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Los nuevos patrocinadores del ciclismo profesional

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Richard Abraham | 15 May 2018

Los nuevos patrocinadores del ciclismo profesional

Los nuevos patrocinadores del ciclismo profesional

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Recuerdo la primera vez y, hasta el momento, la única, que comí auténtico caviar. Fue en un mirador en la costa del mar Caspio, contemplando la orilla, en Baku, la capital de Azerbaiyán. Era mayo de 2013, durante la presentación de la segunda edición de la Vuelta a Azerbaiyán, y los equipos, incluido la plantilla local del Synergy-Baku, se presentaban en un escenario al aire libre. No hay mucho más que pueda contar. Otra visión me atrapó de manera hipnótica. La de una bandera nacional, con aquellas ondas rojas, verdes y azules que ondeaba lentamente sobre la ciudad, movida por la cálida y polvorienta brisa.

Medía setenta por treinta y cinco metros. Se había montado sobre un mástil de 162 metros de altura que había sido, hasta hace poco, el más largo del mundo. Había superado el que había en Corea del Norte que contaba con 133 metros de altura, y al proveniente del régimen post-soviético en Ashgabat, Turkmenistán, que superaba por los pelos al poste rival de Tayikistán. Ambos habían sido batidos ahora por el mástil que sustenta la bandera de Arabia Saudí, en la ciudad de Jiddah, con sus 170 metros de altura.

Sea como fuere, los colores, sedosos y luminosos, acariciados por la brisa de aquella negra noche me hipnotizaron. Durante un instante, me olvidé de que me encontraba en una dictadura. Un lugar sin libertad de prensa, sin líderes políticos en la oposición, y donde los activistas y los homosexuales son perseguidos y encarcelados de forma sistemática. Un lugar donde poco después los resultados de la elecciones presidenciales serían desvelados, por error, un día antes de que abrieran los colegios electorales. Pero todo lo que alguien podía ver en aquel día era el caviar en mi boca abierta. Todo lo que yo podía ver era aquella bandera.

Fotografia: UAE Emirates

Fotografía © UAE Emirates

 

¿Y por qué es esto importante para el mundo del ciclismo? Lo es, porque cada vez que miramos a este deporte —sin contar el caviar— estamos haciendo exactamente lo mismo. Vemos al Astana corriendo con los colores de la bandera del Kazajistán. Vemos al equipo Baku Cycling Project corriendo con la palabra Azerbaiyán escrita en el culotte. Vemos los equipos de Bahrain-Merida, de Israel Cycling Academy y de UAE-Abu Dhabi. Aunque el Katusha, bautizado con el nombre de la esposa de su propietario Igor Makarov, ya no está bajo el paraguas del Russian Global Cycling Project, comparte el nombre con un lanza misiles soviético. Los equipos ciclistas se están convirtiendo en mástiles de banderas globales en los que los países izan sus colores y presumen de una imagen fascinante. El ciclismo es ya una marca nacional.

Del mismo modo que no pensamos en el efecto medioambiental de la empresa minera Orica o en el último afortunado millonario de la lotería nacional belga, cada vez que miramos una carrera cerramos los ojos a la realidad, ya sea esta positiva o negativa. Nos quedamos en la fascinación producida por esas banderas.

No hay duda que hay una parte de fanfarronería en la esponsorización de un equipo ciclista, pero el negocio en este deporte, que está viviendo un auge de popularidad en países que buscan reforzar su imagen pública a nivel global, recae en algo muy simple. Los equipos WorldTour sufren para sobrevivir dentro de un modelo de negocio obsoleto que los convierte en anuncios móviles que necesitan entre 10 y 35 millones de euros anuales para funcionar. Al mismo tiempo, los estados con deseos de autobombo necesitan una valla publicitaria internacional. La ecuación es simple.

En determinadas ocasiones pueden aparecer mecenas que apoyen estos equipos con su patrimonio personal, como Sylvan Adams, el millonario que heredó la fortuna inmobiliaria de su padre en Canadá antes de trasladarse a Israel en 2016 y comprar, al año siguiente, el Israel Cycling Academy, en colaboración con el ministerio de turismo del país. O mandamases como Nasser bin Hamad Al-Khalifa, miembro de la familia real de Bahrain que ayudó a formar el Bahrain-Merida.

Pero, en cualquier caso, un equipo ciclista es como una gota de agua en el océano financiero del deporte. Un juguete. Comparémoslo con el fútbol: el París St. Germain —cuyo propietario es Qatar— podría poseer la mitad de los equipos del World Tour por el precio un jugador: Neymar. El Manchester City —accionista mayoritario, Abu Dhabi— gastó más de mil millones de euros solamente en cláusulas de traspaso desde que el Sheikh Mansour compró el club en 2008. Ahora se cumplen cinco años desde que la familia real de Dubai, propietaria de la compañía aérea Fly Emirates, patrocina al Real Madrid por un coste de unos 280 millones de euros cada temporada. Con este dinero, el Giro podría empezar en Israel más de veinte veces. Además, en el ciclismo no hay un test psicológico* para potenciales propietarios y tampoco hay reglas para el fair play financiero. En términos de inversión, es terreno libre para cualquiera que tenga la cantidad necesaria incluso si hablamos del mayor evento deportivo del año: el Tour de Francia. A veces, como pasa con el Giro d’Italia en Israel u otras carreras a principio de temporada en Oriente Medio, uno puede construirse su propia competición con unos cuantos planos aéreos que incluyan los mejores detalles del país.

 

Fotografía: Javier Martínez de la Puente

Fotografía © Javier Martínez de la Puente

 

El deporte permite que un espónsor —en este caso, un país— se apropie de ese componente emocional de amor y felicidad revestida de teflón. Aunque esos beneficios sean intangibles y vagos en términos cuantificables, es bien cierto que el deporte en general destila cualidades positivas para el público de todo el mundo. El ciclismo en particular tiene un atractivo excepcional gracias a una audiencia internacional, su creciente popularidad como “el nuevo golf”, y la devoción absoluta de los aficionados. Por otra parte, es económicamente inestable y las trayectorias profesionales de los corredores suelen ser precarias y cortas. No es recomendable morder la mano que te da de comer.

Dicho esto, ¿tenemos en cuenta el informe sobre los derechos humanos de estos países patrocinadores de Asia Central? No. Celebramos la victoria del corredor danés en la primera carrera belga de la temporada. Disfrutamos del espectáculo e ignoramos a la gente que paga para que sea posible. Seguramente es lo que toca hacer. Nos decimos a nosotros mismos que el deporte no debería mezclarse con política; que el deporte es entretenimiento y que así deberíamos disfrutarlo.

O quizás es que padecemos miopía colectiva. Porque el ciclismo consiste cada vez menos en anunciar pasta selladora de baños de empresas locales y más en hacer propaganda nacional de estados y sus regímenes totalitarios, que buscan embadurnarse de la pasión, los valores y la belleza del deporte. Nos enseñan una bandera enorme ondeando en un mástil gigantesco. Quizás ha llegado la hora de dejar de mirarla fijamente con la boca abierta.

 

* Desde 2004, en el Reino Unido todos los directivos y propietarios de clubs de futbol de las categorías superiores deben pasar un examen psicológico obligatorio llamado “Fit-andproper-person test” con la finalidad de evitar comportamientos corruptos y deshonestos.

Artículo originalmente publicado en VOLATA#14