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Veneto Trail, espectáculo en los Dolomitas

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Bernat Manzano | 13 May 2020

Veneto Trail, espectáculo en los Dolomitas

Veneto Trail, espectáculo en los Dolomitas

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Descubrir nuevos lugares siempre ha sido uno de los mayores alicientes que me aporta el ciclismo, así que cuando, el verano pasado, se me abrió una ventana de cinco días sin nada que hacer, no me lo pensé demasiado y busqué un plan en el que la bici fuese la protagonista.

Como llevaba ya unos años con la prueba de ultradistancia Torino-Nice Rally en mente, empecé a explorar qué posibilidades me podía ofrecer Italia y me topé con la Veneto Trail, un evento ciclista en modo de autosuficiencia no competitivo en los Dolomitas. Sí, los Dolomitas… la Marmolada, el Stelvio, el Lavaredo o el Cortina d’Ampezzo te vienen rápidamente a la cabeza. También el Monte Grappa, escenario de la masacre de partisanos por parte del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Con estas primeras fotografías ya en mi mente y tras un poco de investigación, me resultó fácil tomar la decisión.

Así, el 21 de junio cargaba la bici en la furgoneta y me dirigí a sumar kilómetros a través de carreteras, autopistas y menús a base de sandwiches y manzanas hasta llegar a la bonita población de Citadella, entre Vincenza y Treviso, punto de inicio y final de la Veneto Trail.

Hay una cosa maravillosa de estos eventos: la tranquilidad y la camaradería que existe entre los participantes y la organización. Puede que sea debido a la poca cantidad de participantes — en este caso, menos de 160— o a el perfil de los ciclistas, en su mayor parte, con un espíritu de aventura más desarrollado que el de competición. Después de formalizar la inscripción, escuchar el briefing, comentar la jugada con algunos de los allí presentes, me fui a soltar un poco las piernas y, luego, a dormir. Los próximos tres días prometían ser interesantes.

Empieza el espectáculo

Si hay una cosa que no llevo nada bien es la lluvia. Pedalear con lluvia, para ser más exactos. Cuando días antes vi que las previsiones meteorológicas daban lluvia a cántaros durante el primer día de la Veneto Trail hice caso omiso y no me lo creí, pero la realidad, como siempre, se presentó mucho más cruel que cualquiera de mi peores pesadillas. Y, así, aquel 22 de junio, se desarrolló bajo una lluvia intensa que nos acompañaría durante 18 horas. 18 horas. Lloviendo. Sin pausa. Mis compañeros de aventura podrían dar fe de lo mucho que llegué a odiar los Dolomitas, Italia entera, cada piedra del camino, el frío a 2.000m. de altitud y el barro que lo terminaba de joder todo.

Pero, en realidad, mi actitud era un espejismo. Me lo estaba pasando bien. Hasta disfrutando, me atrevería a decir. Eso sí, sufriendo sobre la bici como pocas veces había sufrido antes.

En esas horas iniciales, el nerviosismo fue patente entre los participantes mientras se iban formando los primeros grupos. Intenté no forzar y buscar mi ritmo mientras afrontaba subidas exigentes y rotas, para, luego, apretar en las bajadas, mi punto fuerte, y así disfrutar de single tracks interminables que ponían a prueba mis sentidos, los frenos de la bici y la integridad física de todos.

La alegría del día llegaría cuando alcanzamos el Rifugio Campomulo, un refugio de montaña donde la organización había preparado una barbacoa tremenda. Aquello supo a gloria. Visualizad el panorama: goteo de ciclistas cagándose en todo mientras llegan a un lugar perdido en mitad de la nada a 1.500 metros de altitud y, de golpe, se les abre la puerta del paraíso ante ellos con una cerveza artesanal y una hamburguesa deliciosa. El humor les cambiaba en cuestión de minutos. Fue el momento de compartir unas anécdotas entre nosotros. Me enteré que 70 participantes ya habían abandonado. “No estamos tan mal”, me dije, y eso me dio ánimos para seguir dando pedales. Era mejor no perder mucho tiempo para evitar enfriarse, ya que todavía quedaban unas cuantas horas de luz que había que aprovechar.

¿Qué es lo que hay que llevar encima en un evento de este tipo? Esta es la pregunta que más me atormenta antes de empezar una ruta así. No fue hasta la misma mañana de la salida que no me acabé de decidir: opté por una muda —la que llevaba puesta—, un par de calcetines adicionales, un chubasquero, un colchón inflable solo por la espalda, una funda bivvy y un plumas. Más: crema chamoise, unas tiritas, un par de bridas, un power bank, cámaras de repuesto, un multiherramientas, un pequeño pack de barritas energéticas, toallitas húmedas y un cepillo de dientes pequeño. Mi idea inicial era la de dormir en vivac las noches que fueran necesarias, pero después de dieciocho horas de penuria y, ya con la oscuridad encima, encontré una pensión en Pianello di Sopra que me ofreció una ducha caliente, un radiador para secar la ropa y cinco horas de sueño en un colchón, que en aquel momento me parecíó ser muchísimo más cómodo que el de mi piso.

