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El blog de Cortina - Mi aventura nipona

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Iván G. Cortina | 06 Jun 2017

El blog de Cortina - Mi aventura nipona

El blog de Cortina - Mi aventura nipona

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La temporada de debut en la máxima categoría del ciclismo mundial de Iván García Cortina (Gijón, 1995) de la mano del equipo Bahrain-Merida avanza a velocidad de vértigo. Y es que si, en la última entrega de su blog en VOLATA, relataba su expriencia en las duras clásicas que tanto ansiaba, ahora nos explica su experiencia en el Tour de Japón.

En carreteras niponas, el joven asturiano se vio verdaderamente en la pomada: fue tercero en tres etapas, incluído el prólogo, sexto en tres más y vigésimo en la general de una carrera donde su compañero y también debutante Jon Ander Insausti logró su primera victoria. Aquí puedes leer sus historias de tatamis, cláxones y sprints en circuitos.

Sin duda, esta semana del Tour de Japón ha sido una de las más interesantes y enriquecedoras que el ciclismo me ha brindado. Han sido unos días increíbles, recorriendo Japón de sur a norte, de Osaka a Tokio, junto a mis compañeros de equipo y auxiliares, y con un gran ambiente, lo que ha redondeado una experiencia que se me quedará grabada.

La carrera ha consistido en ocho etapas que cada día hacían un poco más atractivo este Tour de Japón. Cada jornada había alguna aventura nueva, como, por ejemplo, algún detalle que te sorprendía o te llamaba la atención de las personas de la zona; o descubrir lugares especiales, desde pequeños pueblos típicos japoneses a grandes ciudades como Tokio. Cada día, algo más de conocimiento personal a sumar.

En definitiva, ha sido una semana en que he disfrutado sobre la bici, pero sobretodo fuera de ella, gracias a un país peculiar y diferente.

A nivel deportivo, ya se sabe que, al final, todas las carreras no son más que eso, carreras. Cada una tiene algún aliciente en particular. El Tour of Japan fue, para mi gusto, muy entretenida ya que el recorrido era de lo más variado: circuitos de entre 7 y 19 kilómetros, con curvas, subidas, bajadas y peraltes y dar diversas vueltas hasta completar entre los 100 y 145 kilómetros que tenían las etapas.

Pero lo que sucede antes o después de cada etapa es lo que realmente disfrutas de un viaje a una competición como es esta. Todo te llama la atención, y aunque no son vacaciones ni mucho menos, te lo tomas con otra perspectiva.

Son carreras que permiten a aprovechar los momentos y ratos libres para hacer cosas como charlar con uno de los masajistas japoneses del equipo y pasar un buen rato entre risas para aprender las cuatro palabras básicas del japonés y preguntarle sobre cualquier detalle de la zona y la vida nipona. O salir a dar un paseo después de cenar por los pueblos y ciudades y aprovechar el tiempo al máximo, disfrutar del momento, como si al mediodía siguiente no te estuvieras jugando una carrera.

Todos los lugares eran diferentes, empezando por los mismos hoteles. Los contrastes eran tan grandes que hacían que el país me gustase más aún. Por ejemplo, un día estar en la etapa del Monte Fuji (Fujisan), un sitio increíble, en plena naturaleza, en la montaña sagrada de Japón, con apenas tráfico de vehículos, y estar alojados en un hotel en el que había que dormir sobre un tatami, sobre una colchoneta de apenas tres centímetros de espesor, y con unas cortinas como paredes. Y al día siguiente, de golpe, estábamos en Tokio, una de las ciudades más grandes del mundo, llena de edificios y coches por todos los lados. Por cierto, en la hora y media que estubimos de retenciones y circulación por Tokio, solo se escuchó el pitido de un solo vehículo. Y el resto del tiempo que pasé en Japón, no oí ninguna más. En la ciudad, como era previsible, estábamos en un hotel con una habitaciones bastante grandes, con dos camas matrimoniales y un colchón que parecía de agua después de pasar el día anterior en el tatami. 

Hablando de hoteles, me tengo que declarar muy fan del señor que invento los retretes japoneses. Pero eso es otro tema que mejor me reservo para cuando me dedique al humor.

