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Badlands 2024: una aventura al límite

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Texto: Javier Cantos Bardisa | 02 Nov 2024

Badlands 2024: una aventura al límite

Badlands 2024: una aventura al límite

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Hablar de Badlands es adentrarse en una de las pruebas de ultradistancia en bicicleta más icónicas y exigentes de Europa. Desde su primera edición en 2020, esta aventura extrema de autosuficiencia ha cautivado y desafiado a quienes se atreven a participar, y en 2024 ha celebrado su quinta edición con ciclistas de 39 países. Curiosamente, sólo un 15 o 20% eran españoles, lo que muestra la proyección internacional de la prueba. Además, uno de los motivos por los que toda la comunidad de Badlands nos sentimos más orgullosos es comprobar el aumento de participación femenina, que año tras año crece tanto en número como en nivel de rendimiento.

El recorrido pasa por paisajes inhóspitos y cambiantes, casi sobrecogedores, atravesando el corazón de las provincias andaluzas de Granada y Almería. Cada sección tiene su propio carácter y tipo de terreno, y se siente como un viaje entre mundos, desde montañas y bosques hasta desiertos áridos y barrancos polvorientos que siempre consiguen sorprenderme con nuevos matices en mis tres participaciones. En 2023, las condiciones climáticas obligaron a utilizar una ruta alternativa, evitando las zonas de rambla y desierto; pero en 2024, la carrera ha recuperado su esencia, e incluso ha incorporado más de 100 kilómetros inéditos que, sin duda, no han dejado indiferente a nadie.

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Foto: Juanan Barros

Esta ha sido mi tercera participación en Badlands, pero el aprendizaje acumulado y la experiencia adquirida en estos tres años son difíciles de evaluar. No solo he aprendido a dosificar y hacer frente a los momentos de debilidad, sino también a disfrutar de la soledad y el desafío de lo desconocido. Como decía un participante en la TransContinental, estas pruebas nos devuelven a un estado primitivo, donde las únicas preocupaciones son comer, descansar y avanzar. Son experiencias que te ponen al límite, y aunque resulten agotadoras, uno vuelve a casa con una energía renovada y un espíritu fortalecido. Y esa es, sin duda, la grandeza de las pruebas de ultraresistencia.

Nervios de salida

Como cada primer domingo de septiembre, la Plaza del Palacio de los Congresos de Granada acogió a las 8:00 horas la salida de esta maravillosa prueba de ultradistancia con los primeros rayos de sol. Allí estábamos unos 350 ciclistas, todos con esa mezcla de nervios e ilusión y, claro, conscientes de las horas de sufrimiento y esfuerzo que nos aguardaban. La plaza estaba repleta de bicis, cada una equipada para lo que estaba por venir: alforjas, comida, herramientas y repuestos, vivac, GPS, iluminación delantera y trasera, ropa de abrigo, y sobre todo, agua, mucha agua. Sabíamos que, en cuanto dejáramos atrás Granada, entraríamos en un terreno más que exigente.

Foto: Juanan Barros

Los primeros kilómetros, en subida hacia la Sierra de Huétor, son de pistas forestales y caminos en buen estado, ideales para soltar las primeras energías y adaptarse al ritmo de la prueba. Con los ánimos aún intactos y los compañeros de viaje a ambos lados, los kilómetros iniciales pasan rápido. Conversaciones aquí y allá, risas nerviosas y miradas cómplices nos recuerdan que, aunque estamos “compitiendo”, la camaradería y el respeto mutuo son esenciales en esta aventura.

Esta es mi tercera participación y ya he adquirido algunas costumbres. Parar en la panadería de Benalúa, en el kilómetro 90, se ha vuelto casi una tradición personal. Los vecinos y vecinas parecen esperar con los brazos abiertos a los ciclistas que, como yo, no pueden resistir la tentación de un rápido bocado. Es una pausa breve, pero necesaria para disfrutar de un pequeño tentempié. Mientras, la mayoría sigue adelante, ajenos a lo que les espera en las siguientes horas.

Cambio de paisaje y primeras paradas

A medida que avanzamos, el paisaje cambia drásticamente: dejamos los frondosos bosques y nos adentramos en zonas más desérticas, con tramos de rambla y continuos toboganes. El terreno se vuelve irregular, y la soledad comienza a sentirse en cada pedalada. De pronto, me encuentro en el desierto de Gorafe, en el kilómetro 120. La idea inicial era solo rellenar los bidones, pero el calor empieza a sentirse cada vez con mayor intensidad, y aunque todavía es temprano, ya se nota la dureza de la prueba. Así que decido hacer una pausa y tomarme un refresco con calma mientras veo pasar a algunos compañeros que se encuentran con la mirada perdida en sus rostros por la dureza.

