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La nueva mujer va en bicicleta: Annie Londonderry

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Eulàlia Iglesias | 01 May 2020

La nueva mujer va en bicicleta: Annie Londonderry

La nueva mujer va en bicicleta: Annie Londonderry

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Desde el siglo XIX la bici se ha convertido en una aliada imprescindible de los movimientos de liberación femeninos. Revisamos los inicios de esta alianza que propició que las mujeres fueran señoras de su propio tiempo de ocio y conquistaran nuevas cuotas de independencia.

El 24 de septiembre de 1895 Annie Cohen Kopchovsky entraba en Boston con su bicicleta. No se trataba de una llegada corriente: esta joven de veintitrés años acababa de dar la vuelta al mundo sobre dos ruedas a lo largo de quince meses. La prensa del momento saludó la gesta de Annie como “el viaje más extraordinario jamás emprendido por una mujer”. La empresa resultaba doblemente admirable si tenemos en cuenta que Annie no contaba apenas con experiencia deportiva y tuvo que dejar de lado sus “obligaciones” como esposa y madre de tres hijos. 

 

Como Phileas Fogg, la aventura de Annie surgió fruto de una apuesta con los hombres de un club. Además consiguió el patrocinio del agua mineral Londonderry. Durante el viaje, la chica lucía el logotipo en su equipamiento de forma tan ostentosa que la marca se acabó convirtiendo en su apodo. Annie Londonderry se valió de otros medios de locomoción para lograr su propósito y, a su regreso, embelleció el relato de su trayecto con muchas más emociones y peligros de los que realmente había vivido. La capacidad de autopromoción de la joven no resta valor simbólico a una hazaña que demostraba que una mujer podía apañárselas por sí sola en un mundo de hombres y vivir las mismas tribulaciones que los personajes masculinos de los libros de Julio Verne. De regreso de su viaje e instalada en Nueva York con su familia, Annie empezó para un periódico la columna “La nueva mujer”, expresión que se popularizó en esa época para definir al nuevo tipo de fémina que subvertiría la identidad femenina tal y como la conocíamos.

El auge de la bicicleta a finales del siglo XIX coincidió con el del feminismo. Justo en el cambio de siglo surgieron los primeros movimientos organizados de mujeres que reclamaban, entre otros, su derecho al voto en una sociedad que todavía las consideraba ciudadanas de segunda relegadas a su condición de madres y esposas. Esta “nueva mujer”, educada, reivindicativa y consciente de su valor, encontró en la bicicleta a una aliada perfecta. El empleo de la bici propició, por ejemplo, el cambio en la vestimenta: se dejaban atrás los ropajes encorsetados típicamente victorianos para adoptar vestidos más holgados y cómodos, sobre todo pantalones bombachos. La bicicleta también favoreció que la mujer dispusiera de un medio de locomoción propio con el que se convertía en señora de su tiempo de ocio. Ahora las mujeres podían moverse lejos del hogar que constreñía su ámbito de movimiento y gozar de un aire libre del que apenas podían disfrutar las que pertenecían a la clase trabajadora. Además les facilitó el traslado y el desarrollo de sus empleos. La bicicleta fue, en suma, una herramienta imprescindible para que la mujer conquistara nuevas cuotas de independencia. Y lo sigue siendo.

En una viñeta aparecida en 1895 en la contraportada de la revista satírica norteamericana Puck se ilustraba a todo color a la nueva mujer en su bicicleta. El centro lo ocupa un ejemplar de una de estas féminas del futuro: ataviada con botines y pantalones bombachos, con el pelo corto y anteojos, guarda las manos en el bolsillo con gesto decidido mientras tres ratoncitos la contemplan con admiración. Detrás de ella, se ve el retrato de una mujer de las “antiguas” que se ha encaramado a un taburete ante la presencia de otro roedor. A su alrededor, aparecen diferentes ilustraciones entre cómplices e irónicas de los diferentes usos que la nueva mujer da a los velocípedos: las criadas la utilizan para aprovechar mejor sus domingos libres; la lavandera ahora tiene más fácil cargar el hato de ropa sucia; la niñera pasea al bebé remolcado tras su bici; las mujeres del Ejército de Salvación lideran un desfile mientras cantan sin dejar de pedalear; la joven viuda la coge para visitar la tumba de su marido; incluso una nueva forma de suegra se sube sobre las dos ruedas dispuesta a visitar a la familia de su hija y quedarse por algún tiempo... ante el horror de su yerno.

Esa misma revista y otras publicaciones recogieron igualmente los temores y prejuicios ante esta nueva alianza entre mujeres y bicis: viñetas con maridos desbordados consolando bebés sollozantes mientras la madre y esposa se preparaba para dar una vuelta en bici, señores que friegan platos mientras reciben las instrucciones para la preparación de la cena de una mujer a punto de marcharse con la bici a un congreso feminista, hombres que se caen de su vehículo a causa de la conducción imprudente de alguna fémina... Tampoco faltaron los consejos pseudocientíficos que alertaban contra los supuestos inconvenientes de subirse al sillín en caso de pertenecer al sexo femenino, como la afectación del aparato reproductor y, atención, la estimulación de la libido. En compensación, también se publicaron manuales para facilitar la introducción al mundo del ciclismo de las mujeres como Bicycling for Ladies (Nueva York, 1896) de Mary E. Ward. Como aseguraba la autora, “con las manos en el manillar se nos revelan nuestros poderes”. Sobre las dos ruedas, la mujer había emprendido su viaje hacia la libertad. Y ya no habría marcha atrás.

 

 

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