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Habitación 27

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Marc Pinsach | 25 May 2018

Habitación 27

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La historia del ciclismo está llena de sitios míticos que evocan recuerdos. Lugares que nos transportan a gloriosas tardes de ataques, jugadas maestras diseñadas en el volante de los coches de equipo y giros de guión que hacen posible lo que parece imposible. Lugares que nos han llevado a la somnolencia de las bochornosas tardes de julio. Y, también, nombres que nos recuerdan la trágica historia de este deporte capaz de lo mejor y de lo peor. Uno de estos sitios de nefasto recuerdo para la nobleza del ciclismo es Madonna di Campiglio.

Ahí, en medio de los Dolomitas de Brenta, fue donde cayó el mito Pantani. La tragedia llevaba muchos años mascándose. El Giro había llegado a Madonna di Campiglio en un final en alto que sirvió a il pirata para aumentar el margen sobre el segundo clasificado, Paolo Savoldelli, en 5’38’’ a falta de dos días para llegar a Milán. Sólo restaba la última etapa decisiva de la carrera, que pasaba Gavia, Mortirolo y llegaba a Aprica diseñada para aumentar aún más el mito, la leyenda y el recuerdo endiosado de Pantani. Pero seguramente esta invitación a sobrepasar la escala humana fue su trampa, envuelto en una vida acelerada, sin medida ni control del éxito y de sus limitaciones físicas. Igual de excesivas e inaccesibles para la dimensión humana eran las paredes de roca caliza de las agujas dolomíticas desde donde se precipitó la vida de il pirata un 4 de junio. 

La gota que colmó el vaso fue no gestionar los excesos que toda una generación de ciclistas tuvo con el EPO. Un control sanguíneo detectó una concentración anómala de glóbulos rojos en sangre —53% de hematocrito—, que lo dejó fuera de carrera y fuera de la vida. Como pasa siempre, pero en estos años quizá aún más, la lucha contra el dopaje iba por detrás de los métodos para mejorar el rendimiento de forma artificial. Fue una época en la que todavía no se sabía como detectar el EPO y a través de una tasa superior al 50% de hematocrito se deducía que el deportista había podido haber tomado esa u otra sustancia no autorizada. 

Todo esto ocurrió en el año 1999. El que suscribe, nacido en 1989, poco podía imaginar todo lo que escondía este corredor delgado, con cara de hombre mayor, con un pañuelo en la cabeza y que, agarrado en la parte baja del manillar, subía de pie con asombrosa facilidad. Tampoco podía imaginar que muchos años después me dedicaría de forma intensiva a subir montañas nevadas a toda velocidad con un dorsal pegado en la pierna y equipado con unos esquís y unas pieles de foca. Menos aún, que en algún momento pudiera llegar a conseguir resultados destacables en la Pierra Menta, el Tour de Francia del esquí de montaña.

© Bettini

Pero lo que sí era imposible imaginar es que en este viaje por el mundo a través de la competición de alto nivel la última prueba de la Copa del Mundo de la pasada temporada, en Madonna di Campiglio, nos llevara al mismo hotel donde terminaron los días de gloria de Pantani. Quién sabe si fueron estas tardes de julio viendo un ciclismo que no parecía esconder ninguna sombra las que invitaron a aquel niño de diez años a querer emular con unos esquís en los pies a sus admirados Pantani e Indurain. El mismo niño de mirada cándida e inocente que, de mayor, descubrió que la cara luminosa y agradable de la vida siempre oculta un reverso oscuro y agreste. Igual de cierto es que con el paso de los años uno termina llenando de sentido y contenido estos nombres que te dicen poca cosa durante la niñez más allá del recuerdo de imágenes y anecdotas sin demasiado transfondo. 

A colación de ese proceso de reafirmación uno podría haber esperado encontrar cierta colaboración durante la estancia en el Hotel Touring de Madonna di Campiglio para seguir con el ejercicio infinito de proporcionar sentido a los recuerdos borrosos e inconexos de la niñez. Pero nada evoca el tumultuoso paso de Pantani por el hotel. Ni una maglia, ni un recorte de prensa, ni una foto. Sólo imágenes de los antepasados de los propietarios, la familia Dellagiacoma, recordados a día de hoy como bravos escaladores de una época gloriosa en que el alpinismo eran más que nunca aventura, conquista de lo desconocido y compromiso con el riesgo. Nada nos rememora como los carabinieri rodearon el hotel para que Pantani no pudiera escapar por alguna puerta trasera y huir de la policía. 

@ CC BY 3.0

 

El establecimiento no debió de atraer al Mercatone Uno por el lujo de las instalaciones, pues está lejos de ser uno de los más pomposos del pueblo. En cambio sí que goza de la tranquilidad de los últimos edificios de Madonna con una pista de esquí que pasa por la puerta y de la cálida familiaridad y hospitalidad italiana con el nombre de la familia grabado en la cubertería y la vajilla. Nada queda del ambiente tenso y trágico que reinaba en el hotel la noche previa al fatal desenlace cuando en realidad hubiera tenido que reinar el ambiente festivo por la victoria y la consolidación de la maglia rosa. La habitación 27 del segundo piso —donde durmió por última vez el Pantani ídolo de masas y gran campeón, el héroe villano— no es ningú lugar de peregrinaje.

Quizá porque los años que todo lo curan o quizá por el trágico recuerdo de aquellos los tumultuosos días de junio, la familia Dellagiacoma no ha hecho del paso de Pantani un sello de identidad del hotel. Quizá es la señal de esa Italia, de esos aficionados y de esos niños que como yo preferimos quedarnos con las imágenes más brillantes de il pirata. Cada uno rescata de la noche de la historia lo que le resulta más atractivo y cómodo de recordar, aquello que nos permite regocijarnos en rememorar episodios agradables que nos ayudan a aislarnos de los problemas del día a día. Unos recuerdos que permiten reforzar la construcción de la imagen que tenemos de Pantani dentro de nuestra cabeza.  

 

Marc Pinsach es atleta de montaña y de esquí de montaña

 

© CC BY-SA 4.0