Era llamativo ver como muchos de los que se acercaban a la salida y meta alucinaban cuando se acercaban a ver nuestras bicicletas mientras nos vestíamos y nos preparábamos en la caseta que cada equipo tiene asignada.

Cada día, los aficionados nos hacían algún regalo: fotos de la etapa anterior, productos de la zona, prendas típicas japonesas,... Eso sí, nos pedían miles de fotos, pero con tanta educación que alguno iba detrás de ti, igual doscientos metros y le tenía que preguntar yo mismo si quería una foto o firmarle algo porque no se atrevían a pedírtelo. 

El último día en Tokio había que aprovechar que estábamos allí. Primero fuimos a la afterparty con Merida Bikes. Era en un local acogedor en el centro de Tokio con música, comida y bebida para que la gente de Merida y nosotros disfrutásemos de un buen rato, haciendo fotos y firmando autógrafos. Después de eso nos fuimos a Shibuya.

Shibuya es el mítico cruce que aparece en muchas películas, con miles de personas cruzando por los distintos pasos de peatones al mismo tiempo y lleno de inmensas televisiones de publicidad. Tampoco hubo tiempo para ver mucho más. A parte de eso, visitamos la Tokio Tower, una torre con estructura parecida a la torre Eiffel desde la que puedes ver toda la ciudad por 900¥, y también un templo budista porque estaban pegados al hotel.

Ah, sí, y la carrera. Como ya he escrito más arriba, todas las etapas se desarrollaban en circuitos para mí divertidos, ratoneros, técnicos, con zonas estrechas y de curveo. Alguna etapa era como un critérium un poco largo.

Unas horas antes de que empezara la carrera se hacía un critérium de 14 vueltas en el mismo circuito del prólogo en el que participé encantado. Así iba entrando en calor. En el critérium terminé en quinta posición. Después, por la tarde, comenzaba de verdad este Tour of Japan 2017 con un prólogo de 2,6 kilómetros en Sakai, en el que terminé tercero a solamente 834 centésimas del vencedor. Vamos, que si en una curva no hubiera tocado el freno, hubiera ganado. 

La segunda etapa era en Kyoto, en un circuito de 18 kilómetros con un par de repechos pero sin mucha complicación. En la última vuelta, el italiano Marco Canola, del Nippo-Vini Fantini, arrancó a 10 km del final y lo vimos en meta. A mí me empezaron a entrar calambres a falta de 2 km y no pude hacer más que un sexto puesto. 

Las siguientes jornadas siguieron un guión parecido. La tercera etapa salía de Inabe y sobre el papel no tenía mucha dificultad: un circuito con solo una subida de unos 2,5 kilómetros y lo demás picando para abajo y llano. Lo que no sabíamos era la pendiente de esa subida... y la verdad es que se las traía. También el ritmo de salida fue muy fuerte y eso lo hizo más duro aún. La meta estaba justo a 1 km después de esta subida, así que fue una resolución un poco exigente. Ese día, mi equipo controló la carrera a la perfección con un gran trabajo, pero en especial de Jon Ander Insausti, tirando él sólo tres vueltas y bajando la diferencia de 4 minutos a 50 segundos a falta de una vuelta. Para el final, ya entraron otros equipos y llegamos al sprint, donde volví a ser sexto.

Al día siguiente nos tocaría un circuito de 20 kilómetros plano en Mino, con una subida de otros 2 km pero asequible. Se notaba que el día anterior había sido duro porque en el pelotón se fue tranquilo hasta la última vuelta, donde se puso un ritmo fuerte y en la subida que estaba a 4 km de meta se seleccionó el grupo. Sin embargo en la bajada entraría la gran mayoría. Así que al final fue un sprint en toda regla donde terminé tercero.

Y si en las etapas anteriores pedaleamos con más de 30 grados bajo el sol, en la salida de Minami estaba lloviendo. Almenos, no hacía mucho frío. El circuito fue exigente, de unos 14 kilómetros, con 5 km de subida y 5 km de bajada, y otros 4 km llanos en medio. Las sensaciones de salida no eran las mejores, pero poco a poco fui entrando en calor y aguantaba con los primeros. Al final, en la última vuelta quedábamos unos 20 ciclistas. Oscar Pujol atacó justo al coronar, y yo salí a por él en la bajada. Le pillé a falta de 5 para meta y fuimos a tope hasta el ultimo kilómetros, cuando nos cogieron.

