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Las ganas de salir

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Tomás Montes | 03 May 2020

Las ganas de salir

Las ganas de salir

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Durante años he visto cada noche a mi padre dejar colgada de las sillas del salón la ropa que llevaría puesta al día siguiente al trabajo.

En su momento pensé que era una manía curiosa. Pero con el tiempo he aprendido que tiene su razón de ser.

En días en los que has de madrugar más de lo normal, el hecho de haber dejado todo listo de antemano evita que pases diez minutos inmóvil y con la mirada perdida frente al cajón de la ropa pensando con qué vestirte porque tu cerebro todavía no ha salido de entre las sábanas.

Así, la noche del viernes todo quedó al pie de mi bici, como si los reyes magos me hubiesen traído una equipación completa de ciclista. Más la cámara de fotos. Sin embargo, no es Navidad cuando a las 5:30 de la mañana suena el despertador, es 2 de mayo, y tras cincuenta días de confinamiento nos regalan la oportunidad de salir a hacer deporte en el exterior.

Durante todos estos días de encierro, había pensado un montón en las ganas que tenía de volver a hacer una ruta en bici, de escapar, de seguir la línea marcada por el gps, de reconocer los lugares que había visto a través de mapas digitales, o simplemente de pedalear por las rutas habituales.

Saliendo por la puerta de casa tengo la sensación de que este primer día de pedaleo en el exterior no va a ser tan idílico como me lo imaginaba. Pero ahora ya no hay vuelta a atrás: me he comprometido a documentar la experiencia, así que dejo de lado las expectativas. 

Son las 6h de la mañana y todavía no ha salido el sol en Barcelona. Falta poco para que cante el gallo y los primeros deportistas fluyen hacia las calles principales como los riachuelos que aportan agua a la corriente de un río. Este río es muy raro porque va cuesta arriba, hacia la montaña. Y, tal y como me imaginaba, todos los barceloneses apuntan hacia Collserolla, el gran pulmón verde de la ciudad.

Subiendo hacia el barrio de Torre Baró me encuentro con una hilera de ciclistas de todas las edades disciplinas y condiciones físicas. Es una subida sencilla, gradual, con buen asfalto, que permite ver el sol aparecer al frente mientras, por la derecha, se va descubriendo la ciudad y, de fondo, el mar.

No puedo despistarme con el paisaje, tengo que invadir el carril contrario mientras sobrepaso a ciclistas para dejar la distancia mínima de seguridad recomendada de dos metros. No hay coches, así que me parece lo más adecuado... Eh, que es cierto, ¡que no hay coches! No lo había pensado hasta ahora. En mi trayecto no me había cruzado con apenas ningún coche... Estaba tan absorto en los ciclistas que me había olvidado de esos cacharros metálicos. Qué fácil es olvidarse de ellos.

Pero ahora da igual...

Al final de la subida, giro a la izquierda para adentrarme en las pistas del Parque Natural de Collserola dejando el sol a mi espalda y subiendo paulativamente en dirección al Tibidabo.

Barcelona queda abajo, a mi izquierda, está silenciosa y no lleva su habitual boina de polución. El resto de ciclistas parece que se ha dado cuenta, como yo, de que la ciudad está bonita y paran a hacerse un selfie con ella, como cuando ves a un amigo después de mucho tiempo.

Me he tomado la mañana con calma y voy viendo que a medida que avanza el día aumenta el número de ciclistas. Aunque no están solos, los corredores y paseantes también han subido a ver la ciudad desde arriba.

Voy hacia la carretera de la Arrabasada para, desde allí, enlazar con la subida al Tibidabo porque supongo que ese será el objetivo de la mayoría. Lo que no esperaba era ver semejante cantidad de ciclistas. Ante mis ojos, un flujo constante de bicicletas ha sustituido al habitual ritmo de coches que circula por aquí. Me parece estar en un mundo ideal en que los vehículos a motor no tienen cabida. Es emocionante.

Después de tomar unas cuantas fotos continúo, ya que quisiera llegar hasta la cima, aunque a cada metro avanzado me parezca peor idea: siento que la masa (poco) crítica ha olvidado respetar las medidas básicas de seguridad y no hay suficiente espacio entre los ciclistas. Y hasta veo algunas grupetas.

Parado al margen, pregunto al aire si es que se ya no recuerdan las advertencias de seguridad. La respuesta que recibo: “es imposible con tanta gente”. Es una lástima que en vez de responder así, los que formamos parte del colectivo ciclista no hayamos decidido dar media vuelta y buscar rutas menos transitadas. Creo que hubiera sido lo lógico.

Mi opción fue la de evitar el camino directo y hacer un rodeo por pistas menos transitadas hasta llegar a la cima del Tibidabo. No fue tan complicado.

Llego frente a la basílica en hora punta. Veo un par de caras conocidas, tomo un par de fotos y decido que ya es suficiente, que ya no tengo más ganas. Somos demasiados en un mismo lugar.

Todas las fotografías: © Tomás Montes (@arrieredupeloton)

 

 

 

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