Termina esta edición 2018 del Tour de Francia. Termina con una contrarreloj individual en el corazón de Iparralde, el País Vasco francés, a las vísperas del paseo de honor por la región parisina. Menuda panzada de viaje entre el sábado y el domingo que les espera a los ciclistas y sobretodo a todos los técnicos que tienen que subir autobuses y coches desde Euskadi hasta Houilles, localidad de la banlieue norte de París cercana del corazón económico francés, la Défense. Muchas veces a los parisinos se les olvida que París no es el centro geométrico del país.
Este penúltimo episodio del Tour, pretendidamente decisivo de cara al resultado final, discurre entre dos localidades de la provincia vasca de Lapurdi, al sur de Baiona, entre Senpere y Ezpeleta. Esta segunda localidad es conocida por el pimiento que produce y que adorna las fachadas de las casas mientras se secan al sol, para luego producir un pimentón dulce con un picor muy suave, que ni llega a picor. Bandera de la gastronomía vasca.
Se puede interpretar el recorrido de la carrera de tres semanas desde infinitos puntos de vista y la gastronomía en Francia es, sin duda, uno de ellos. El Tour salió de Noirmoutier, una isla que produce patatas primerizas y sal, para terminar en la tierra del pimiento de Ezpeleta. Mucho sabor comparado con una una edición de la carrera ciclista bastante insulsa y sosa en la que en cada kilómetro hemos esperado eso de "y ahora viene el picante".
El aficionado a las carreras ciclistas del calendario vasco reconocerá la morfología de la contrarreloj final. No hay ni un kilómetro llano. Valles y colinas, aventuras por caminitos, como en la Itzulia, tachuelas no demasiado altas. Estamos lejos de las grandes cumbres vascas, que estarían más al este, en Zuberoa. La realización televisiva seguro que no duda en enfocar las casas y los pueblos que se cruzarán en la etapa. France TV sabe perfectamente qué debe enseñarnos y qué no. Viendo la televisión cualquier pensaría que Francia no tiene polígonos industriales.
En esta etapa vasca nos mostrarán las casas tradicionales de Lapurdi, con esas fachadas blancas, con las ventanas y puertas con la madera siempre de color rojo o verde, más los pimientos rojos secando y las piedras de sillería en las esquinas. Piedras rojizas si vienen de cerca de Baigorri, pero mayormente grises. Piedras grises también en los trinquetes de una sola pared, con un lauburu coronándolos arriba. Un mosaico de colores, blanco, verde y rojo. La ikurriña en paisaje. O el paisaje en la ikurriña.
Es una etapa que discurre por el apéndice del macizo pirenaico que muere en el océano, los taludes de la carretera hacen aflorar el flysch, esa roca estratificada como un pastel en milhojas, tan característica de una buena parte de la geografía vasca. Un paso por unas montañas que el Tour conoce relativamente poco, los extremos mediterráneos y atlánticos del macizo pirenaico son los grandes olvidados de La Grande Boucle. Remontando atrás me viene en mente aquella escapada extraterrestre de Tyler Hamilton en 2003, con una clavícula rota, llegando en solitario a Baiona. Y la etapa que terminaba en Pamplona el 1996 y que tenía que ser un homenaje a Miguel Indurain, pero que llegó después de Hautacam y con Riis de amarillo. Y Froome en Pierre Saint-Martin y el molinillo de café.
Esperemos que el picor suave del pimentón de Ezpeleta aparezca en carrera. Asumo que no soy neutral, me gustaría ver un Tom Dumoulin con txapela.