Cielo gris, poca luz, a pesar de ser las diez de la mañana, niebla y un frío traicionero que se adentra en el cuerpo sin pedir permiso. El escenario ideal para uno de los acontecimientos estrella en Bélgica: una carrera de ciclocross. El lugar; Koksijde, una población costera con una playa kilométrica y enormes dunas de arena que forman parte del circuito y que hacen la carrera un tanto diferente. El segundo rasgo especial es que el recorrido de la carrera pasa entre bungalós y al lado de una base militar.
A la entrada, una gran carpa desvela el misterio que ha ido ‘in crecendo’ a medida que me acercaba al recinto de la prueba. Es innegable la fiesta de los belgas desde bien temprano. La Jupiler —cerveza local— en la mano y el hot dog o la hamburguesa de rigor en la otra. Dicen que la experiencia es un grado y en este caso, posiblemente, será una buena manera de hacer frente al frío.
Uno de los datos que me sorprendió fue que las mujeres disputan la prueba todas juntas y posteriormente se hacen los podios por categorías. No era consciente de que tan pocas chicas corrían ciclocross a nivel de la Copa del Mundo. El día competitivo arranca con los juniors masculinos. Viendo como corren estos chicos con la piel rojiza por el frío, como se lanzan por las cuestas empinadas sin trazada clara, como saltan de la bici y esprintan con las calas, así como la bici sobre sus espaldas con una técnica perfecta... no quiero ni imaginar cómo lo afrontarán el resto de categorías.
Alrededor de todo el circuito se encuentra toda la afición. Bien preparada con gorros de todos los modelos y colores —incluidos los patrióticos— y abrigos enormes. Por supuesto, la Jupiler en la mano. Los aficionados locales escogen un lugar y crean un pequeño campamento base durante toda la carrera con sus avituallamientos, sillas... Los que no somos tan locales ponemos a prueba nuestra forma física recorriendo el circuito infinitas veces para ver las diferentes categorías. Los sub23 los he podido ver en un par de puntos interesantes del circuito.
Sin embargo, la categoría “women” es la que me despierta un interés especial. El hecho de ser mujer y montar en bici reafirma esta mayor atención. Una vez más me doy cuenta de la exigencia física de este deporte, pues existe una gran diferencia entre las cinco u ocho mujeres de delante —con el dorsal blanco que las identifica como élites— y el resto. Aún así, también hay dorsales blancos mezcladas con las del dorsal negro, de edad inferior. Van muy rápido, pero la fuerza no es la misma y tienen que buscar otras maneras de superar los obstáculos. Al final, simplemente es mirar el deporte femenino en si mismo, de manera independiente y sin la necesidad de compararlo con el masculino. Cada categoría tiene sus propias estrategias para luchar por la victoria.
Siguiendo las costumbres locales, con una Jupiler en la mano, se acerca el momento de que de comienzo la carrera de los élite masculinos. Como viene siendo habitual todas las miradas estaban puestas en el fenómeno del momento, Mathieu Van der Poel. En las vueltas de calentamiento, el portador del maillot arcoíris prueba trazadas imposibles; todo sea por el espectáculo. Es momento de pensar cuál es el mejor lugar para disfrutar de la carrera.
La velocidad se nota, todo pasa muy rápido. En el primer punto, una ascensión inhumana, Van der Poel, para sorpresa de los presentes, todavía no ha sido capaz de ponerse en cabeza. Al inicio de la segunda vuelta, tras superar un tramo muy arenoso, el holandés ya es el líder destacado de la carrera. En el tercer punto, y último, observo la prueba desde una zona elevada de una duna donde pueden verse diversos tramos del circuito. Por un momento, el frío desaparece y la pasión por el ciclocross conquista Koksijde. Caras de esfuerzo, músculos en tensión, la arena cada vez más movida y llena de surcos y el sonido de la respiración se apoderan del ambiente.
El ‘speaker’ anuncia la victoria contundente de Mathieu Van der Poel y de camino hacia el podio paso por la carpa donde la fiesta ha ido en aumento. El sentimiento de no querer abandonar y aceptar que ya se ha acabado me lleva a seguir observando cómo actúa la gente. Una parte del público aplaude a los ciclistas, otra bebe y come dentro de las carpas más lujosas e incluso hay colas para entrar en los lavabos después de tantas horas de Jupiler.
Aunque me cuesta, comienzo a alejarme del curioso circuito que me ha tenido enganchada durante toda el día. El cielo gris, la poca luz, la niebla y el frío vuelven a aparecer para despedirme de Koksijde, sus dunas y su ciclocross.