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Vía Turín. Etapa 14: Alpago - Corvara (Alta Badia)

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Borja Barbesà | 20 May 2016

Vía Turín. Etapa 14: Alpago - Corvara (Alta Badia)

Vía Turín. Etapa 14: Alpago - Corvara (Alta Badia)

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Una de las etapas emblema de este Giro, cuyo recorrido homenajea la Maratona Dles Dolomites, prueba amateur que en julio celebrará su trigésima edición. A la dureza evidente de los puertos hay que hacer notar la cantidad de kilómetros que se rodará a gran altitud.

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Apuesta todavía más arriesgada: Tim Wellens

Llega el tappone dolomitico, como les gusta denominar a los italianos al encuentro prácticamente anual con las cumbres de este macizo, situado sobre todo en la provincia de Belluno pero también pisando las de Bolzano, Trento, Udine y Pordenone. A menudo la prensa poco rigurosa abusa del término y lo saca a pasear casi en cada etapa alpina del norte y noreste de Italia: sin ir más lejos, Mortirolo, Gavia y Stelvio no están en los Dolomitas y en una parte u otra lo leemos o escuchamos con demasiada frecuencia.

Un porcentaje notable de la mística de la montaña del Giro se ha escrito en esta zona, en puertos como la Marmolada, el Pordoi, el Giau o el ascenso a las Tres Cimas de Lavaredo. Estos montes definen el Giro como pocas cosas y las jornadas vividas allí construyen el imaginario de la carrera; el colectivo, pero también el de cada uno. Por ejemplo, para mí el Giro es una película documental en la que el Tarangu, Baronchelli y Gimondi le ponen las cosas complicadas a Merckx camino de Lavaredo, entre caballeros trajeados corriendo como energúmenos a su lado. Pero sobre todo, por cuestiones biográficas, puesto que nací a inicios de los años ochenta, el Giro es una carrera que emitía Telecinco con las andanzas de Indurain, manejando la situación en la etapa de Corvara de 1993, días antes de pasarlas canutas con Ugrumov en Oropa.

Pero el Giro va dejando su poso año a año y también contiene estampas no tan mitificadas por la colectividad, pero que para uno adquieren relevancia y permanecen frescas en la memoria veinte años después. Me refiero a Abraham Olano luchando por ganar el Giro de 1996 en el primer puerto de hoy, el Pordoi. Ese día vimos seguramente el mejor rendimiento del de Anoeta en montaña. Tras quedarse a un sólo segundo de la victoria en la crono de Marostica (se la llevó Berzin) y también a un solo segundo del liderato de Tonkov, algunos enterramos sus opciones. Pensamos que el golpe moral sería definitivo. Pero en el tappone dolomítico de esa edición (Manghen – Pordoi – Marmolada – Pordoi) se sacó unas prestaciones que le permitieron vestir de rosa al final del día, al sacar de rueda a Tonkov en los últimos metros. Yo entonces iba con Olano, no lo negaré. Indurain estaba llegando a su final, el guipuzcoano ya había sido señalado por la prensa como su delfín tras el oro del mundial de Duitama, y yo, qué quieren que les diga, con quince años y tan bien acostumbrado con Miguelón, quería creer también en Olano. El mazazo, claro, no se hizo esperar, y al día siguiente, en una de las etapas más salvajes que he visto nunca -250 km, ocho horas subiendo y bajando puertos- cedió en el Mortirolo ante el empuje de Gotti, Tonkov, Ugrumov y Zaina y cayó al tercer escalón del podio. Así son los Dolomitas en el Giro, tumba para algunos y trampolín a la gloria, ni que sea momentánea, para unos pocos. Veremos qué ocurre hoy.