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'Compartir habitación con Fignon es de lo mejor que me ha pasado'

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Isaac Vilalta | 14 Jan 2019

'Compartir habitación con Fignon es de lo mejor que me ha pasado'

'Compartir habitación con Fignon es de lo mejor que me ha pasado'

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Por un error de coordinación interna en el proceso de cierre e impresión en el número 17 de la revista la versión del texto de la entrevista a Peio Ruiz Cabestany que se ha publicado no es la correcta. Os pedimos disculpas y es por eso que publicamos aquí la versión íntegra y revisada para que podáis disfrutar la lectura con el nivel exigido.

 

Peio Ruiz Cabestany (Donosti, 1962) aparenta normalidad. Se le ve un tipo despreocupado, relajado, incluso despistado. Aparece sin paraguas en una tarde que llueve como si no hubiera mañana. A Peio, al igual que a nosotros, le ha sorprendido la tormenta, como aquellos ataques pirenaicos del donostiarra, sin avisar, con la niebla por compañera, dejando a todos sin saber cómo reaccionar. Mantiene un físico de ciclista veterano, desgarbado, piel curtida. Y ojeando un número de VOLATA descubre un reportaje fotográfico sobre el velódromo de Lleida, “¡he corrido ahí yo!”. “¿Sí? Pues ahora hablaremos de tu trayectoria…”. “Ah, ¿vamos a hablar de mí? No me he preparado, pensaba que quedábamos para hablar del cuadro…”. Peio tiene razón.

Texto: Isaac Vilalta - fotografía: Tomás Montes

En efecto, te habíamos citado para hablar de “La terraza de Lucio”, una de las obras más importantes del pintor Antonio López. En el número 13 de VOLATA, el director de cine Víctor Erice nos contó la siguiente anécdota: “Durante el verano de 1990 acompañé al pintor Antonio López mientras realizaba diversos paisajes urbanos […] Al atardecer íbamos a un ático de la calle Hilarión Eslava, en el barrio de Argüelles, para continuar un cuadro que había empezado hacía treinta años…”.

Sí, conozco la historia…

Aquel cuadro reproducía la terraza del piso en que habían vivido los pintores Lucio Muñoz y Amalia Avia tres décadas atrás. Con el paso de los años el piso fue cambiando de dueños y aquella tarde Erice descubrió que por la puerta entraba el que era entonces el propietario; un hombre de piel quemada con una bici al hombro que acababa de volver del Tour de Francia…

Así es…

Y añade Erice que el piso tenía una cláusula contractual por la cual cada nuevo propietario tenía que abrir la puerta al pintor Antonio López si aparecía por ahí algún día para seguir con su obra…

No me consta nada sobre esa cláusula pero si lo dice Erice, no lo voy a desmentir. Mi recuerdo es que quizá sí que el dueño cuando me vendió el piso me advirtió. Estuve un tiempo y en un momento dado apareció un señor mayor y me contó que era amigo del dueño, de Lucio Muñoz, y que estaba pintando el cuadro, que lo tenía inacabado. Me preguntó si podía entrar y le dije que sin problema. Me acuerdo de que aparecía siempre dos veces al año y a la misma hora, con la misma luz, por la tarde. Y así fue añadiendo piezas al cuadro, ya que se habían construido edificios, se habían puesto antenas parabólicas que no estaban cuando empezó... Y claro, tuvo que borrar cosas, como unos rosales que ya no estaban.

¿Tenías la sensación de ser un okupa del cuadro mismo?

Era una sensación un poco rara. Incluso le dejé las llaves para que entrara cuando quisiera. Es que me acuerdo de que al principio se llevaba el lienzo cada vez hasta que un día le dije que lo guardara en casa, tapado en un trastero con las escobas. ¡Tenía en casa un cuadro que valía más que la casa en sí!

¿Has visto el cuadro a posteriori?

Sí, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao cuando expuso allí Antonio López. Es que es un espectáculo verle, es un hombre muy íntegro. Si pintara por dinero estaría pintando cuadros cada día y vendiéndolos por dinerales y no lo hace. En un mundo como el del arte, en que muchos se mueven sólo para vender más, a veces te encuentras gente tan íntegra como él.

