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'Lance', ¿blanco o negro?

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Isaac Vilalta | 11 Jun 2020

'Lance', ¿blanco o negro?

'Lance', ¿blanco o negro?

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Lance Armstrong parece diseñado para vivir en el ojo del huracán. Los capítulos de su vida le han llevado a ser el centro de atención; incluso estando fuera de escena, ha sido él mismo quién ha decidido volver a ponerse bajo los focos. Pasó con su retorno en 2009, pasó con su entrevista con Oprah Winfrey. No admite el papel de actor secundario ni de ayudante del director. Ahora, cuando había vuelto la calma, se ha estrenado “Lance”, un documental que muestra la visión del tejano sobre su propia vida. Le sobran minutos pero también ofrece momentos impactantes, más por sus gestos, silencios y onomatopeyas que por su contenido. Armstrong es incapaz de andar sin hacer ruido.

— ¿Cuándo te dopaste por primera vez?
— A los veintiún años.

Pues sí, Armstrong mintió en aquella visita a Oprah Winfrey en 2013 y ahora reconoce que se convirtió en el campeón del mundo más joven de la historia corriendo dopado. Aunque matiza que sólo iba con cortisona, que califica de “gasolina de bajo octanaje”. Sea como sea, el norteamericano pasa a una nueva fase y deja el escenario abierto a nuevas confesiones y, quizá, esto sólo ya justifique el documental que ESPN acaba de estrenar. La intención de la cadena no es la de presentar nuevos hechos –ya conocidos por todos— sino de acercar el espectador a la figura de Armstrong, de permitirle saber cómo piensa y el porqué de sus acciones. Y, sin duda, el protagonista se pone bien delante la cámara con un “voy a contar toda mi verdad”, un desafío claro a todos los que han escrito sobre él, a los que le han juzgado, a los que han opinado. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es la verdad?

Así se perfila un ciclista único

El documental constata dos novedades: que Armstrong habla en primera persona, algo que hasta ahora ha sucedido poco —o menos de lo que pensamos—, y que el personaje está casi agotado, aunque algo más de cuerda le queda. Es como aquel chicle que apenas tiene sabor y empieza a convertirse en una goma difícil de masticar. Se estira pero va perdiendo atractivo. En Lance, así es cómo se titula la pieza, conocemos el germen del polémico ciclista. La benevolencia de su madre —se quedó embarazada de él a los dieciséis años— le justifica cualquier desplante; la educación de su padrastro le inculcó una personalidad competitiva hasta niveles casi profesionales. Esto, sumado a unas condiciones atléticas extraordinarias, dibuja a un tipo que rivaliza de forma insaciable.

Aún así, Armstrong es un niño torpe con los deportes de equipo hasta que descubre la natación y, de ahí, el triatlón. Dedica más horas que nadie a entrenar para evitar la vergüenza de la derrota y eso le motiva a ir a más. Ese hambre de victoria lo conecta con otro deportista con el que tiene ese punto en común: Michael Jordan, cuya figura ha sido de nuevo noticia gracias al estreno de la serie documental The last dance.

Ya en sus inicios, Armstrong traficó con lo ilegal. Siendo aun demasiado joven para competir con los mejores, consiguió falsificar su fecha de nacimiento. Pero una vez allí, los destrozó. Primera lectura: las trampas. Segunda lectura: era buenísimo. Y este es el hilo conductor de la vida del tejano: buscar siempre los límites para ganar; inducido por la educación de su padrastro, consentido por la mirada protectora de su madre.

Este cóctel fabricó un chico arrogante que no tuvo piedad ni de su mentor, Rick Crawford, al que devolvió su generosidad para poder competir en el triatlón de las Bermudas en 1987, con un “ya soy mejor que tú, puedo derrotarte. No es necesario que me ayudes más”. Crawford tuvo que pagar con su tarjeta de crédito la moto scooter que Armstrong maltrató para pasar los días de competición en la isla. Se estaba gestando la tormenta, el desembarco definitivo de Lance en el ciclismo.

