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La Tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Bretaña

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Daniel Montfort | 10 Jul 2018

La Tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Bretaña

La Tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Bretaña

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Por la Bretaña no se pasa, se va. Eso puede aplicarse a cualquier viaje por Francia y, por lo tanto, al Tour de Francia. Cuando se visita el país celta la organización debe hacer equilibrios ya que está lejos de los Pirineos y aún más de los Alpes, y hay que endurecer la carrera alternativamente antes de los grandes puertos. Pero la visita vale la pena por Bretaña suele ser sinónimo de afición volcada y banderas bretonas por doquier en la cuneta.

La edición de 2018 tiene un bloque de tres etapas bretonas, cada una distinta, en las que se visita paisajes de varias zonas: la costa pesquera y turística, y el interior, agrícola y ganadero, más rural, menos en el escaparate. Y, además, con trampas.

 

 

La primera etapa bretona, de 195 km,  saldrá de La Baule, que no está en la Bretaña administrativa actual pero sí en la Bretaña histórica, que ahora se encuentra en una región de nombre artificial llamado el Pays de la Loire. De allá se recorrerá una zona de marismas, de las que se extrae la sal de Guerande, la referencia salada por antonomasia en la gastronomía francesa. Se transitará por unos caminos y carreteras entre agua salada para luego ir hacia el este y volver hacia el oeste, hacia la costa Sur bretona, una costa extremadamente rota, con rías, islotes, tómbolos y el golfo del Morbihan, con final en Sarzeau. Es un país de esencia celta, con rías y con granitos, situado en el extremo oeste del continente. Parece que hablemos de Galicia. Es esta única etapa llana del bloque bretón hay un enorme cambio de dirección, con un final expuesto a los vientos del mar. En las tiendas de souvenirs bretonas siempre hay una postal de un faro con una ola que da miedo. Aviso a navegantes. 

 

 

El día siguiente ASO, organizadores de la carrera, han querido insertar una mini Lieja-Bastoña-Lieja dentro en la primera semana, en una etapa de 204,5 km entre Lorient y Quimper. En sus últimos kilómetros va a buscar unas cuantas tachuelas de tercera y cuarta categoría en el Finistère, al sur de Brest. En la primavera belga, este tipo de relieve es la sal de la vida. En La Grande Boucle de los tiempos modernos soy más escéptico. Sea como sea, Bretaña se presta a este tipo de encerronas. Vean ahí carreras como el Tro Bo León y el GP de Plouay, fechas importantes del calendario ciclista francés.

 

La primera parte de la etapa transcurrirá por la costa sur bretona, pasando por algunas localidades míticas del turismo galo, como Pont Aven —con su puerto en la ría, sus pintores y sus galletas—, y Concarneau —con su ciudadela dentro del océano—. De Concarneau la carrera irá hacia el interior buscando esas colinas, esos puntos culminantes de granito, de granito viejo, granito que ya era viejo y gastado cuando a alguien se le ocurrió hacer un dolmen. Colinas verdes desde las cuales se vislumbra la costa y el pueblo vecino. Bajar al fondo del valle de la ría o del río y volver a subir la colina vecina, un zigzag en el mapa buscando la trampa. La densidad de casas, granjas y cruces en los caminos hace que siempre haya una carreterita con una cuesta para ir a algún sitio. Porque en Bretaña siempre hay una cuesta para ir a algún sitio. No muy larga, pero una cuesta. De ahí la comparación con las Ardenas.

 

 

La tercera entrega del bloque bretón del Tour 2018 recorrerá las tierras de un ilustre, Bernard Hinault. La salida será desde Brest, la capital del Finistère, destruida en la Segunda Guerra Mundial y reconstruida a base de granito oscuro. Consistirá en un recorrido de un total de 181 km por el centro-norte bretón lejos de la costa con un final amuleto de ASO en Bretaña, el Mur de Bretagne, dos kilómetros de cuesta en línea recta, ahí perdidos en el corazón de la zona, el challenge de los cicloturistas locales. Recordemos, solamente dos kilómetros.

 

Como se suele hacer en las carreras del calendario B francés, se subirá dos veces la dificultad en un circuito final, tramo perfecto para un uphill finisher que lo llamamos ahora, un final muy estilo Vuelta también, final YouTube dicen algunos. Hace treinta y cinco años habríamos apostado por el chico local. Y hace mucho más, en el 1947, Jean Robic daba un paso de gigante para ganar el Tour de aquel año. ¿Saben?, a veces confundo Robic con Primož Roglič.

*Daniel Monfort es geólogo y vive en Francia desde 2006