrico. No hay muchos pueblos pintorescos y tampoco hay muchas personas que vayan en bicicleta... de hecho, tampoco hay muchas personas.
Fotografía: Cooper & Ohara Photography
Estas praderas destacan sobre todo por su vacío, pues en una área cercana a los dos millones de kilómetros cuadrados —el 20% de la superficie de Canadá— tan solo un millón de almas rurales se dispersan como un puñado de semillas en un enorme jardín. Es un terreno ocupado por ranchos, tierras de labranza, arbustos, pantanos, lagos y ríos, así como diversas carreteras de pradera, algunas asfaltadas y la mayoría de grava, que discurren en línea recta durante más de 50 km.
Jackson practicó todos los deportes imaginables mientras crecía en la granja. Jugaba al fútbol, hacía gimnasia, corría y nadaba. Tenía lo que su madre llamaba "energía de aire libre". Cuando no estaba haciendo deporte, jugaba con sus hermanos, y si no ayudaba a su madre en casa o a su padre con las tareas de la granja. Probablemente, mientras hacía cualquiera de esas cosas, bailaba. Es una parte intrínseca de su ser. De hecho, Jackson se ha convertido en una sensación en las redes sociales por sus bailes.
La aproximación al ciclismo
A pesar de toda esa energía y la cantidad de deportes que practicó, hubo una cosa a la que Jackson no hizo mucho caso mientras crecía: montar en bicicleta. Su relación con el ciclismo empezó de casualidad al regresar de unas vacaciones de verano. Descubrió que un jornalero contratado por su padre había dejado una vieja y oxidada bicicleta de montaña en el granero. Se montó y se dio cuenta de que era una forma más rápida para desplazarse que andar o correr. Tenía diecisiete años y todavía no tenía muy claro su futuro. "Quería ser bailarina profesional, o surfista. Pero también quería formar parte de una ONG o de una parroquia. Solo tenía claro que quería hacer del mundo un lugar mejor", recuerda.
Seguía compaginando la carrera, la natación y el ciclismo en su vieja y maltrecha bicicleta cuando un amigo le habló de los triatlones. Tras un breve periodo de entrenamiento se clasificó para el Mundial amateur y decidió tomarse un año sabático y trabajar como guía en la Columbia Británica. Más tarde acabó matriculandose en la Trinity Western University de Vancouver.
En un principio, Jackson no buscaba competir en ninguna prueba deportiva, pero un día salió a correr con el equipo de atletismo de la universidad. Quedaron sorprendidos con su ritmo, por lo que le ofrecieron una beca de atletismo y natación. A los veinte años había cambiado la bici de montaña, que seguía manteniendo, por una vieja bicicleta de carretera que le había prestado su entrenador de triatlón de Alberta.
La granja de Jackson tiene unos ocho mil acres —sistema de medida estadounidense para superficies terrestres—, unos 32 kilómetros cuadrados. Y la envergadura de la maquinaria de siembra, trilla y cosecha para gestionar la granja es acorde a sus dimensiones. Paseando por la granja nos cruzamos con Ferdinand, un búfalo bebé. Reconoce que Jackson tiene una botella de leche en su mano y corre hacia ella. La canadiense encuentra un gran atractivo en volver siempre a casa siempre que puede.
Fotografía: Cooper & Ohara Photography
"Cuando vuelvo a la granja, soy una persona normal. Solo quiero ser útil a mi madre, y a mi hermana con sus cuatro hijos. Me ayuda a mantener el ego a raya. Cuando gané la París-Roubaix, mi padre me dijo: "Qué bien, si quieres correr en bici y recoger piedras, ven aquí y recoge todas las que quieras del campo". Estar en casa siempre me recuerda que no hay una jerarquía de qué carrera es mejor que otra y la integridad de perseguir un sueño".
Esa forma de pensar determina la personalidad de Jackson. Cuando estudiaba kinesiología en la Trinity Western perseguía lo que ella califica como su "sueño olímpico". Ni siquiera estaba segura de qué deporte practicar, solo sabía que quería representar a su país en unos Juegos Olímpicos (sueño que hizo realidad en Tokio). En sus ratos libres, entre los estudios, las carreras y la natación, también se entrenaba para triatlones, y eso significaba un acercamiento cada vez mayor al ciclismo. "Poco a poco empecé a darme cuenta de lo bonito que era el ciclismo, la estrategia, cuándo utilizar la energía, cómo mantener el ritmo. No siempre gana el más fuerte, sino el más listo, y eso empezó a engancharme", explica.
