Rigoberto Urán, antioqueño de Urrao, a 2.000 metros de altitud, tiene desde ayer dos misiones. En realidad son dos caramelos que ya quisieran para sí muchos compatriotas suyos. La primera, es colectiva, ser el primer cafetero en llegar de rosa a Trieste, donde este año termina la ronda italiana. La segunda, personal, viene en forma de dedicatoria para su padre. Urán empezó a dar pedales a los 14 años. Vestido de calle ganó una contrarreloj cuando aún no sabía lo qué era. Tres meses más tarde, su padre fue asesinado por los paramilitares. El ciclismo lo sacó del áspero entorno de Medellín y le llevó a Italia y poco después a Pamplona. Y al Sky. Y de ahí, al cielo. Bueno, eso si persiste, ya vestido del OPQS, en la nieve del Stelvio y el Gavia - el próximo martes 27 - y en las paredes del Zoncolán - sábado 31 -. Y sobre todo a los embistes de un australiano –Evans-, un polaco –Majka-, un italiano – Pozzovivo- y otro escarabajo –Nairo-. Le queda una semana. |
Por experiencia Urán es el mayor de la clase de un curso de oro con Nairo, Betancur, Duarte, Henao, Atapuma, Anacona o Arredondo. Hace 25 años, Fabio Parra y Lucho Herrera les dejaron deberes por hacer. Lo intentó otro antioqueño, Santiago Botero, abandonado a una generación perdida. Ahora, el ciclismo anda perdido en saldar la deuda con los colombianos, así en general, o con Urán en particular –¡ay, ese despiste en los Juegos de Londres!-. Todo empezó con una crono. Y una crono le puede valer para cerrar el círculo.
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