La siguiente parada obligatoria es en Villanueva de las Torres, en el kilómetro 152. El bar de esta pequeña localidad granadina se vuelca con los ciclistas, ofreciendo bocadillos, bebidas frías e incluso galletas, gominolas y muesli para los agotados participantes. Es un oasis en medio del desierto, donde el ambiente es de auténtica fiesta. Los vecinos se acercan a saludarnos, curiosos por conocer cómo nos está yendo en la carrera. A partir de aquí, comienza uno de los desafíos más duros de la prueba: casi 80 kilómetros de desierto sin puntos de avituallamiento ni agua, en pleno calor de la tarde, con temperaturas que superan fácilmente los 35ºC. Llegar a Gor deshidratado parece inevitable.

La Sierra de los Filabres

Gor es uno de los puntos más emblemáticos de Badlands. El pueblo ofrece una tienda y un bar abiertos 24 horas, zonas para descansar y reponer fuerzas. En mi caso, llegué pasadas las 21 horas, exhausto tras cinco horas de recorrido desde Villanueva y sin una gota de los tres litros de agua que llevaba. Es momento de resetear: hidratarse, comer algo de pasta, un helado, medio bocadillo… Incluso decidí tumbarme unos 20 minutos en el parque junto al bar. A esas alturas, empiezas a sentir que el tiempo es relativo; unos minutos de descanso pueden suponer la diferencia entre un buen y un mal tramo.

Ya recuperado, afronto uno de mis sectores favoritos: la Sierra de los Filabres, en Almería. Se trata de pistas interminables de grava, coronadas por el Observatorio Astronómico de Calar Alto, el punto más alto de la prueba. Este sector supera los 100 kilómetros sin puntos de avituallamiento hasta llegar a Velefique, pero recorrerlo de noche ayuda a reducir las necesidades de agua y alimentación. En la quietud de la madrugada, el pedalear se vuelve casi un acto meditativo. El silencio de la montaña solo se interrumpe por el sonido de los neumáticos contra la grava, y de vez en cuando, el resplandor de alguna luz en el horizonte nos recuerda que no estamos completamente solos.

 Foto: Juanan Barros

Tras coronar Calar Alto, toca disfrutar de un largo descenso hasta la carretera del puerto de Velefique. Sin embargo, lo que parecía una bajada tranquila se convierte en un desafío: una densa niebla y una ligera llovizna me obligan a reducir la velocidad, gastando una energía extra que no tenía prevista. Mis manos, rígidas en el manillar, parecen aferrarse no solo a la bici, sino a la certeza de que lo peor ya ha pasado. Pero en Badlands nunca puedes dar nada por sentado.

Rumbo a la costa

Llegué a Velefique alrededor de las 5:30h de la madrugada y decidí intentar dormir un par de horas en la plaza del ayuntamiento. Sin embargo, entre el paso de otros ciclistas, algún coche y mi incapacidad para relajarme, apenas consigo cabecear un rato. A las 7:00h abren el bar, donde desayuno unas tostadas y un café que difícilmente olvidaré… por ser uno de los peores de mi vida. Así que, con fuerzas mínimas, reemprendo el camino.

A partir de este punto el recorrido es relativamente favorable: una vía verde en descenso que me permite ganar kilómetros rápidamente. A media tarde, llego a Carboneras y Agua Amarga, en la costa de Almería, donde hago una pausa para comer y descansar. Desde aquí, retomamos tramos conocidos de ediciones anteriores: el parque natural del Cabo de Gata, con sus característicos toboganes y el inclemente viento de cara que dificulta el avance.

La famosa Isleta del Moro, las antiguas minas de Rodalquilar o la Masía abandonada de El Hornillo son puntos que marcan el recorrido, aunque el viento vuelve a recordarme que aquí, hasta el terreno que parece fácil, termina siendo una lucha constante por superarse, no rendirte y seguir adelante en paralelo a la inmensidad del Mar Mediterráneo.

Foto: Juanan Barros

El pueblo de San José me recibe al atardecer tras un día agotador. Decido parar en un hostal, y después de una reconfortante ducha y una cena merecida, me tumbo en la cama dispuesto a descansar hasta que el cuerpo me pida. Sin embargo, después de solo dos horas de sueño, mi mente se activa y me recuerda que esto no es una excursión: es una prueba cronometrada. Así que a las 23:00h vuelvo a la carga.

La segunda noche es calurosa y húmeda, lo que hace que pedalear sea aún más extenuante. Es una lástima no poder disfrutar de las vistas que nos ofrecen las playas de Mónsul y los Genoveses. La aproximación a Almería se hace por línea de playa, primero por carretera, pero luego por pistas llenas de bancos de arena incluso con una zona que nos obliga a caminar para salvar la desembocadura de un pequeño río. Pero este año, como gran novedad, no llegaremos hasta Almería capital, sino que en la localidad de Retamar nos desviamos hacía la turística Níjar.

