Segundo plato alpino, el único sin final en alto. La etapa presenta un trazado más peligroso de lo que muestra un vistazo rápido del perfil, sin grandes puertos, pero con un terreno muy favorable para el descontrol.
Apuesta conservadora: No hay, cotejen las cuotas en las casas de apuestas, verán qué bien se pagan todos los corredores.
Apuesta arriesgada: Daniel Martin.
De salida, al toque de corneta, se sube el Bayard, un puerto muy habitual durante las primeras décadas de siglo XX por encontrarse en un eje viario de importancia, en la nacional que lleva a Grenoble construida siguiendo la llamada Route Napoleón, el camino que trazó Bonaparte en su retorno del exilio en Elba. Un puerto de salida, a balón parado en argot ciclista, siempre suele hacer daño. La fuga se pelea cuesta arriba, a mil por hora, y a más de uno se le atraganta este frenesí súbito y tempranero. Tras el paso por el Glandon —el primero de tres, de hoy al sábado, aunque por distintas vertientes— la carrera afrontará uno de los tramos más mediáticos de este Tour de Francia: los inéditos Lacets de Montvernier. Esta subida se caracteriza por concentrar en sus 3,4 km hasta 18 curvas de herradura en un zigzag constante montaña arriba. Aquí se jugará previsiblemente la etapa entre un gran gentío y ante los ojos de una realización televisiva que debe llevar meses tratando de resolver el dilema entre mostrar al mundo los habituales planos cortos de los ciclistas, lo que viene a ser la carrera, o las vistas aéreas que dan sentido a la dimensión estética de esta cota. La localidad que acoge el final, Saint-Jean-de-Maurienne, vio nacer en una de sus pedanías un objeto que ha dado la vuelta el mundo: el cuchillo Opinel, con su mango de madera y su hoja plegable. Fue una creación de Joseph Opinel que lo registró en 1909 y poco después empezó a cosechar premios internacionales amén de una alta implantación popular. Al cabo de unos años, con el éxito, el señor Opinel —curiosamente, el bisabuelo del músico Benjamin Biolay— se llevó la producción a unas decenas de kilómetros de aquí, a los alrededores de Chambéry, pero aún hoy se considera este cuchillo como un producto de la Maurienne. Saint-Jean cuenta con el museo Opinel, donde se traza su historia, y también se saca pecho de este patrimonio en una rotonda a la entrada del pueblo, coronada por una navaja de casi cuatro metros de longitud enmarcada en un cuadrilátero de hormigón que demuestra que, donde se forjan brillantes diseñadores industriales, no tiene porqué habitar para siempre el criterio estético. |
Mañana: estapa 19 entre Saint-Jean-de-Maurienne y La Toussuire - Les Sybelles, de 138 km