Texto: Olga Àbalos / Fotografía: David Ponce | 28 Feb 2025
Aurum en Badlands: un desafío inesperado

“Con ganas, nervios, ilusión, miedo… Una mezcla de todo tipo de sentimientos. Que sea lo que tenga que ser”, decía Javier Pastor con una sonrisa nerviosa antes de la salida y sin parar de moverse. Por delante tenía un reto inédito, nada que ver con lo que había hecho hasta entonces, y eso que contaba con bastante experiencia en desafíos de resistencia, como triatlones y pruebas IronMan. “Esto es algo que no hemos hecho nunca. Seguro que vamos a aprender mucho el uno del otro”, replicaba Juanjo Pereira con una seguridad algo mayor, al menos aparentemente. La procesión iba por dentro. Quedaban un par de minutos para las 8 de la mañana de aquel 1 de septiembre en el que iban a iniciar la aventura de Badlands en formato pareja. ¿El objetivo? Completar los 790 kilómetros del recorrido de una de las pruebas de ultraciclismo sin asistencia más duras a nivel internacional en cuatro jornadas. El día había amanecido algo fresco, pero todo indicaba que no llovería ni habría inclemencias meteorológicas. Luciría el sol y haría mucho calor.
Y pensar que dos meses antes ni siquiera estaba en sus planes estar allí. Un WhatsApp lo desencadenó todo: “Una noche del pasado mes de junio, Juanjo me mandó un mensaje: ‘Vamos a participar en Badlands’. Así, simple y llanamente”, recuerda Pastor. “Hablé con David Rodríguez, organizador de Badlands, y tras nuestra conversación nos sorprendió con una propuesta inesperada: ‘¿Y si lo hacéis vosotros? Es decir, que sea la propia marca la que se atreva con la aventura’ —rememora por su parte Pereira—. Apenas nos tomó un café reflexionar sobre ello. Esa misma noche le escribí a Javi, mi compañero de marketing en Aurum. El reto estaba lanzado”. La idea era colaborar con Badlands para poner a prueba el nuevo modelo de gravel de la marca, la Manto, pero... la cosa escaló hasta convertirse en un desafío insospechado y, por qué no decirlo, en una aventura que podía entrañar ciertos riesgos. “¿Y si no sale como esperamos? ¿Y si no logramos terminar…? ¿Y si…?”
A partir de ahí, ambos sacrificaron parte del verano para entrenar y aprovechar las semanas que quedaban de canícula para adaptar el cuerpo a lo que, a partir de septiembre, podrían encontrarse en los desiertos andaluces. “Empezamos a hacer largas jornadas de entrenamiento —afirma Pereira—. En mi caso, en mi querida Sierra de Gredos, en Ávila, preparándome para el calor, la fatiga y la alimentación a base de geles y barritas, anticipando las condiciones en Granada y Almería”. También equiparon las bicicletas con todo el material necesario, con emoción pero con una cierta inquietud y con los nervios del debutante. “Buah, ¡es que era nuestro primer ultra! —prosigue—. En mi caso, jamás había pasado de 280 o 290 km en bicicleta de carretera y nunca había hecho más de 110 km en bicicleta de montaña o gravel. Nos presentamos en la salida de Badlands con los deberes más o menos hechos a nivel de preparación física, pero, eso sí, sin ningún tipo de experiencia en viajes de bikepacking”.
Así, a las 8 de aquella fresca mañana en Granada, la pareja tomó la salida junto con otros trescientos participantes con un plan en mente: completar el recorrido en cuatro días y tres noches. “Ya iremos viendo cómo y dónde dormimos”, decía Pastor con algo de nerviosismo durante la primera de las largas jornadas de pedaleo. Aquel día lo superaron bastante bien, pero tras más de 12 horas pedaleando camino del pueblo de Gor, el punto establecido para hacer la primera parada larga para dormir, llegó uno de esos momentos de bajón tan temidos, en plena negra noche. “Durante unos cuantos kilómetros no sé qué hacía allí, pedaleando a oscuras… —recuerda él mismo—. Llevaba mucho tiempo sin agua, le había tenido que pedir algo a Juanjo, tampoco tenía comida… No sabía ni de dónde sacaba la motivación para seguir ahí, llorando como un imbécil en una carretera nacional en medio de la noche, siguiendo la luz frontal de la bicicleta. De manera objetiva, aquello no tenía ningún sentido, pero…” Tras 230 km y 4.600 m de desnivel, llegaron a Gor, donde pudieron encontrar una habitación de casualidad. “Gracias a un amigo de un amigo que también estaba participando, conseguimos dormir en una cama unas cuatro horas e incluso darnos una ducha”, recuerda Pereira.
