A ver cómo os cuento esto:
Primero, contexto. Lavapiés es un barrio del centro, muy centro, de Madrid. Sometido desde hace cinco años a un proceso de turistificación salvaje, sus habitantes tradicionales están sufriendo el desplazamiento y la expulsión a otros barrios o, sobretodo, a la periferia. A saber: señoras castizas, señores castizos, migrantes de muy lejos y no tanto, en definitiva, clase trabajadora y, hasta hace poco, un goteo contenido de jóvenes con cierta afiliación política, de esa que no aprecia demasiado los poderes establecidos.
Su localización céntrica en una ciudad ya demasiado grande, su espíritu, auténtico, que imprimen sus vecinas, y su característico urbanismo —adoquín, desnivel, recoveco, corrala— lo han convertido, según las webs de viajes, en presa anhelada por inmobiliarias, cafés de especialidad con brunch a 15 euros, guiris seguidores de tendencias y treintañeros con necesidad de pertenencia. De nuevo, a saber.
Y aquí, en Lavapiés, está Fixidixi, una tienda-taller de bicicletas en la que conviven reparaciones de bicis utilitarias del vecindario con material de bike-packing; algunas (pocas) bicis de carbono de fabricación asiática con cuadros de acero de la época dorada de las bicicletas europeas. Por ejemplo, veo: el Rossin de persecución color perla, una Klein Quantum casi nueva, el Fausto Coppi actualizado con una horquilla de carbono, el Pinarello de pista que nadie entiende porqué no se ha vendido aún, la Eddy Merckx roja de la que todos preguntamos la talla.
Y aquí, en Fixidixi, se reuné el Club Ciclista Lavapiés que, en realidad, está formado por habitantes nuevos (o no tanto) del barrio a los que nos gustaría que no cambiase tan rápido. Un grupo de amigos y amigas, nacidos de una combinación imposible de países y continentes, empeñados en que el ciclismo no se parezca tanto a lo que ponen las marcas en Instagram, que no sea una cosa de maromos ultra-competitivos, que no se ahogue en la burocracia de la ineficiente federación madrileña.
Con esta intención y, tras meses de entrenamientos y planificar, Dana propuso la idea de la Clásica del C.C. Lavapiés, una carrera por parejas que recorre lo que, entre risas, llamamos "Morata loop". Se trata de un recorrido circular sin apenas desnivel de aproximadamente cincuenta kilómetros por los pueblos de la Vega del Jarama que empieza y acaba en San Martín de la Vega, a treinta kilómetros de Madrid, que se ha convertido en destino habitual cuando hay poco tiempo y muchas ganas de montar.
El seis de mayo pasado fuimos hasta allí, Dana & Joanna, en el papel de directores deportivos;el que suscribe, como fotógrafo; y de conductor de coche de carrera, apoyo moral y hombre para todo, Dieckx, que empieza a ser ya un habitual de las crónicas del Team VOLATA. Nosotros, en el Lexus con techo solar —ventana superior, un sueño hecho realidad para fotografiar la carrera, oiga— de Diego; el pelotón, en bici, separados por su puntualidad o necesidad de café, desde Madrid a ritmo disfrutón. El tiempo era perfecto: cielo despejado, el primer día de sol del año. En el coche surgen los nervios, Tupac nos recuerda que todas las miradas están sobre nosotros.
All eyez on me
A mediodía comienzan las inscripciones y repartimos los dorsales hechos con mimo y prisas la tarde anterior. El color, la risa y las diferencias de actitud definen el ambiente en la salida. Conviven S-Works con eTap y Pinarellos de los años ochenta con Campy Record con los cambios en el cuadro. Tras el retraso habitual de los más jóvenes —muchos en piñón fijo para nuestra sorpresa—, Dana da su muy necesario y acertado discurso (lo habíamos ensayado en el coche, no creáis), la salida neutralizada y, con las valkirias de Wagner a todo trapo, comienza la carrera.
Los nervios; ojalá todo salga bien; que nadie se caiga; que nadie se pierda. Nadie, nada.
Los primeros kilómetros discurren en llano con un ritmo alto y el pelotón se divide desde el comienzo. Comienzan a formarse los grupos que convivirán hasta el final de la jornada. Hay quien viene con hambre. En cabeza se alejan Edu, Kike y Kiko.
La carrera resulta muy amena y divertida. El grupo de cabeza pelea cada punto de montaña de las tres subidas bonificadas y mientras, por detrás, un grupo fuerte marca el ritmo y aprieta los dientes, el resto encuentran su lugar y compañía en la carretera. Las fiestas de un pueblo nos regalan un desvío por un tramo de sterrato y las maldiciones se oyen desde el coche.
La llegada y todo bien. La sorpresa nos la da la peña ciclista Rompepiernas de Galapagar (PCR), invitados de oro, que llegan en primera y tercera posición tras una actuación espectacular cazando a la escapada y consolidando el primer puesto en el llano. Detrás Kiko de Mataró, casi recién bajado del ALSA, con el cuchillo entre los dientes, su sonrisa generosa y su buen hacer. Kike es tercero tras toda la carrera en la escapada. Edu se lleva la montaña e Isis (Team VOLATA) llega quinta en la general y primera en la clasificación femenina. 40 participantes, 9 chicas. Ahí el dato.
Dana toma tiempos, la gente toma cervezas o Aquarius, respiramos aliviados. Sonreímos y felicitamos. Alguien va a por más cervezas, Mahou roja o Mahou verde. Al final, somos un montón de amigos cansados y sudados que intercambiamos batallas contra una subida o el gozo de esa curva en falso llano; unos a casa, otros a comer al pueblo, a tomar otra cerveza y una de bravas.
Otro ciclismo es posible, muchas gracias por hacerlo realidad.
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