Todo en la vida tiene múltiples perspectivas desde las que se puede ver, y la trayectoria de Lance Armstrong no es una excepción. En esta nueva entrega de Against Modern Cycling, nos acercaremos a los primeros años de carrera del controvertido norteamericano, cuando realmente "molaba", con su primera bicicleta de profesional, que nos llega de la mano de la bonita tienda Antique Cicles. El tejano, de tatarabuelo noruego por parte de padre, nació Lance Edward Gunderson hasta que sus padres se separaron cuando él tenía dos años y acogió el apellido de la nueva pareja de su madre, con quien siempre le ha unido un fuerte vínculo. Rápidamente destacó como un potente triatleta, modalidad con la que llegó a lograr campeonatos nacionales profesionales con 18 y 19 años, pero no tardó en decantarse por el ciclismo: sus primeros años los hizo encima de esta Eddy Merckx, del equipo Motorola.
A principios del año 1992 ya estuvo en concentraciones del equipo y usaba su bicicleta, pero Armstrong no pasó a del todo al profesionalismo hasta finales de la temporada 1992, puesto que quería conservar su condición de amateur hasta agosto para poder participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona, donde "quería y creía que debía ganar" pero acabó en 12ª posición. Unos días después debutó en primera línea en la Clásica de San Sebastián, en un día lluvioso donde entró… el último en meta. Siempre orgulloso, el norteamericano se prometió ganar algún día la carrera y lo logró el año 1995. Y es que el Armstrong de sus primeros años, antes de que el un cáncer testicular cambiara por completo su vida, era un corredor potentísimo, mucho más corpulento que el que se hizo mundialmente famoso arrollando los grandes puertos y las cronos, con claro perfil de clasicómano. No tardó en demostrarlo en su primera temporada entera como profesional: ganó una etapa del Tour de Francia y, a finales de año, se convirtió en el campeón del mundo de fondo en ruta más joven de la historia. En Oslo, en otro día de perros, hizo toda la última vuelta en solitario para aúparse con la victoria, que le subiría al podio junto a nada menos que Miguel Indurain, que ganó el sprint del grupo perseguidor y se llevó la plata. Tenía 22 años acabados de hacer.
La temporada en que Armstrong lució el arcoiris, 1994, fue la última en que el Motorola usó las bicicletas de la fábrica del mito Eddy Merckx, universalmente catalogado como el mejor ciclista de todos los tiempos, y que empezó a comercializar en 1980, dos años después de su retirada. Su hijo Axel debutó como profesional también sobre sus bicicletas, como corredor a prueba del mismo Motorola en 1993, pero al año siguiente ya empezó en Telekom una trayectoria que, curiosamente, acabó incluyendo un logro que su padre nunca consiguió: una medalla olímpica, bronce en Atenas 2004. Quedando segundo en la Lieja-Bastogne-Lieja tras Evgeni Berzin, el norteamericano demostraba no ser una flor de un día, en una trayectoria que no paró de crecer yendo a más (ganador de la Flecha Valona, segundo en la París-Niza y de nuevo en Lieja en 1996) hasta que el cáncer le tuvo un año parado cuando había fichado por Cofidis. Posteriormente volvió con el maillot del nuevo US Postal, y lo que vino con él es mundialmente conocido: los siete Tours de Francia consecutivos, la opacidad, las denuncias, y luego la entrevista con Oprah Winfrey donde enumeró el EPO, las transfusiones de sangre, la hormona del crecimiento y los demás métodos prohibidos que usó en esa época.
Sin embargo, de él queda su figura, su ímpetu, su revolución de la indústria del ciclismo en Estados Unidos y su fundación para la lucha contra el cáncer, Livestrong, la de las famosos pulseritas amarillas que todavía hoy hay quien la lleva. Y es que, como reza su actual foto de perfil en Twitter: “That was then. This is now”. Y en el presente, Armstrong sigue teniendo su papel e influencia.
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