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La tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Roubaix

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Daniel Montfort | 15 Jul 2018

La tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Roubaix

La tierra no es plana. Paisajes del Tour 2018: Roubaix

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Escribo Roubaix, veo escrito Roubaix en la autopista o en Google Maps e inmediatamente pienso en la París - Roubaix. Ninguna otra ciudad de Francia produce ese efecto. Tours, por ejemplo, no es sinónimo de París-Tours, por muy plástica que sea la carrera con las hojas amarillentas. Niza no es sinónimo de París-Niza. Roubaix, en cambio, es París-Roubaix.

Esta carrera es quizás una de las pocas cosas que le queda a la ciudad de un pasado mucho más opulento. Ciudad post-industrial en el 2018, de su belle époque permanecen las chimeneas, descampados, naves industriales —todas de ladrillo rojo perfectas para videoclips de raperos y artistas de street art—, suelos contaminados y mucho terreno baldío por rehabilitar, ya sea en forma en parque o de invernadero de startups. Ah, y aún sigue ahí un velódromo al aire libre.

 

 

En el Roubaix de las vacas gordas de finales del siglo XIX, dos empresarios de la próspera industria textil local construyeron un primer velódromo. Al cabo de unos años convencieron al diario Le vélo para hacer una carrera ciclista entre París y Roubaix. Una locura. El resto está entre el mito y la historia. ¿Y por qué Roubaix tenía ese dinamismo industrial? Porque la fuente de energía necesaria para mover las máquinas, el carbón, estaba cerca, en la cuenca minera del norte de Francia. Cuando las distancias de transporte aún tenían un significado, la proximidad era vital.

 

 

La etapa de pavés del Tour 2018, que se asemeja a una mini París-Roubaix, de alguna manera seguirá el camino del carbón hace cien años; de la mina a la fábrica. Se saldrá desde la bella ciudad de Arras, con su ciudadela y sus plazas de arquitectura flamenca, para recorrer precisamente esa cuenca minera. Escenario también de combates largos y cruentos en la Primera Guerra Mundial, el pelotón pasará cerca de cementerios militares de esa contienda.

 

 

La orografía de la región norteña de Francia, como la de su vecina Flandes de la que ninguna barrera geográfica la separa, no está para aportar dificultad al recorrido. El horizonte lo rompen solamente las montañas de estériles de las minas, pirámides negras, las estructuras metálicas de acceso a los pozos y los beffrois, los campanarios civiles de pueblos y ciudades. La topografía, ya lo ven, es llana, pero la carrera será durísima. Esos tramos de caminos rurales con adoquines, que hasta los sesenta se intentaban asfaltar con una lógica de progreso tecnológico y que, con el devenir místico de la carrera de primavera, ahora se protegen y se preservan. Caminos entre campos de remolachas, adoquines de piedras de canteras de la región o de más allá. Tramos odiados o admirados por los ciclistas, una etapa que es un punto rojo de camino a París. De Roubaix a París en pleno verano.

Y un recuerdo para Michael Goolaert.