Segunda jornada

Primeros rayos de luz y vuelta a empezar. Desayuno en el camino para aprovechar las horas de la mañana del día, esta vez sin lluvia (¡Aleluya!) y con calcetines secos. Estaba de buen humor y con ganas de encarar la primera ascensión del día, con unos kilómetros asfaltados con pendiente suave que pronto dejarían paso a pistas forestales y senderos de una belleza indiscutible. Fue en esta ascensión donde me junté con Pietro y Marco, dos de los participantes con los que compartiría camino hasta el final.

Si bien la primera ascensión del día se planteó como una redención de todo lo vivido la jornada anterior, no me imaginaba la que nos vendría encima: la ascensión a Passo Cereda, puso la musculatura de todos a trabajar al 200%. Rampas con porcentajes brutales que nos obligaban a desmontar y a empujar la bici en algunos tramos. A pesar de esto, la compañía de mis nuevos amigos italianos y las gratificantes vistas, hizo que llegar a la cima fuese algo más llevadero. También ayudó el copioso menú de montaña que nos zampamos casi sin respirar en un hospedaje rural que nos encontramos de camino. Fue allí donde compartimos mesa con Simona, otra de las participantes de la prueba, que era un buen ejemplo como cómo una prueba como el Veneto Trail podía afrontarse de otro modo. En su caso, como era consciente de su resistencia y la buena tolerancia que tenía su cuerpo a la falta de sueño, podía ponerse un ritmo diesel que le había permitido avanzar toda la noche. Su plan era llegar a los pies de Monte Grappa a la hora que fuese, y allí dormir un par de horitas y seguir hasta meta. Después del avituallamiento, seguimos pedaleando con ella, esta vez por un terreno más favorable aunque acompañados, de nuevo, por una lluvia intermitente hasta el Lago di Corlo, preludio de la última ascensión dura del recorrido, el Monte Grappa.

Simona nos abandonó (decidió avanzar unos kilómetros más) y nosotros tres nos preparamos el vivac en un margen del camino, para descansar unas horas. Decidimos despertarnos a las 5 de la mañana para aprovechar las bajas temperaturas en los primeros kilómetros de ascensión pero mientras dormíamos me pareció escuchar a un par de ciclistas pasar a nuestro lado. Sin duda, participantes que soportaban mucho mejor la falta de sueño.

Tanto Marco como Pietro, llevaban todo el día anterior asustándome con la subida a Monte Grappa, un capricho geográfico de 1.775 m. de altitud, siendo el punto más alto del Macizo del Grappa y que separa la llanura del Véneto y la zona alpina central. Así que cuando empezamos la ascensión, lo hicimos regulando mucho, sin forzar, ya que en los primeros kilómetros nos percatamos que la subida no sería por plácidas pistas forestales, sino por senderos con fuerte desnivel y moldeados por las inclemencias meteorológicas. Sin prisa pero sin pausa, fuimos acumulando kilómetros y desnivel, pasando por búnkers de la Segunda Guerra Mundial, puntos de vigía y pequeños homenajes a soldados caídos. Si durante la Primera Guerra Mundial, el Monte Grappa se convirtió en uno de los últimos bastiones de defensa italiana frente a los austríacos, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron los partisanos los que sufrieron el envite del ejército nazi. Muchos fueron los que murieron en combate y aquellos que sobrevivieron, fueron colgados públicamente en Bassano del Grappa.

El silencio y la visión intermitente de la cima nos acompañan durante los 27 km de ascensión y casi 2.000m de desnivel positivo, superando tramos con pendientes superiores al 26%. Llegar a arriba, tomar un merecido descanso y observar la imponente llanura del Véneto, con el Mediterráneo al fondo fue un momento emocionante para los tres. Y desde allí, tan solo nos separaban 70 km de terreno favorable hasta la meta.

El tramo final

¿He dicho terreno favorable? Olvidadlo. El descenso era de todo menos apacible: una trialera de 12 kilómetros nos ponía de nuevo en tensión, malmetiendo (todavía más) nuestra desgastada musculatura. Entonces di gracias por haber elegido mi bici de montaña y no la de la gravel. En el Veneto Trail había poco gravel...

Después del descenso, llegada a Bassano del Grappa, una fugaz comida en mitad del camino y tan solo el intenso calor opuso un poco de resistencia a nuestro agradable pedalear a orillas del Río Brenta hasta Cittadella, punto final de nuestra aventura. En total invertí 56 horas para superar los 440 km y 11.000 metros de desnivel positivo de la cuarta edición de la Veneto Trail.

Este año, debido a la situación actual, la organización se ha visto obligada a suspender lo que sería su quinto aniversario, pero desde aquí, animo a todos aquellos aficionados al ciclismo de aventura, a seguir el evento de cara al futuro.

Escribiendo estas líneas finales, tengo sobre la mesa tres rutas posibles para realizar este verano… Veremos cómo evoluciona la crisis que nos tiene inmersos en este panorama tan distópico y ya me terminaré de decidir. Por poco que pueda, prepararé la bici, me volverán a asaltar de nuevo las dudas sobre qué llevar y qué dejar en casa y empezaré a pedalear descubriendo nuevos e interesantes lugares.

 

 

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