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Antioquia y los dioses del ciclismo

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Pablo Arbeláez Restrepo | 11 Feb 2019

Antioquia y los dioses del ciclismo

Antioquia y los dioses del ciclismo

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En la Medellín de los años 50, Ramón Hoyos Vallejo era un dios. Políticos, empresarios, el clero y los gobernantes se rendían por igual ante la arrolladora presencia del quíntuple campeón de la Vuelta a Colombia. Era don Ramón de Marinilla, el héroe de moda. Ese que sacaba multitudes a la carretera y que, al convertirse en el primer antioqueño en conquistar la ronda tricolor, fue recibido por cerca de 200 mil personas cuando regresó en el vuelo triunfal al campo de aviación de Las Playas, hoy en día aeropuerto Olaya Herrera.

 

Recortes de prensa de El Colombiano promocionando la carrera en enero de 1958 (© Familia Hoyos) / Fotografía que abre la pieza: cortesía y propiedad del periódico El Colombiano de Medellín

Hasta el ganador del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez le dedicó varias publicaciones a Hoyos, entre ellas, un seriado de catorce episodios que apareció en el periódico El Espectador. “García Márquez se pasó seis días en casa de mi padre, en el barrio Alejandro Echavarría, recogiendo el testimonio de la familia”, revela su hijo Álvaro. En el reportaje salió a relucir la tragedia de Media Luna —uno de los empinados sectores del Alto de Santa Elena— en el cual Ramón relató cómo fallecieron su madre, doña María Jesús Vallejo, su hermana mayor María Angélica y su novio. Cuenta el hijo del rutero, que al remover el derrumbe de lodo, encontraron a su abuela, a su tía María Angélica y al novio agarrados de las manos. Igualmente, de la prolífica producción del escritor de Aracataca sobre el pentacampeón, también quedó un libro que fue traducido a nueve idiomas, entre ellos el holandés.

Edición en holandés del libro de García Márquez dedicado a Hoyos (© Gabriel Buitrago)

Ni el maestro Fernando Botero estuvo ajeno a este culto al pintarle, en 1959, un cuadro de estilo neofigurativo llamado La Apoteosis de Ramón Hoyos, que mide 1.72 metros de alto por 3.14 de ancho, y que hace parte de la muestra itinerante del artista colombiano más famoso del mundo. Ambos se conocieron años antes, cuando Hoyos era un mensajero de la carnicería La Bandera Blanca que llevaba la carne todos los días a la casa de la familia Botero, montado en una pesada bicicleta de hierro.

Ramón Emilio Hoyos, otro de los hijos del gran campeón colombiano, posa frente al cuadro La Apoteosis de Ramón Hoyos, pintado por el maestro Fernando Botero. La obra la conoció en Las Vegas (Foto cortesía Familia Hoyos)

En 1954, durante el mandato del dictador y general Gustavo Rojas Pinilla, Ramón Hoyos fue convocado a pagar el servicio militar, haciendo parte del equipo de ciclismo de las Fuerzas Armadas —hay quienes lo llamaron de las Fuerzas Militares, FM—; el cual, a través de este ídolo, se constituyó en una forma particular de buscar la pacificación del país en aquellos tiempos de violencias inmemoriales. Fue también el líder de esa profusa mancha verde que se regaba por las carreteras nacionales, llamada “Los Paisas en Caravana”, porque sus corredores se apoderaron de todas las clasificaciones, haciendo el 1-2-3-4-5-6 y 7 en la Vuelta de 1955. Estos paisas —gentilicio de los antioqueños— incluso tuvieron su canción, interpretada por Los Trovadores del Recuerdo (“… Hoyos, Mesa, Gil, Pintado y el gallo de la montaña…”). Todos en esa época de “La Licuadora Antioqueña”, estaban contagiados por el fenómeno Hoyos, ese que ganaba Vueltas a Colombia a placer y en las que coleccionó 38 triunfos de etapa —él aseguraba que fueron más—, con el récord de haber logrado 12 victorias parciales de 18 posibles; seis de ellas consecutivas en la ronda criolla de 1955.

Don Ramón era ciclista, campeón, modelo de avisos en los periódicos, el referente de un pueblo que apenas aprendía a ganar por medio de las hazañas de su ídolo y el consentido de la familia Echavarría, los dueños de Coltejer, una de las textileras más reconocidas de América Latina. Ramón era todo y más, al haber sido el primer doble campeón panamericano de ruta de Colombia, coronado en los Juegos Panamericanos de México, en 1955.

Clásico El Colombiano, el origen de todo

Ese Ramón Hoyos Vallejo fue el que se encontró con el ya veterano Fausto Coppi de 38 años (Campeonísimo del Tour de Francia, del Giro de Italia y del Mundial de ruta de 1953), que vino a Medellín en compañía del pedalista suizo Hugo Koblet, para participar en el Clásico El Colombiano de 1958. La aventura de estos ciclistas se había iniciado en el velódromo Primero de Mayo de Bogotá. Pero días después, en el mes de enero, esta carrera se convertiría en un episodio obligado que haría parte del imaginario del deporte de las bielas en la región antioqueña para transformarse en leyenda que, como génesis de las futuras visitas de los grandes campeones del pedal, describiría la llegada de los dioses del ciclismo.