Eso le animó a dar el salto definitivo al ciclismo. Al principio compitió en carreras locales, consiguió buenos resultados y un pequeño equipo profesional de Estados Unidos, el Twenty16, se fijó en ella a los veinticinco años. Eso sí, tanto su prima de fichaje, como su salario e incentivos por rendimiento eran fáciles de calcular. "Cero. Literalmente —asegura la canadiense—. Ni siquiera estaba en blanco. En el contrato ponía o $, pero me proporcionaron el equipo y costeaban los desplazamientos en avión".
Fotografía: Cooper & Ohara Photography
Su desarrollo dentro del mundo del ciclismo profesional fue constante, aunque no siempre meteórico. Y ese éxito inicial desbloqueó una parte hasta entonces desconocida de su cerebro atlético: la astucia y la capacidad de observación. "Me di cuenta de varias cosas. Una era que haría cualquier cosa por ganar —describe entre risas—. Pero la otra era que una parte de mí sabía de forma instintiva cuándo interpretar el momento en el que sucedería algo. Sabía entender la táctica, colocarme delante y evitar así las caídas".
La Roubix, cueste lo que cueste
El microcosmos de los sectores adoquinados del norte de Francia se vincula de forma casi perfecta con ese conjunto de habilidades físicas y mentales de Jackson. "La París-Roubaix es una carrera en la que la mayoría de las cosas escapan a tu control. Hay muchas caídas e incontables problemas mecánicos. La dureza te pasa factura físicamente y nunca puedes saber cómo va a afectar, o está mermando, a las demás". La edición de 2023 contó con todos los elementos de la naturaleza de la prueba: caídas, caos, tensión, sorpresa...
Jackson encabezó la escapada desde el primer momento. La canadiense se llevó consigo a media docena de corredoras. Lo normal es que esos esfuerzos estén condenados al fracaso cuando el aliento del pelotón se siente en la nuca, pero su instinto ganador le hacía ver que existía una pequeña oportunidad. "Cuando nos acercábamos al final, más trabajo tenía que hacer. Pero era consciente de que si yo dejaba de trabajar, las demás también lo harían. Tenía que predicar con el ejemplo y demostrar que creía en este grupo. Esa fue mi apuesta".
En numerosas ocasiones, con el grupo de favoritas acechando por detrás, se pudo ver a Jackson animando a sus compañeras. A falta de cinco kilómetros la diferencia era de solo 9 segundos, pero se unieron otras dos ciclistas, arriesgando en varias curvas, y eso revitalizó el grupo. "Recuerdo que pensé que no había venido hasta aquí para que me engullera el pelotón. Sí, yo había hecho la mayor parte del trabajo para llegar hasta aquí y podría quedarme sin gasolina, pero prefería terminar quinta de esta escapada y seguiría siendo un gran resultado. Una carrera audaz. Un viaje resistente. Una carrera entretenida”, subraya.
Fotografía: James Startt
En el velódromo todavía mantenían 10 segundos de diferencia y Jackson aprovechó su olfato e instinto para contrarrestar la escasez de energía. "En la curva final me sangraban los ojos del esfuerzo. Sabía que era más rápida que la otra chica y encontré el camino libre. Aún así, nunca tienes la certeza total y no hay que detenerse hasta que cruzas la línea de meta". Mientras alzaba los brazos, el rostro de Jackson describía el asombro de que la fe que siempre había tenido en sí misma se había materializado en uno de los triunfos más prestigiosos.
Cuando cruzó la línea de meta, repleta de barro, Jackson saltó de su bicicleta y celebró la victoria siendo fiel a su personalidad e hizo un paso de baile al estilo hip-hop. Se notaba que era una ciclista con una actitud simpática y efusiva, y que estaba disfrutando del momento. En la entrevista posterior a la carrera le preguntaron si estaba preparada para levantar el trofeo. El rostro de Jackson desprendía emoción. "Estoy preparadísima! Lo haré con la fuerza que me quede... Es una carrera durísima, pero creo que todavía guardo mucha energía. Voy a levantar el adoquín bien alto".
*El texto completo lo puedes leer en el número de la revista VOLATA#40