El pueblo se encuentra a mitad de la subida hacia el pico Colativí, a más de 1300 metros de altitud. Se trata de una ascensión larga y exigente que esta edición de 2024 se afronta en sentido contrario al habitual. En mi caso, me adentré en Níjar sobre las 4:15h de la madrugada y decidí pegar una cabezadita en uno de los parques del pueblo. Este año, rodando siempre entre los 50 primeros de la prueba tengo más sensación de que vamos muchos participantes a ritmos parecidos y es por eso que a cualquier hora del día o la noche es fácil encontrarte con algún compañero. Siempre se entabla una pequeña conversación que nos da alegría y ánimos para seguir con la aventura.

El desierto de Tabernas

El amanecer me sorprende coronando Colativí, desde donde inicio el descenso hacia la población de Tabernas, la puerta de entrada del desierto homónimo. Bajar por estas pistas en perfecto estado, poder trazar las curvas sin problemas y pasar alguna zona de rambla y arena sin atascarse lo más mínimo es uno de los grandes placeres que me llevo de esta edición. Y por fin, sobre las 8h de la mañana llego al pueblo, donde toca reponer fuerzas en el mismo bar de ediciones anteriores (soy persona de costumbres): tostadas, hidratación, aprovecho también para cargar baterías de GPS y el cambio trasero.

Llega el momento de enfrentarse al único desierto oficial de todo el continente europeo: Tabernas. Prácticamente voy según la hoja de ruta que me había planeado, quizá un poco más tarde de lo que esperaba. En esta edición, las lluvias previas han compactado los bancos de arena típicos de la zona, lo que facilita el paso, aunque el calor vuelve a imponerse en cada metro. La primera de las ramblas nos lleva desde Tabernas hasta Gádor, unos 15 kilómetros más al sur, antes de que la carretera nos conduzca a Santa Fe.

Tras una parada fugaz para rellenar bidones y tomar un helado toca remontar dirección Gérgal por una larguísima rambla con terreno siempre ascendente, acercándonos al mediodía y con el sol cayendo a plomo sobre mis espaldas. El termómetro ronda los 40ºC y aunque el agua de los bidones no se llega a calentar demasiado, la sensación de sofoco dentro de las ramblas sin que corra el aire y sin apenas humedad hacen que mi rendimiento disminuya y la velocidad se ralentice.

Después de un merecido descanso y comida en Alboloduy, con paisajes espectaculares entre áridos barrancos erosionados por las lluvias de miles de años, decido esperar hasta que el sol baje un poco, aprovechando para dormir unas horas junto a otros compañeros. Al reanudar la marcha por la tarde, formamos un pequeño grupo que avanza con un ánimo renovado buscando el valle de Andarax y las faldas de La Alpujarra. Mi ritmo es un poco más elevado y tras varias rampas de más del 20% continúo la marcha en solitario. Sé que más tarde seguro que nos volvemos a encontrar.

Tras varias horas peleando, llego a la zona más favorable antes de la famosa subida de El Muro: uno de los últimos escollos a salvar que nos lleva desde Darrical (kilómetro 710 y 395 metros de altitud) hasta Murtas, 12 kilómetros más tarde y a unos 1100 metros de altitud. Pero antes paro a cenar en Alcolea un bocata con 3 hamburguesas, un par de claras de cerveza y otro bocata que me llevo para el camino. Más adelante, en Lucainena encuentro un tranquilo parque en el que echar una cabezada entre ladridos de perro y algún que otro mosquito.

Foto: Javier Cantos

La última noche

Consigo descansar un par de horas hasta que llegan los compañeros que dejé atrás dispuestos a afrontar los últimos 80 kilómetros de prueba durante la tercera noche. Las fuerzas son escasas, pero rodar en compañía hace que todo sea más llevadero. Superar El Muro se convierte en una odisea, pero con paciencia finalmente pudimos coronarlo para sumergirnos en una rápida baja en asfalto con toda la ropa de abrigo puesta disfrutando del terreno y el paisaje nocturno alpujarreño. Las fuerzas están al límite, pero entre todos logramos mantener el ritmo con la mente puesta en el final en Capileira.

La ingesta de tres geles, una barrita y pequeños descansos intermitentes nos permiten afrontar los últimos 1.400 metros de desnivel acumulado, en 50 kilómetros, con mayor soltura pese a tener las piernas agotadas. A partir del pueblo de Televes dejamos de lado el asfalto que nos ha acompañado en la última parte para afrontar una ascensión por pista, un pequeño paso de Hike bike y último tramo rapidísimo hasta llegar a la ansiada Capileira. A las 7:30h del miércoles cruzo la línea de meta (imaginaria) para completar la aventura en menos de tres días. No hay público ni ceremonia, pero la satisfacción es inmensa.

Foto: Juanan Barros

Foto: Javier Cantos