Empezó a aparcar poco a poco el triatlón para centrarse en la bicicleta y su nombre sonaba cada vez con más fuerza en los círculos ciclistas del país. Bobby Julich, por entonces el niño de oro del ciclismo norteamericano, relata en el documental cómo conoció a aquel tal “Lance” del que todo el mundo hablaba cuando les juntaron en una crono por equipos que serviría de test. La primera parte, con el viento de culo, no impresionó a Julich, pero todo cambió en el primer giro del circuito, con el viento en contra y Armstrong tomando el mando sin permitir relevos: “yo apenas podía sentarme encima de la bici y para aquel niñato, era como un calentamiento. Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de que aquella criatura estaba a un nivel diferente. Acababa de conocer al ciclista más fuerte de, quizá, todos los tiempos”.

Armstrong dio el salto a profesionales con una estructura precaria, la del Motorola, y disputó y ganó el Mundial de Oslo de 1993, delante de Miguel Indurain. Tenía sólo veintiún años. Sin embargo, al año siguiente, ya vistiendo el maillot arcoíris, se dedicó a ocupar día tras día la parte trasera del pelotón al mismo tiempo que, según se cuenta, el rumor de una nueva sustancia iba calando fuerte entre los corredores. Llegó el EPO y Lance Armstrong, el que siempre ha ganado, el arrogante, se estaba quedando atrás. Solicitó contactar con el doctor Michele Ferrari y lo hizo a través del que por entonces era el suministrador de bicicletas del equipo Motorola, Eddy Merckx.

A partir de aquí, la historia es sumamente conocida y el documental no ofrece novedades sustantivas. Con los meses, los resultados mejoran pero aparece un dolor testicular. Armstrong explico cómo fue aquella terrible visita al médico en un final de temporada preocupante. De las pocas probabilidades de salir vivo, sacó fuerzas y se levantó. No se atreve a negar que el dopaje provocara o, por lo menos, acelerara el cáncer: “en el año 1996 fue el único en que me inyecté hormonas del crecimiento”. Fundó Livestrong, volvió a la competición con el Cofidis, le cortaron, lo volvió a probar con el US Postal, se derrumbó y, finalmente, se levantó. El doctor Ferrari tuvo gran parte de culpa. Su gen competitivo, también.

Perdón y arrogancia no conjugan bien

En Lance, Armstrong repasa los episodios más sonados de su vida: el dopaje y el cáncer, pero también la creación de su fundación Livestrong, sus siete no-Tours, la enemistad con LeMond, la “traición” de Floyd Landis —a quién califica de “pedazo de mierda” a la más mínima oportunidad—, el juicio con US Postal, sus disculpas a Emma O’Reilly y Filippo Simeoni, y su retorno en 2009. Es en este episodio que deja al descubierto su crueldad: “verano de 2008. Estaba aburrido y por lo que fuera empecé a entrenar como un loco. Me sentía en forma y fue como: ‘oh, esto funciona’. Y miré el Tour y… Carlos Sastre ganó el Tour de Francia. Carlos Sastre… Dios mío, ¿Carlos Sastre?”. Pero este Armstrong es el mismo que luego rompe a llorar cuando recuerda su visita a Jan Ullrich en un centro de desintoxicación: “le quiero. Ha sido la persona más importante de mi vida”.

En el documental también aparecen Hincapie, Landis, Van de Velde, Vaughters, Hamilton, la madre y el padrastro de Armstrong, sus hijos y su pareja, Bruynnel, la madre de Pantani… pero aportan poco más de lo que ya se sabía. Porque también puede ser que “el programa de dopaje más sofisticado de la historia”, como lo calificó la USADA, no fuera tan histórico como comentan en petit comité viejos compañeros del tejano. Puede que Armstrong no cuente más porque en realidad hay poco más que contar. O porque así sigue quedando chicle para masticar.

El documental cierra con un Lance Armstrong arrepentido y dolorido que pide perdón a todos por su comportamiento durante este tiempo. ¿Redención? Difícil de calcular. Demasiado orgullo, siempre desafiante. El mejor resumen puede que sea, de nuevo, el de Bobby Julich: “treinta años de relación, de querernos y de odiarnos, y todavía hoy no sé qué siento por él”.

 

 

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