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El honor de llegar el último

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Toni Padilla | 23 Nov 2016

El honor de llegar el último

El honor de llegar el último

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Artículo publicado originalmente en el número #4 de nuestra revista

Millares de personas abarrotaban el velódromo Vigorelli de Milán. Habían esperado horas para poder ver en directo la llegada de la última etapa del Giro. Horas y horas para poder aplaudir a dos figuras que, pausadamente, daban la vuelta de honor sobre la pista. Vestido de rosa, cansado y orgulloso, Fiorenzo Magni celebraba su segundo Giro. A su lado, Giovanni Pinarello lo acompañaba vestido de negro. “Yo estaba radiante, vestido de negro; él, de rosa, paliducho. Sabía que Magni había estado con las Brigadas Negras fascistas, así que de repente le pregunté si quería intercambiar las camisetas. Me respondió con un gruñido.  Pinarello, alias Nane, daba la vuelta de honor, pues había ganado la maglia nera, la última de todos los tiempos, la que ganaba el perdedor, que se endosaba el último clasificado del Giro.  

Pinarello, fallecido en 2014, ganó en 1951 la última maglia nera, ese invento diabólico. Los organizadores del Giro idearon ese maillot negro en 1946, cometiendo el error de añadir un premio económico, precio que se modificaba cada año pues admitía donaciones populares. De repente, quedar último ya no era un deshonor. Y durante cinco años, muchos ciclistas se empeñaron en ser el peor. “Llegar último era mejor. Si llegaba octavo o décimo nadie hubiera hablado de mí. Mi intuición me dijo que era mejor esa maglia nera. Esa maglia me dio notoriedad y fortuna, y por eso siempre la tengo en mi estudio”, contaba antes de fallecer al periódico La Repubblica. Pinarello abandonó el ciclismo poco después y montó en Treviso su fábrica de bicicletas, la Pinarello, que gozó de la fortuna que no tuvo en la carretera.

La maglia nera, nacida como consolación, se convirtió en objeto de deseo y en fuente de anécdotas. En 1946, cuando se creó el premio, el color negro se identificaba con el fascismo, de ahí la broma de Pinarello a Magni, un ciclista que al que siempre se lo relacionó con los camisas negras. Pero en esta ocasión, la elección de ese color fue por otro motivo: era un homenaje a Giuseppe Ticozzelli, un deportista bastante particular que en 1926 decidió participar en el Giro. Lo curioso del caso es que Ticozzelli no era ciclista, sino futbolista. Y no era malo, porque en 1920 había jugado un partido con la selección italiana absoluta, que derrotó por 9-4 a los franceses en el velódromo de Sempione, (Milán). Ese día, Ticozzelli llegó al escenario del partido en bicicleta, su otra gran pasión. Veterano de la Primera Guerra Mundial, era un defensa valiente que militó en grandes equipos de la época, como el Alessandria, el SPAL de Ferrara y el Casale, campeón de liga en 1914. Precisamente ese 1926 en que Ticozzelli decidió correr el Giro, militaba en el Casale, así que corrió la prueba con la camiseta de este equipo: camiseta negra con una estrella blanca sobre el pecho. La maglia nera fue un homenaje a Ticozzelli y su camiseta negra de futbolista, deportista que se ganó el corazón de los italianos cuando antes de la salida de la cuarta etapa… fue atropellado. El futbolista, incapaz de rendirse, se subió a un taxi y llegó a la salida, aunque después de unos kilómetros el dolor lo derrotó. Se metió dentro de un restaurante y pidió vino. Ticozzelli no participó más, y después de colgar las botas, se quedo ciego durante la guerra de Etiopia, a la que se había alistado como voluntario. Se pasó el resto de sus días en estadios de fútbol y velódromos, acompañado de gente que le contaba la acción, que le explicaba qué ciclistas luchaban por llevar esa maglia inspirada en sus gestas.

La Italia de la segunda mitad de la década de los años cuarenta, cansada de guerras y soldados, buscaba nuevos héroes, ya fueran futbolistas o ciclistas. Italia lloró esos años la muerte de los jugadores del Torino en el accidente de Superga, en 1949, y se emocionó con las gestas de Coppi y Bartali, y también con las pugnas entre Sante Carollo y Luigi Malabrocca por conquistar la maglia nera.

Malabrocca, un ciclista del Piemonte conocido como el Chino por sus ojos rasgados, se convirtió en el Rey de los pillos. Ganar el maillot negro era un arte, pues se debía llegar el último calculando bien los tiempos, ya que si llegabas cuando los jueces se habían ido, te asignaban el tiempo del pelotón y subías posiciones. Malabrocca demostró dominar bien este arte y consiguió dicho maillot en 1946 y 1947.  No era un mal ciclista, ya que sumó quince victorias profesionales y fue campeón de Italia de ciclocrós en 1951 y 1953. Paisano y amigo de Fausto Coppi, en ocasiones entrenaba con el campeón, aunque este nunca vio con buenos ojos esas mamarrachadas de Malabrocca cuando intentaba llegar último entre las ovaciones de un público —el italiano— encantando de rendir pleitesía al rey de los tramposos. En 1947, por ejemplo, durante la gran etapa de los Dolomitas, se metió en un pozo vacío para dejar pasar el tiempo. Aunque un campesino observó algo raro y lo descubrió. “Perdone, estoy corriendo el Giro”, se defendió desembarazándose del campesino antes de subir, pausadamente, el Rolle, el Pordoi, el Campolongo y el Gardena. Como no, llegó último con una sonrisa de ganador.

