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Las realidades de La Ruta Minera

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Tomás Montes, Oriol Hergo | 18 Aug 2017

Las realidades de La Ruta Minera

Las realidades de La Ruta Minera

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Todas las clasificaciones suelen ser algo personales; sin embargo, si confeccionamos un top diez de las marchas cicloturistas de más dureza a nivel estatal, La Ruta Minera suele aparecer en la gran mayoría de los casos. El desnivel acumulado es uno de los motivos, sobretodo porque en su recorrido se incluye el Coll del Pradell.

La marcha empieza en la población de Berga, que nos recibió entre los vecinos que se despertaban y salían al balcón, curiosos por saber más de aquella actividad matinal repentina, y los jóvenes que aún disfrutaban las últimas cervezas después de una noche ajetreada. Entre estas dos realidades estábamos los participantes, que rodábamos por grupos mientras cruzábamos la ciudad.

Lo primero a destacar de La Ruta Minera es su recorrido, de una gran belleza. Transcurre por las comarcas del Berguedà y del Ripollés, ambas situadas alrededor del parque natural del Cadí, en la sierra pre-pirenaica. Así que si lo que se busca es disfrutar de buenos puertos de montaña con ventanas a capas y capas de macizos montañosos que se superponen, esta es la zona. En esta tercera edición, la marcha contaba con cinco puertos: tres de segunda, un primera, el Coll de Port, y el Coll del Pradell, todo un hors catégorie. A final del día, el desnivel superaba los 3.500 m.

Para empezar a calentar las piernas, te encontrabas con el Coll de Batallola, un puerto largo y tendido sin muchas durezas destacables. El plato fuerte del día te llegaba pronto, en segunda posición, suponemos que para evitar la solana de julio. Con unos cincuenta kilómetros ya pedaleados, aparecía el Coll del Pradell, un puerto que poco a poco va tomando renombre entre de los cicloturistas. Seguramente le falta ser final de etapa de alguna prueba como la Volta o la Vuelta para convertirse en un fijo en las rutas del fin de semana.

Lo subimos por Vallcebre, donde los primeros nueve kilómetros te ponían en guardia. Luego venía un descansillo y los últimos seis, ya te dejaban tocado, especialmente cuando llegabas a la rampa que hemos visto en todas las fotos con la clásica señal, a modo de advertencia, del 20%. Ahí el panorama ya era una fiesta: familiares, conocidos, vecinos animando, fotógrafos, gente que te da un empujón porque apenas superas los cinco o séis kilómetros/hora. El ambiente parecía recrear una etapa de profesionales pero el sufrimiento y el dolor de piernas hacían que te olvidabas rápidamente de la estampa.

Levantar un poco la vista tampoco ayudaba: únicamente lograbas ver bicicletas serpenteando y varios ciclistas andando por la pista de hormigón. Oriol, que precisamente no iba sobrado de fuerzas, puso pie al suelo. Aprovechó para tomar unas cuantas fotos pero cómo subir de nuevo a la bici no era fácil, entre el 23% de la rampa y que no lograba anclar la cala, se puso a andar también. Tomás, en cambio, consiguió subir del tirón.

 

Olvidamos Coll del Pradell compartiendo risas en el avituallamiento de la cima y nos pusimos a bajar en dirección a Gósol. ¡Qué pasada de descenso, con el mítico Pedraforca delante! Las curvas se iban sucediendo continuamente y el paisaje era inmejorable. La tercera parada del día era el Coll de Josa, corto, sostenido pero que, en la cima, ya empezó a causar los primeros problemas físicos a algunos participantes. Como Joel, al que conocimos al final del ascenso, que ya empezaba a tener rampas en los abductores; aún tenía cerca de sesenta kilómetros por delante. Oriol empezaba a estar cruzado mentalmente, pensando en todos los meses que había estado sin tocar la bicicleta entre semana y como, seguramente, le acabaría pasando factura. Se empezaba a oler el drama.

Bordeando la sierra del Cadí llegamos a Tuixent, tercer avituallamiento de la jornada. Solo quedaba un tercio del día por gestionar. Por delante, el Coll de Port, de primera, con diez kilómetros en subida. Ahí Oriol fue maltratado por la figura emblemática del hombre del mazo. Durante los últimos cuatro kilómetros, curva tras curva, se volvieron un auténtico suplicio bajo un espléndido sol de julio, que se agarraba letalmente. Si algo no hay en Coll de Port son zonas de sombra y tampoco esperes encontrar una fuente para refrescarte. Empezó a sentir nauseas y cuando intentaba beber del bidón, que contenía ese líquido caliente y dulzón, ya no le entraba, aunque hubiera sido su última alternativa en la vida.

Al llegar arriba, se encontró con Tomás, fresco como siempre, sonriendo. Llevaba veinte minutos esperando. Se tiró en un rellano. Parecí una serpiente mudando de piel con todo el maillot escamado de las sales sudadas por su maltrecho cuerpo. Oriol prometió que algún día volvería al Coll de Port y lo subiría dignamente, como se merece.

Después de una larga y tendida bajada, llegamos hasta el último avituallamiento dónde los voluntarios, viendo las pocas ganas de conversar y la mala cara de Oriol, deciden bañarlo con una garrafa de cinco litros de agua. La ducha improvisada hizo que renaciera tímidamente para poder continuar a rueda de Tomás, que se ofreció para llevarlo en volandas hasta Berga. Sorteamos el último puerto, Coll de la Mina, y llegamos al punto de inicio, con esprint final incluido en la última recta. 

La experiencia de La Ruta Minera es un ejemplo más de como la camaradería es esencial en los malos momentos como los vividos, cuando, fatigado y al límite de tus recursos físicos, te planteas abandonar y poner los dos pies en el suelo. Relacionado en ello, nos gustaría destacar que durante el descenso del primer puerto, vimos a de los participantes tirado y esperando en la cuneta. Había pinchado y, como le puede ocurrir a cualquiera, ese día se había dejado la mancha en casa. Fue sorprendente ver que absolutamente nadie se parase para preguntar si necesitaba algo.

También hay que llamar la atención sobre todos los envoltorios de geles y barritas que los de atrás del pelotón íbamos viendo tirados por la carretera. No se trata de ser un ecologista empedernido, sino de tener respeto por el entorno y guardar esos plásticos en el maillot hasta cruzar meta o llegar a un punto de avituallamiento. A veces, con tal de recortar unos míseros segundos nos olvidamos de todo aquello que no sea dar pedales, y amigos y amigas, si queremos seguir disfrutando de estas marchas y estos entornos hay cosas más esenciales y básicas que hay que recordar y que deberían ser prioritarias por delante de la velocidad media o los vatios generados.