Para entonces ya había empezado a sufrir las novatadas propias de quien se adentra en el bikepacking por primera vez y, además, en un entorno sin tregua como es el territorio Badlands. “Un error de principiante fue la elección de las bolsas. No tuve tiempo material de probar el equipo con mucha antelación… No está bien decirlo, pero la misma mañana de la salida fue cuando quité las etiquetas a mi set de bolsas Apidura —reconoce—. Así que tuve que improvisar sobre la marcha. Primero, eliminé la pequeña bolsa superior del tubo horizontal, porque me rozaba con las piernas, provocándome heridas que, con el sudor y el polvo, empezaban a molestar, a quemar. A mitad de ruta también eliminé la bolsa del manillar, porque era demasiado voluminosa para lo que llevaba dentro. Cuando llegamos a Cabo de Gata, empaqueté lo mejor que pude su contenido y lo guardé en la bolsa del sillín. Así, terminé Badlands con la bolsa de la parte inferior del tubo horizontal y la bolsa del sillín. Puede parecer minimalista, pero realmente ahí cabía todo lo necesario”.
Descansar no es tan sencillo
En la segunda jornada, Pereira y Pastor habían planeado una etapa de 205 km hasta Níjar, cerca de la costa de Almería. Tras el descanso del día anterior, el día transcurrió sin demasiados incidentes a través de la Sierra de Baza y la cima del Calar Alto (2.168 m), camino al Mediterráneo, celebrando como nunca cada vez que se encontraban una fuente de agua no prevista en el camino, como si hubiera visto un oasis en medio de un desierto. Pastor, sin embargo, empezaba a sentir ya molestias estomacales y se refugiaba en los plátanos para cortar una cierta descomposición... Llegaron a destino después de nueve horas y media horas sobre la bici. “A estas alturas, ya empieza a pesar todo… —comentaba entonces antes de afrontar el descanso—. Cuando estás tan cansado cuesta mucho descansar. Te duelen partes del cuerpo que no sabías que tenías; te duele todo y tienes la cabeza dando vueltas como una lavadora. Una de las cosas que te enseña la ultradistancia es que al final lo vas superando todo, y que por el camino vas dejando atrás miedos que a priori parecían invencibles, cosas tan básicas como qué vas a comer, donde vas a dormir o si te responderán las piernas”.
A las 5:30 h sonaba la alarma para el siguiente objetivo: el Cabo de Gata y el desierto de Tabernas, donde les espera el puerto del Pico Veleta, una de las grandes dificultades orográficas que proponía el recorrido de Badlands 2024. Una vez superado, tan solo tenían que “dejarse caer” hasta el pueblo de Tabernas una vez entrada la noche, aunque ese dejarse caer resultó ser un proceso duro, lento y lleno de dificultades, con tramos de arena. “Pero ahí, otro de los problemillas que nos encontramos fue que mi luz nocturna no era de calidad ni demasiado potente y fue algo en lo que, sinceramente, no había pensado antes. Pasé momentos de tensión por no ver lo suficiente rodando de noche, pero me salvaba rodando a rueda de Javi y apoyándome en su kit de luces”, rememora Pereira.
“Cuando llegamos a Tabernas no sabía ni cómo me llamaba”, espetó su compañero Javier sentado en un bar que encontraron abierto a las 23 h de la noche. Por entonces llevaban ya 590 km recorridos y 62 horas y 38 minutos sobre la bici. “Es increíble lo que hace la cabeza, que es lo que mueven las piernas, que llevan reventadas durante mucho tiempo”, comentaba Pastor esperando a le que le trajeran un enorme plato de pasta para devorar.