En el ciclismo también habrá gente así…

Claro, claro. Seguro que hay ciclistas que han tomado el deporte como una vía para no tener que entrar en cosas que no les gustan. Recuerdo que [Urs] Zimmerman era vegetariano y, por filosofía, no tomaba nada de medicamentos, ni Vitamina C, todo a base de alimentos sanos y bueno, no alargó mucho su carrera pero se dedicó al ciclismo profesional… Aunque iba a terminarte lo de Erice…

Sí, claro…

Es que menudos dos se juntaron, él en el cine y Antonio López en la pintura. Iban a rodar la película [El sol del membrillo] en ese piso, ya tenían mi permiso, por supuestísimo, pero al final decidieron que no harían la película sobre un cuadro que ya estaba empezado y sin terminar sino sobre otro cuadro que estaba por empezar y lo harían en la misma casa de Antonio López.

¿Sigues teniendo ese piso?

No, lo vendí.

¿En qué sitios has vivido?

Tuve la suerte de encontrar una casa en Donosti que estaba semiabandonada, casi en ruinas, en una zona que en ese momento no era cara. La compré y la arreglé, y comprobé como realmente te das cuenta de lo que tienes cuando viene gente de fuera. Es una suerte estar en un sitio como este, y en parte es una desgracia porque te ata mucho. Y a mí, que soy de moverme mucho, de conocer sitios nuevos, pues me da la sensación de que no me permite seguir con esa inquietud, me limita. Aparte, estuve viviendo también en Madrid y cuando fiché por el Gatorade tenía que irme a vivir a Bérgamo pero al final ves que no tiene sentido, porque te pasas el año corriendo. Así que me quedé a vivir en Donosti. Esto no es como un futbolista, que tiene que entrenar con el equipo. Haciendo las concentraciones y las carreras, era suficiente.

Actualmente hay concentraciones permanentes de ciclistas, como pasa en Girona o Andorra…

Bueno, al final un profesional tiene que buscar el entorno que le favorezca más para poder entrenar, para planificar y cumplir los objetivos, y donde pueda tener todo lo necesario para prepararse. En Donosti yo tenía mi planificación y, sí, es una ciudad muy bonita, pero tenía que adaptarme mucho. Si llovía, me iba al sur. Recuerdo pasar muchas horas en el coche.

Antes has hablado de Zimmerman como alguien diferente o, por lo menos, con unas inquietudes muy marcadas. ¿En el pelotón hay interés por cuestiones más allá del ciclismo

Había gente muy inteligente y algunos muy zoquetes, como en todos sitios. A mí me gustaba mucho leer libros y la prensa, y por eso tenía fama de ser un tío raro. Me ayudaba a evadirme.

¿Y cómo convivías con ese mundo?

Lo habitual era que cuando acabara la etapa los ciclistas nos juntásemos para revivir la etapa y yo les decía, “joder, ya la he vivido, dejadme en paz. Mañana será otro día y ya veremos cómo va, yo no voy a estar contando todo lo que he hecho desde el kilómetro cero, que si este me ha escupido, ese otro me ha sacado el codo…”. Entonces, me iba a leer. Y luego, ya en la primera Vuelta a España que corrí, en 1984 vino un periódico a pedirme que escribiera. En juveniles yo había tenido muy buenos resultados, era mi primera Vuelta y les pareció que podía explicar cosas interesantes. El periodista me dijo que no me preocupara, que cada día vendría alguien del periódico, me haría algunas preguntas y a partir de eso redactarían mi columna. Yo aluciné y me negué, les dije que si firmaba yo, lo escribía yo. Y desde ese primer momento, siempre que he escrito un artículo, lo he hecho así, firmado y escrito por mí.

Al ciclismo, ¿llegaste por la influencia de tu hermano Jordi o por las ganas de libertad que te da la bici?