En 1948, Malabrocca no fue invitado al Giro y no pudo ganar su premio. Ese año la maglia nera la ganó un auténtico héroe, Aldo Bini, un toscano que se pegó un tortazo tremendo durante las primeras etapas y se empeñó en acabar como fuera. Con una mano rota, ascendió los puertos de los Alpes a pie, empujando la bicicleta. Bini llegaba a la meta cuando el ganador de la etapa ya se comía los postres. En ocasiones, solo lo esperaban cuatro periodistas, impresionados por su tesón.

Así pues, en 1949 Malabrocca sentía la presión de ganar otra vez la maglia nera. Era su regreso y quería quedar último a toda costa. No obstante, le salió un rival muy duro: Sante Carollo. Se trataba de un albañil de las inmediaciones de Vicenza, ciclista aficionado, que gracias a una serie de lesiones de otros corredores acabó inscrito en ese Giro con un nombre que ni siquiera era el suyo, pues se apellidaba Carolo, con una l. En ese Giro —cosas de la vida— la baja de Fiorenzo Magni abrió las puertas a un Carollo (o Carolo) incapaz de seguir el ritmo del pelotón. Ya en la primera etapa perdió una hora. Pero su debilidad era su fuerza. La mediocridad de Carollo se convirtió en un peligro para Malabrocca, que inició una guerra con el objetivo de tardar más. Carollo, advertido de las tácticas de su nuevo rival, entendió que su minuto de gloria pasaba por acabar con esa maglia nera, así que plantó cara desplegando un arsenal de fechorías. En una etapa, por ejemplo, Malabrocca se escondió en un agujero de al lado de la carretera, pero Carollo paró en un bar; en otra, Malabrocca se pinchó la rueda a propósito; y en la etapa de Bolzano se escondió en una granja, aunque igualmente, Carollo era más lento, pues era peor. Con el Giro sentenciado a favor de un Coppi magnífico en el Izoard, todo el mundo seguía este duelo de tortugas sobre ruedas, como el escritor Dino Buzzatti, que cubrió esa edición del Giro como periodista. “El último se convierte un poco en la bandera de todos los desheredados e infelices de esta tierra. En el último clasificado encuentra una especie de hermano”, escribía antes de admitir que “poco imagina el iluminado que se inventó este premio estas cosas”, dado que millares de italianos ponían parte de sus ahorros en el bote para el ganador de la maglia nera. Antes de la penúltima etapa, una contrarreloj, la cifra ya era de 200.000 liras. Buzzatti siguió atentamente esa contrarreloj sin sentido, pues los corredores no se podían esconder y se limitaban a ir lo más lento posible. “El rubio Carollo, absolutamente tranquilo, mira hacia atrás por si ve a Malabrocca, que ha salido cuatro minutos después. Aunque Carollo se bajara de la bicicleta y caminará, no lo atraparían”, escribía un Buzzatti sorprendido por ese espectáculo grotesco, mientras  decenas de corredores superaban a Carollo y Malabrocca.

Antes de la última etapa, Carollo seguía por delante con un colchón de dos horas; es decir, iba por detrás. Era el último, así que Malabrocca se lo jugó todo a una sola carta en la última etapa, y sorprendió, pues salió como un rayo en una escapada en solitario. Sin embargo, cuando el pelotón cruzó la primera meta volante de la etapa, se percataron de que Malabrocca no había pasado por allí. ¿Dónde estaba? Malabrocca se había metido en una hostería, donde se puso las botas de vino y comida al tiempo que invitaba a los aficionados presentes. Uno de ellos se lo llevo a su casa, donde le mostró sus utensilios de pesca. Malabrocca cruzo la meta dos horas y veinte minutos después de Carollo, pero los jueces, cansados, ya se habían ido, asignándole el mismo tiempo que al pelotón. En consecuencia, Malabrocca acabó a ocho horas del ganador, su amigo Coppi. Y Carollo, último, a diez horas. Esa fue su última experiencia en el ciclismo de élite. Malabrocca también decidió dejar de intentar ser el último.

En 1950 la maglia nera la ganó Mario Gestri, un trabajador del pelotón conocido como il carro-botte del Giro, ya que se pasaba las etapas duras arriba y abajo, transportando bidones a Fiorenzi Magni. Gestri ganó porque acababa las etapas destrozado, sin picaresca alguna. Aunque fue más justo, vivir un Giro sin duelos de pícaros dejó un vacío entre el público, así que la organización subió el precio del premio por quedar último en 1951, cuando ganó Pinarello, alias Nane. Pinarello supo perder tiempo y logró dar la vuelta de honor al lado de Magni, sin saber entonces que se trataba de la última maglia nera.

En 1952, la presión de muchos ciclistas, cansados de fantochadas, propició el fin de la maglia nera. Curiosamente, en esa edición participo por última vez Malabrocca. Fuera de forma y sin la motivación de ganar la maglia nera, se retiró en las primeras etapas.