Allá por el siglo VIII, quizás en unos instantes de introspectiva oración, empapados de un sagrado silencio, o quizás en mitad de una agotadora jornada de trabajo monacal, un monje emprendedor de la abadía helvética de Sankt Gallen empezó a fermentar cereales y creó la primera cervesia monacorum. Aquel monje nunca imaginó que la ancestral receta de los sumerios llegaría a convertirse en la bebida más popular del planeta. Hoy os presentamos una fuga por un territorio de grandísima tradición monástica.
* Extracto de un artículo originalmente publicado en el número 21 de la revista VOLATA
Históricamente, la cerveza se ha producido en abadías y monasterios de gran parte de Europa, lejos de la Ruta del Císter, un itinerario clásico y circular a caballo entre las carreteras de Tarragona y Lleida. En estas latitudes meridionales, lo que movía la economía de los monasterios era la sangre de Cristo y no la popular bebida de cereales fermentados, pero aun así, su decorado nos permite adentrarnos en un imaginario mundo de cervezas originales y monjes cistercienses.
La Ruta del Císter nació como marca turística a finales de los años ochenta y une tres monasterios de enorme belleza y singularidad: el de Poblet, en la comarca de La Conca de Barberà y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO; el de Santes Creus, en el Alt Camp; y el de Vallbona de les Monges, en el Urgell.
Se trata de un recorido que puede completarse en coche, a pie, en bici de carretera, montaña o gravel o a caballo, y contiene un patrimonio que no es solo arquitectónico, sino también artístico, gastronómico, paisajístico y espiritual. Nuestra versión recorre 125 kilómetros, cuenta con 2.000 metros de desnivel acumulado y ascenso por carreteras, en su mayoría, pequeñas y poco transitadas. El paisaje es de transición, desde el clima mediterráneo al continental, con viñedos y campos de almendros y cereales. Es decir, la típica estampa de la agricultura de secano.
El recorrido arranca en el monasterio de Santes Creus, donde el conjunto arquitectónico que forman la fachada del complejo y las casas de la plaza Sant Bernat bien podría ser inicio o final de etapa de una gran carrera ciclista. Avanzamos en sentido antihorario, hacia el norte y en constante ascenso. Pasamos por la poco conocida, pero sorprendente, torre de Santa Perpètua de Gaià y Pontils, de silueta conmovedora si te sorprende a contraluz. En el kilómetro 44 coronamos, cerca de Forés, una interminable y estética carretera de curvas y repechos; un regalo que apacigua el constante esfuerzo de subir y bajar. En este punto, calmamos el sudor con un descenso que pasará por el tranquilo y relajante pueblo de Rocallaura y acabará en Vallbona de les Monges, otro de los puntos destacados de esta fuga. Ahí se encuentra el monasterio femenino de Santa María, originario del siglo XII, y de gran importancia histórica. Su iglesia representa un claro ejemplo de la transición románico-gótica, una constante en los edificios que iremos descubriendo en esta ruta.
Vallbona bien se merecería una parada, pero decidimos hacer un primer descanso en Rocallaura, uno más de los puntos indicados para tomar un café antes de retomar nuestra ruta. Esta zona ofrece una gran cantidad de pueblos pequeños, acogedores y con muchos rincones para fotografiar. Encontrar una cafetería con terraza para reponer fuerzas no es una tarea complicada. Continuamos superando el alto de Senán hasta llegar a L’Espluga de Francolí, donde podemos observar, atónitos e impotentes, el escenario de destrucción causado por las fuertes lluvias del mes de octubre de este año. Puentes, cabañas y huertos absolutamente despedazados. No resulta difícil adivinar hasta dónde llegó el cauce del río. Tan solo imaginarlo, pone los pelos de punta.
Una vez cruzado el río Francolí, y rodeados por ejércitos de viñedos bien alineados, llegamos a la joya de la ruta: el monasterio de Poblet, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y de ahí, regresamos de nuevo a L’Espluga y nos dirigimos a Montblanc, donde es muy recomendable cruzar la población por las calles del centro histórico y tomar un café o una cerveza —que fue lo que nos tomamos—, en la Plaça Major. Hay que reconocer que nos costó arrancar de nuevo; el ambiente relajado y la estética del lugar nos atraparon. De Montblanc seguimos hacia el este cruzando Barberà de la Conca, Cabra del Camp, El Pla de Santa María, El Pont d’Armentera y, de nuevo, el monasterio de Santes Creus, donde finalizamos nuestra fuga del Císter. Santes Creus, a diferencia del resto, no tiene vida monástica en la actualidad, pero su historia y su arquitectura —con sus dos claustros, su sala capitular y su palacio real—, podrían dar para escribir muchas páginas.
Dónde comer.
Proponemos el café Rocallaura café, situado en la Plaça de la Vila de Rocallaura, Lleida, a sólo 4 kilómetros del monasterio de Vallbona de les Monges. Es un local muy simple pero con una gran calidad de producto, mucha oferta vegana y gluten free.
Dónde dormir.
En la página web www.larutadelcister.info hay infinidad de opciones y tipologías de alojamientos.
Para llegar.
Al tratarse de una ruta circular el punto de inicio es opcional. En nuestro caso, Santes Creus es muy accesible en coche o autobús por la AP-2 o la C-14. Además, hay diferentes opciones en tren y tiene cerca los aeropuertos de Barcelona y Reus.
* Ricard y David visten la serie Cold Season de Gobik
Puedes leer el artículo en su totalidad en el número 21 de la revista VOLATA