La llegada mágica a Capileira
Afrontar los últimos 200 km no fue nada fácil. “Javi no había asimilado bien la cafeína, y tuvimos que ir parando cada diez minutos para que pudiera ir al baño. Las primeras horas de madrugada las pedaleamos muy lentamente —recuerda Juanjo—. Temíamos que no le diera la vuelta al cuerpo y no poder terminar”. Sin embargo, con la luz del día y una parada para desayunar, consiguieron remontar la situación y llegar así a Capileira casi a las 22 h de la noche. “¡Esto ha sido un team building que se nos ha ido un poco de las manos!”, bromeaba Javier Pastor entre risas y lágrimas de alegría. Una y otra vez se preguntaba: “¿Cómo demonios se nos ocurrió, a dos tipos de marketing de una marca de bicis, meternos en algo así?”.
“Después de 85 horas y 53 minutos, al llegar a la meta en Capileira, me preguntaron qué opinaba sobre lo que acababa de vivir. Desde lo más profundo de mi alma, lo resumí de esta manera: ‘No se lo recomendaría ni a mi peor enemigo, y se lo recomendaría a mi mejor amigo’. Así lo sentí en ese momento. Cuando llegamos a Capileira creo que fue uno de los momentos más felices de mi vida —asegura Pastor, que horas antes había vivido una fuerte crisis física—. Durante esas cuatro jornadas de septiembre viví muchas primeras veces: la cantidad incontable de veces que lloré, descubrir que el límite de mi cuerpo y mi mente está mucho más lejos de lo que pensaba, amanecer pedaleando en el desierto, la incertidumbre de no saber si tendrás un lugar donde dormir, las alucinaciones por la falta de sueño, la sensación de soledad durante tantas horas en medio de la nada y las profundas conversaciones conmigo mismo”.
Pereira, por su lado, asiente con la cabeza. “Esto tienes que vivirlo en primera persona. Hay que atravesar esa puerta a lo desconocido, esa puerta que dejas atrás ante la majestuosidad de la Alhambra, bañada por la primera luz de septiembre —replica—. Podríamos llenar varias páginas de historietas, de cosas que nos pasaron... Desde los simpáticos encuentros una y otra vez con los mismos riders, con estrategias de paradas diferentes, hasta las situaciones originales que vivimos para buscar un lugar donde dormir, pasando por cada uno de los amaneceres y atardeceres. Por no hablar de nuestras penas, porque tanto Javi como yo tuvimos nuestros momentos de crisis”.
“Puedo asegurar que las dos personas que empezaron a pedalear el domingo 1 de septiembre a las 8 de la mañana no eran las mismas que llegaron a Capileira el miércoles 4 de septiembre a las 21:53”, reflexiona Pastor, quien afirma que una de las mejores cosas de Badlands son “los paisajes y la sensación de estar en medio de la nada”, además de haber superado límites personales: “Llevo un tercio de mi vida enfrentándome a pruebas de resistencia, pero nada de lo que había hecho hasta ahora, ni los triatlones distancia IronMan, ni cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar, ni correr de Segovia a Madrid, nada se parece a Badlands”.
Por su parte, Pereira comenta que, si tuviera que quedarse con un solo momento de todos los vividos, sería “la llegada a un pueblo de La Alpujarra, cuyo nombre no consigo recordar, pero no importa —rememora—. Jamás olvidaré ese silencio. Aquel pueblo que un día no tan lejano debió rebosar vida se había convertido en atrezzo. No parecía real. Llegamos a su plaza desde un camino que subía de un valle, y allí solo quedaba María, una anciana que llenaba una botella en la fuente de la plaza. Nos contó, con nostalgia y pena, que todos se habían ido ya, que apenas quedaban un supermercado y un bar, pero que no abrían todos los días. Eso es Badlands, una tierra olvidada, un mundo nuevo”.