Al ciclismo llegué a pesar de mi hermano Jordi —se ríe—. Porque él corría en bicicleta, tenía una guardada en el sótano y yo estaba todo el día ahí. Y él veía que yo tenía mucho interés y me decía, “oye, ni se te ocurra, que esto es muy duro”. Y, a pesar de eso, me hice ciclista. Sin embargo yo empecé con la bici porque me servía para evadirme, me escapaba de la ciudad, me iba al monte. Más tarde comencé a correr en juveniles y luego, por medio de otros corredores, me enteré de que mi hermano iba contando orgulloso que “buá, tengo un hermano en aficionados que anda la ostia…”. A mí, todavía hoy no me ha dicho que me dedicara al ciclismo, nunca modificó su discurso.

¿Qué te encontraste al llegar a profesional?

Bueno, ya no podía ser como en aficionados —comenta después de un largo silencio—. Allí yo salía y me lo pasaba bomba y me daba igual si ganaba o no ganaba. Al pasar a profesional, desde el primer año andaba muy bien y me empezaron a pagar pero también a exigirme. Cuanto más iba, más me pagaban y más me exigían. Ya estás en otro momento, hay presión, tienes que obedecer las órdenes de equipo, aunque sean tajantes. A pesar de todo, siempre tuve muy clara la idea de equipo, para mí el “equipo” es sagrado. Si el director te dice esto, tienes que obedecer. Lo mismo que les dicen a otros para que me ayuden a mí, también me ha tocado cosas muy duras y las he cumplido. Y luego, pues que también te equivocas sobre esta idea del equipo. Me rompí el dedo y no me dieron tiempo para recuperarlo. Me dijeron que si quería correr el Tour tenía que hacer la Bicicleta Vasca. ¿Que por qué razón? No tengo ni idea, me imagino que le pagarían al equipo si yo la corría. Lo hice pero no la terminé, no pude con la última Subida a Arrate, visité al médico y me dijo que tenía el hueso destrozado. Me quedé sin el Tour.

Vaya…

Lo bueno de la vida del ciclista es que siempre ha sido muy cómoda. Vas en bici todo el año y, además, siempre me han tocado compañeros de equipo muy divertidos con quienes lo pasaba bien. Esta es la discusión que tenía siempre con Laurent Fignon cuando me tocaba habitación con él.

¿Había buena sintonía?

Mira, él era de los que leían muchos libros, de los que no se ponían a hablar de la etapa todo el día. ¿Fama de raro? Bueno, sí por leer libros, tener cultura general, ser inteligente… Sí que tenía mala leche, tenía una especie de humor muy suyo y era muy amigo de sus amigos. Pero se expresaba como a todos nos gustaría hacerlo. Si tenía que mandar a alguien a donde fuera, pues lo hacía y se quedaba tan a gusto. Pero era un tío con quien hablar y echarte unas risas.

Compartíais habitación…

Me parecía un tío sensacional, una de las mejores cosas que me han pasado. Además, nos llevábamos muy bien. Él también escribía, y a veces me lo dejaba leer y al hablar yo francés, pues muy bien… Yo con él discutía cuando le decía que no tenía que saltar a la primera, que, aunque tuviera razón, no tenía que responder así. Yo le preguntaba si le gustaba todo aquello que hacíamos y él me respondía que sí, que le gustaba mucho andar en bicicleta, que le apasionaba, que disfrutaba, que era su vida desde siempre y que le seguía gustando un montón. Pero lo que no soportaba era tener que aguantar toda esta gente que no tiene límite, que te sigue hasta la habitación, que son muy pesados… ¡Es que son muy pesados!

¿Te refieres a los periodistas?

Sí. Yo le decía que le entendía pero que hay gente que lo aguanta todo con una sonrisa. Y él decía que no, que le gustaba ir en bici y que el resto, ¡a tomar por el saco! Que algunos periodistas son no sé qué… Entonces, le decía que muy bien, que lo que tenía que hacer era hacer cicloturismo. ‘¿La bici te gusta? Pues así irás en bici y no tendrás que aguantar a nadie, ahora bien, no te pagaran’. Y se quedaba así callado…

En el Gatorade también coincidiste con Gianni Bugno…

Un tipo muy majo pero muy obseso. Tenía una fuerza brutal y conmigo estaba todo el día preguntándome por

Miguel [Indurain].