Un retablo, con la foto de Koblet, izquierda, Coppi y Hoyos en el velódromo municipal, es una de las joyas que guarda Álvaro Hoyos. (© Gabriel Buitrago)

En la mañana del sábado 25 de enero de 1958, con punto de partida en el corazón de Medellín, en la carrera Junín con la calle Ayacucho, por donde hoy pasa el nuevo tranvía, se puso en marcha la Doble a La Pintada (municipio a orillas del río Cauca), con un lote de 24 pedalistas, entre ellos, los invitados Coppi, Koblet, Luigi Casolla y Ettore Milano, quienes hacían parte de la gira suramericana organizada por el empresario Óscar Hernández. Koblet, ex campeón del Giro de Italia y el Tour de Francia, triple titular de la Vuelta a Suiza y a quien llamaban El Ciclista Encantador, aprovechó el descenso del Alto de Minas a La Pintada, para tomarle 54 segundos a Hoyos y a Coppi, 3.42 a Hernán Medina y asumir así el liderato de la tercera edición del Clásico El Colombiano.

Una hora después de finalizada la primera porción, al iniciarse el complemento entre La Pintada y Medellín, arrancaría lo que hoy permanece como mito: el pletórico desempeño de Ramón Hoyos en el regreso a la capital paisa y la suerte de historias que de ahí se desencadenaron. El colofón sería la coronación del marinillo en cerrado duelo con Hernán Medina, quien estando de líder de la Vuelta a Colombia del año anterior (1957), había tenido que dejarla por el masivo retiro de los antioqueños en Riosucio, debido a la sanción de cinco minutos que recibió Hoyos por un supuesto remolque. Casolla salió de carrera en el paso por el municipio de Caldas durante la primera fracción. Milano, Koblet y Coppi desfallecieron a causa del calor reinante en esa descomunal escalada de 42 kilómetros hacia el Alto de Minas y abandonaron la Doble que concluyó con el triunfo de Hoyos, el Escarabajo de la Montaña. El corredor, nacido en Marinilla, cruzó la meta en la pista de carbonilla del estadio Atanasio Girardot ante un público que aplaudió frenético, según relató en su crónica, el periodista de El Colombiano, Miguel Zapata Restrepo.

“Mi papá me contó, años después, que el descenso de Koblet a La Pintada fue sorprendente, pero que en el retorno, él atacó duro y que el único que ofreció resistencia fue Hernán Medina Calderón. Sé que Coppi sufrió un trastorno digestivo y debió abandonar”, rememora su hijo Álvaro Hoyos, celoso guardián del museo que con orgullo custodia en el almacén Bicicletas Ramón Hoyos, ubicado en el centro de la capital antioqueña.

Álvaro Hoyos, uno de los hijos de Ramón Hoyos Vallejo, muestra las camisetas de su padre en su estado actual. Del baúl al armario. (© Gabriel Buitrago)

“La carrera la asumí como un reto. Yo tenía 21 años y veníamos de competir en pruebas de pista. El objetivo era Coppi y lo observé detenidamente en su comportamiento, en su forma de montar, su pedalear con esas largas piernas y además, la joroba que lo distinguía”, narra el escalador Medina Calderón de 81 años. “Koblet, por su parte, hizo un estupendo descenso a La Pintada, en donde ganó y yo perdí 3.42. Con esa diferencia salí para enfrentar el trayecto de vuelta y subir al Alto de Minas. Mucho antes de llegar a La Quiebra, en donde la carretera se hace más empinada, me puse al lado de Coppi, quien había partido con 54 segundos de diferencia ante el suizo. A poco de pasar por La Quiebra, Coppi se quedó, y más arriba, en Versalles, tuve a Ramón Hoyos en la recta, pero no lo pude alcanzar. Yo corrí mal ese día”, rememora el ingeniero Hernán Medina, quien en el 2020 celebrará con sus hijos, y en bicicleta, los 60 años de su rutilante éxito en la Vuelta a Colombia de 1960.

“Don Ramón de Marinilla y del Mundo”, tituló aquella vez el periódico El Colombiano, gestor de la competencia que dio pie al crecimiento del prestigio de los corredores criollos, sobre todo al de Hoyos y Medina.

El periódico El Colombiano, de Medellín, recibió con grandilocuencia el triunfo del Escarabajo de la montaña sobre los rivales europeos. (© El Colombiano)

El logro de Hoyos Vallejo suscitó toda suerte de historias. Leyendas urbanas, la mayoría de ellas no ciertas y propias de las exageraciones paisas, como aquella en la que don Ramón había invitado a comer chorizos y empanadas (fritos rellenos de papa y carne) a Coppi y sus compañeros al final de la fracción inicial en La Pintada. O esa en la que el pentacampeón de la Vuelta se había sentado en una tienda camino al Alto de Minas, a esperar el paso de sus rivales extranjeros, mientras disfrutaba de una refrescante mazamorra (bebida hecha a base de maíz y leche) acompañada con un pedazo de panela.

Este contacto inicial de los antioqueños con los dioses del ciclismo, hizo que el público comprendiera que estas deidades del pedal también eran de carne y hueso. Que se podían ver y tocar. Años después, la experiencia se repetiría en el Clásico POC-1974, con la presencia de Felice Gimondi, Domingo Perurena, José Manuel Fuente y de Martín Cochise Rodríguez, como profesional en el equipo Bianchi. Luego el turno le correspondería al Clásico RCN de mediados de los años ochenta, con rutilantes figuras como Fignon, Lemond, Millar, Simon e Hinault. Ahora, en el año 2019, está la cuota de la generación de Froome, Alaphilippe, Soler, Bernal, Quintana, Urán y López, entre otros, quienes correrán el Tour Colombia 2.1., y cuya presencia en Medellín y Antioquia despierta una auténtica locura.

Pero en medio de esa frondosa lista de ídolos ya estaba inscrito desde mucho antes Ramón Hoyos Vallejo, fallecido el 19 de noviembre de 2014 a los 82 años, quien siempre ocupará un lugar privilegiado en el olimpo de la fama. Al fin y al cabo, con él nacieron los escarabajos y su interminable leyenda.