La última etapa de este Giro parece diseñada para acabar el sprint y para que sirva de homenaje a la maglia rosa. Pero yo ya no me fío de nada tras lo vivido estos últimos días. El final consiste en ocho vueltas a un circuito de 7’5 kilómetros que cuenta con pequeño repecho. ¿Será suficiente para rematar la imprevisibilidad de una carrera apasionante?
Apuesta conservadora: Sacha Modolo
Apuesta arriesgada: Bob Jungels
Nunca he estado en Turín. He viajado varias veces a Italia, pero lamentablemente nunca he pisado la capital del Piamonte. Josep Pla demostró que no hacía falta haber visitado un lugar o conocer personalmente a alguien para escribir preciso sobre ello. Sin embargo, Pla también demostró que sus habilidades no están al alcance de la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a juntar letras y palabras.
Esto no es una captatio benevolentiae, es un modo de decir que lo poco que sé de Turín -ni tan siquiera me atrevo a llamarle Torino, como si guardara una gran familiaridad con la ciudad- lo conozco de oídas, de algún libro, de alguna película. Así nos construimos algunos el mundo no explorado en primera persona, y en este sentido también cabe tener en cuenta la mano que nos echa el ciclismo, algo que no se puede decir de los deportes aprisionados en recintos.
Así, para mí Turín es la Juventus, la FIAT, la Mole Antonelliana y todo eso, claro, pero sobre todo, y de un modo más particular, la ciudad de Cesare Pavese, aunque no naciera aquí. La mirada del escritor italiano se posó en los campesinos piamonteses pero también en los obreros de Turín, los jóvenes intelectuales de izquierda, la clase media atrapada entre el idealismo, las promesas de las noches de verano, la amistad alrededor de una mesa y una botella, y la desazón existencial que emana de la no culminación de casi nada. Todo ello agravado por tener que lidiar con las durísimas décadas de los años 30 y 40 en Italia.
Me van a disculpar la salida de tono e incluso la frivolidad, pero algo de esta melancolía trágica, de este desengaño vital se cierne sobre mi cabeza de espectador de este Giro de Italia. Estoy hablando evidentemente desde la empatía con un hombre, Steven Kruijswijk, que hace apenas 48 horas lo tenía todo de cara para llegar hoy al Corso Moncalieri vestido de rosa. Hasta que una caída le magulló el cuerpo, la moral y le puso en contra los dioses del cronómetro, ha sido el más fuerte de una carrera que finalmente ha podido con él. El ciclismo es cruel, ya lo sabíamos, pero casi siempre da segundas oportunidades. Hoy los corredores acabarán cansados y, probablemente, a pesar de cierta satisfacción por lo vivido, ustedes y yo también. Pero a partir de mañana ya hay que pensar en el próximo mayo, en nuestra siguiente cita con probablemente la carrera por etapas más bella del mundo y con un neerlandés de clavículas de gigante.