¿Ah, sí?

Claro, porque sabía que me lo encontraba. Yo iba a Navarra a entrenar y él sabía que me encontraba a Miguel y pam, pam, pam, preguntando. Bugno era muy recatado. Un tío muy listo pero muy encerrado en lo suyo. Estaba obsesionado con Miguel, yo creo que eso le afectaba y que sin esta obsesión habría tenido mejor palmarés, que ¡vaya palmarés tiene! Es que estábamos todos juntos cenando y él dale con preguntas sobre Miguel y al final ya le empezábamos a vacilar: ‘no, mira, es que Indurain cuando entrena, al llegar al kilómetro cien, para en un río y mete los pies en el agua’, y Bugno, ‘¿ah sí?’, y le veías que tomaba nota mientras los compañeros se aguantaban la risa hasta que se descojonaban de lo pesado que era. ¡Que se preocupara de lo suyo, que era muy bueno!

Le admiraba mucho…

¿Bugno a Indurain? ¡Admiración total! Pero es que Bugno podía ser lo que quisiera, fíjate el Giro que ganó. Lo que pasa es que coincidió con Miguel que le machacó. Esa rivalidad que tenían y, a la vez, esa admiración mutua y profunda. Cuando me encontraba a Miguel y me preguntaba por él veía ese sentimiento. Y Bugno también, porque era un caballero y, en ese sentido, yo creo que se sentía muy identificado con Miguel como corredor y como persona.

Eran muy parecidos.

¿Cómo recuerdas la etapa del Tour del 1986 que ganaste?

No fui muy consciente de lo que suponía y, de hecho, en ese momento pensaba que podía ganar más etapas porque empecé muy fuerte en eso primeros años de profesional, aunque después tomé otra dirección y no fue así. El video de la etapa no lo vi hasta hace poco, sólo tenía un recuerdo nítido de un momento en que yo no podía más físicamente, había sobrepasado mis límites, era una agonía. Y si te fijas, hay un momento en que hago un gesto cómo de… buf… miro hacia atrás y los veo que ya están ahí pero, al mismo tiempo, la meta está cerca, y no sé de dónde saco fuerzas y… No sé cómo una mente puede hacer que un cuerpo humano sobrepase unos límites que parecen impensables.

Eres crítico con el ciclismo actual…

Sí, hace años que soy crítico con el uso del pinganillo y de los potenciómetros en carrera y hay ciclistas y directores que están de acuerdo conmigo. Creo que es muy perjudicial para el ciclismo espectáculo. Dentro de los márgenes de la deportividad, ves que en muchos deportes se están cambiando cosas para mejorar y hacerlo más emocionante y aquí no. Hay ciclistas que suben puertos y les da absolutamente igual lo que tienen a su alrededor, sus rivales, la pendiente, el tiempo… Van mirando su potenciómetro y escuchando un pinganillo por el que va hablando un señor que está en un coche viendo la televisión sin perder detalle de lo que está pasando delante, en medio y detrás… Saben perfectamente todo lo que está pasando en la carrera y quitan todo margen a la improvisación y a que pueda pasar algo inesperado, porque nadie va a atacar sin que lo diga un director que sabe cómo está cada uno. Y los que sabemos de ciclismo y que estamos viendo la etapa, sabemos ya todo lo que va a pasar. A un deportista le valoro que tenga un corazón de la leche, pero que también tenga cabeza. Y si no tiene, pues que aprenda y rectifique. Y así vemos su evolución. Lo demás me parece quitar protagonismo a las personas.

¿Hay algún ciclista actual que te levante del sofá?

Cuando estaba en Eurosport me levanté muchas veces pero luego, a los dos meses les habían quitado las victorias, les habían suspendido… Qué humillante que es esto. Llega un momento en que te quedas con una cierta decepción y te cuesta levantarte del sofá. Hay muchas etapas insoportables pero luego te encuentras algunas carreras que valen la pena. ¿Nombres? Me emocionó este año ver a un ciclista que iba escapado, se sacó la barrita del bolsillo, se la comió y dejó el papel en el bolsillo otra vez. Ahí me levanté y le aplaudí, olé, olé, olé.