Aun estando con el corazón a doscientas pulsaciones tras el esfuerzo anterior, intenté meterme al sprint, donde terminé tercero por muy poco. Después me arrepentí de haber atacado, pero a veces corro más con el corazón que con la cabeza. 

Hasta entonces, iba muy bien en la clasificación general. En las primeras etapas, tercero, y tras esta última me coloqué como segundo clasificado tras Canola, vencedor de tres etapas. Y con el maillot blanco como primer clasificado en la general de los jóvenes (hasta 27 años). Pero mi mayor enemigo se acercaba, y no perdona: la montaña.

Amanecía otra jornada de agua, lloviendo a cántaros, y además nos esperaba la verdadera tormenta: la subida al monte Fuji. 11 kilómetros de pura agonía con rampas constantes de casi el 20%. Mi intención era poner un ritmo, al que en teoría, según las pruebas de esfuerzo y los test en entrenamientos, sería capaz de aguantar durante 40 minutos de subida y perder el menor tiempo posible gracias a la ayuda de mi SRM, el medidor de potencia.

Con un desarrollo de 38x32 empecé desde abajo a mi ritmo, pero ya en el kilómetro 4, los vatios empezaban a bajar, las piernas a trabarse y las rampas a ponerse cada vez más empinadas. Al final, terminé en 30ª posición, a 7 minutos del ganador, un inmenso Óscar Pujol. 

El monte Fuji suele sentenciar la general, pero aun quedaban dos etapas, y una de ellas muy difícil de controlar. Un circuito de 12 kilómetros en el que acumularíamos 4000 metros de desnivel en tan solo 120 km. Era un circuito muy peculiar. Parecía un parque temático, pero a la vez era una escuela de keirin, la famosa disciplina de ciclismo en pista japonesa. Un recinto en el que había al menos 3 velódromos descubiertos y uno cubierto, en el cual se celebraran las olimpiadas de Tokio de pista. El circuito contaba con peraltes en las curvas de la bajada.

Mi compañero de equipo Domen Novak había recogido el testigo y se había colocado líder de los jóvenes, y no muy lejos en la general. Así que, como él me había estado ayudando todos los días anteriores, ahora era mi turno ayudarle yo a él. Corrimos al ataque, intentando romper la carrera hasta la última vuelta, donde me quedé a falta de 5 kilómetros tras un último ataque, pero el líder respondió a todo y no se hicieron diferencias. Con lo cual, Novak mantuvo el séptimo puesto en la general y el liderato de los jóvenes.

El ultimo día era la oportunidad de vencer en alguna etapa y no irme con las manos vacías. La salida se daba en el centro de Tokio, siguiendo por toda la ciudad hasta llegar al circuito que estaba situado a las afueras, con 7 kilómetros por vuelta, y un total de 14 vueltas. Totalmente plano. Otro día de salida muy rápida, con casi 55km/h de media la primera hora, y donde hasta el kilómetro 60 no se hizo la fuga del día.

En la fuga entró mi compañero de habitación Jon Ander. Así que, con él en la fuga, solo quedaba ir a rueda y esperar a la parte final para el sprint. La fuga nunca cogió mucho tiempo, no más de 2 minutos, pero el alto ritmo hizo que no se pudiera coger. Así pues, Jonan, tras una jugada de libro, se llevó la victoria, aunque por detrás, el sprint se estaba peleando como si no hubiese fuga, porque llegamos casi a su rueda.

Con la ayuda de Novak, Feng y el lanzamiento de Per, pude ganar el sprint del grupo, sobrepasando a parte de los fugados, sobre la línea de meta, y terminando en sexta posición. Como acabáis de leer, llegamos casi a rueda.

Me fui de Japón sin ganar una etapa, pero con la alegría de la victoria de Jonan eso pasa a un segundo plano. Porque no es solo la victoria que consiguió sino la experiencia que nos llevamos todos al vernos en la pomada y disfrutar de un nuevo mundo para nosotros.

Las anteriores ediciones de El blog de Cortina:

El blog de Cortina - La hora de morder el polvo

El blog de Cortina - A punto de arrancar motores