¿Cómo modelo, de Vuelta, Giro y Tour hay alguno que te atrape?

Creo que tanto en la Vuelta como en el Giro hay menos nivel y menos presión, tanto para los que están arriba como los de abajo. Y eso provoca que haya más movimientos porque nadie mide tanto sus esfuerzos. En el Tour todo está medido, incluso los equipos invitados saben que están en el Tour para moverse. En la Vuelta, las cuestas de cabras no me gustan nada. Y menos las repetidas. Es un coñazo de carrera y con ver los últimos veinte minutos, ya te vale, el resto es un paseo. Con puertos más largos hay opción a que la gente se mueva más, alguien arranque, lo pruebe…

 

 

EL CASO FESTINA

Peio Ruiz Cabestany siempre ha mostrado una posición muy clara respecto al dopaje. "Siempre he pensado que los límites tienen que ser la erradicación total. Un chaval que quiere andar en bicicleta tiene que saber que, si tiene condiciones, va a llegar, pero en función de su trabajo, andando por esas tierras. La mentalidad que había en mi época —y supongo que todavía quedará algo de ella— es que el chaval que quiera estar arriba tendrá que entrar en el juego en algún momento”. A pesar de la rotundidad con que se expresa, el ex ciclista se vio envuelto de lleno en el que quizá ha sido el caso de dopaje más sonado en muchos años. En 1998, Peio Ruiz Cabestany era el jefe de prensa del equipo Festina. “Te aseguro que no sabía lo que iba a pasar, pero bueno, todo empezó mucho antes”. Y se explica: “Mira, yo fui el primer no francófono en trabajar en el Tour de Francia. Estuve dos años en el área administrativa hasta que vino Bruno Roussel, el mejor director deportivo que he conocido en el ciclismo. Sí,el director más honrado y, probablemente el más limpio, y acabó en la cárcel. Roussel me ofreció ser jefe de prensa del equipo Festina, llamé al Tour y entendieron que era uno de los equipos más potentes, incluso ellos reconocieron que era una gran opción para mí". Pero la historia le reservaba a Peio la temporada más agitada. “Sí, fue un año muy movido… —se toma unos segundos pensando y se le escapa la risa—.Yo creo que fue todo por culpa de la sal. Bueno, no lo pienso yo pero los italianos, sí. A uno se le cayó la sal encima de la mesa durante una cena y eso se supone que es motivo de mala suerte. Pero lo peor es que, para remediarlo, se tiene que tirar la sal por encima del hombro y él hizo justo lo contrario, la recogió y la volvió a poner en su sitio. Y los italianos suplicándole que parara y él, que no, que eso eran chorradas”.

En la carretera las cosas no salían mejor. “Era ese Giro que tenía ganado Zulle y que se llevó Pantani. Y después vino el Tour en que pasó lo del masajista al que pillaron en la frontera y luego, bueno, toda la historia que viví en directo haciendo los comunicados de prensa, hasta que detuvieron a todo el mundo menos a mí y a un responsable de logística. Incluso se llevaron a un mecánico a comisaria. Pero bueno, claro, detuvieron a Roussel con unos motoristas a los lados, con la ministra por ahí… Hubo mucho de espectáculo en todo aquello. Si se los tenían que llevar, pues adelante, pero de otra manera. Me quedé solo y pensé si también se me iban a llevar a mí, porque se los habían llevado a todos. Es que creo que grabaron conversaciones y yo con el médico [Erik Rijkaert] me llevaba muy bien, era un tipo muy majo pero claro… Su idea era que como mínimo tenía que llegar hasta dónde pudiera siempre que no diera positivo. Discutíamos frecuentemente sobre este tema y él sabía lo que yo opinaba. Luego me enteré de que la policía llevaba tiempo grabando nuestras conversaciones”.

 

 

 

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